El Tribunal Europeo de Cuentas ha difundido un informe desolador sobre
la red ferroviaria de Alta Velocidad en Europa (AVE) que no extrañará a
nadie que haya seguido el proceso de aprobación y construcción de las
líneas en España.
El informe viene a definir el AVE europeo como un gran
fiasco con razones poderosas: sobrecostes descomunales tanto en la
proyección como en la construcción, fracaso en el objetivo de captar
clientes e incapacidad absoluta para conectar la alta velocidad con
otros medios de transporte, como el aéreo.
En España el sobrecoste de la
línea Madrid-Barcelona llega al 38,5%, pero en el resto de los trazados
examinados supera el 30%, aunque la palma se la lleva la línea
Sttutgart-Múnich, donde llega al 622%. En Europa, el AVE es un conjunto
sin coordinación entre los países, con sistemas aislados y deficitarios.
No hay más que examinar el caso de España para entender el fracaso
del AVE. La Alta Velocidad no ha vertebrado la estructura integral del
transporte porque las líneas se han considerado como premio político o
prenda de intercambio antes que un servicio justificado por el volumen
de pasajeros o el coste-beneficio de los tramos.
Las líneas deficitarias
revelan una grave negligencia política. No es aceptable que después de
recibir 14.000 millones de fondos comunitarios para el AVE, la línea
Madrid- Barcelona ni siquiera conecte con los aeropuertos de ambas
ciudades ni sea capaz de unirse al espacio europeo a través de Francia.
El informe debe servir al menos de experiencia. La red de
ferrocarriles tiene que estructurarse de forma orgánica, teniendo en
cuenta el coste-beneficio de los tramos, reformando las líneas
tradicionales e integrando todos los transportes. El AVE, con un coste
histórico de 25 millones por kilómetro, en pocas ocasiones es la mejor
opción. La cuestión ahora es si los responsables públicos actuarán en
consecuencia y aplicarán políticas más sensatas.
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