Primero, que la exhumación de los restos de Franco era inminente. Luego, que en el mes de julio. Mas tarde, que en agosto.
También, que la familia no se oponía. Todo eran bulos. Mentiras. Los
nietos de Franco lo tienen muy claro: jamás se llevarán los restos de
su abuelo sin su consentimiento.
Y, según mi compañera Consuelo Font, “los Franco firmaron, hace unas
semanas y ante un notario de Madrid, su radical oposición a la decisión
de Sánchez”. Este documento notarial ha sido entregado, al parecer, al
prior del Valle, el benedictino Fray Santiago Cantera, que también se
niega y no dará nunca permiso.
Mientras esta polémica está a la orden del día, nadie habla ni se
interesa de los miles de cadáveres que se encuentran enterrados en la
Basílica y que fueron llevado allí sin el consentimiento de sus
familiares.
El pasado domingo, 22 de julio, en el suplemento dominical de El País
y firmado por Alberto Gayo, leí un sobrecogedor testimonio de personas
que vivieron en el Poblado de Cuelgamuros, construido en la década de
los 60 para los trabajadores de Patrimonio. “En el poblado mandaba don
Juan, jefe del destacamento de ocho guardias civiles, encargado de la
parte exterior del Valle y gestor de la residencia dependiente de
Patrimonio Nacional.
Según Teresa Gómez, “vivía muy bien. Era un cacique que no exigía ninguna mejora para la gente del poblado, una fuerza viva que no daba problemas a Fuertes de Villavicencio, el súper poderoso Gerente de Patrimonio”. Hombre déspota como el que más.
El poder de este hombre era enorme. Nada se movía en El Pardo sin que
él lo autorizara. También en el Palacio de La Zarzuela. Controlaba
hasta las llamadas telefónicas que doña Sofía hacía a Atenas para hablar
con su madre. Y era quien pagaba las 70.000 pesetas mensuales con las
que vivían los entonces Príncipes.
Pero volvamos al dramático testimonio de quien no olvidará nunca los
días en los que llamaban desde la puerta de entrada al Valle para
decirles “Atención, suben restos”.
“Llegaban siete u ocho camiones con muertos de la guerra. Teníamos
que subir de inmediato. Todo el mundo a meter baúles a la cripta. Nos
poníamos por parejas con una parihuela – dos palos gruesos con unas
tablas atravesadas para colocar la carga – y a meter cajas con huesos
mezclados. Y todo, en medio de las visitas a la basílica. Poníamos una
caja encima de otra y, una vez lleno el habitáculo, se tapiaba”.
Según recuerda Pablo Gómez, a partir de la finalización de las obras
de la basílica, en 1959 y hasta 1967, “casi todos los meses llegaba
algún convoy con restos de cientos de muertos”. ¡¡ Mas de 33.000
cadáveres reposan en las criptas de la basílica!!”.
Esto y no del cadáver de Franco es de lo que Sánchez y su gente deberían de preocuparse.
“Es ridículo que un presidente llegue y diga “me voy a cargar el
Valle de los Caídos”. Sostener que nuestro problema es Franco, es pensar
que somos idiotas” (Leopoldo Abadía, prestigioso ingeniero y escritor).
(*) Periodista
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