De "final de infarto" califica elnacional.cat la investidura pendiente en Catalunya. Pues sí, así es. Al galope, raspando los tiempos, tensando la cuerda, actualizando el vivere pericolosamente al estilo de D'Annunzio. Una vorágine que tiene a todos tratando de saber en dónde están.
Los de El País, fieles a su principio no de informar sino de prever, anuncian que ERC ha roto la baraja, rechaza un Puigdemont II y pide asilo autonomista. Eso quisieran ellos. Además, de ser tal cosa cierta, no estaría el gobierno en zafarrancho repentino de combate,
reunido hoy o mañana para, una vez oído el obediente Consejo de Estado,
impugnar ante el no menos obediente Tribunal Constitucional la reforma
de la Ley de la Presidencia. Una norma arteramente aprobada hace un par
de fechas con la firma de la rezongona ERC, por cierto.
Añadan ustedes a
esto la advertencia de la CUP de "pasar a la oposición" si no hay
desobediencia y gobierno republicano. En realidad es renovación de
advertencia pues ya se hizo con motivo de la investidura de Turull,
aplazada a segunda vuelta por la abstención de los cupaires. Pero, de
momento, ha avalado la reforma de la Ley de la Presidencia, como ERC,
como JxC. Es decir, todos. Como siempre. El zafarrancho está en el campo
del 155, en donde nadie sabe ya qué hacer.
El
independentismo no es una balsa de aceite, desde luego. Sería absurdo
en una situación en que unos están en la cárcel, otros procesados, otros
sancionados, otros andan por el extranjero en una nueva forma de
diáspora del exilio. Pero debe recordarse que tampoco se agota en los
mencionados y sus fuerzas políticas sino que se apoya y se extiende en
un amplio movimiento social con organizaciones poderosas de muy variada
índole, como ANC, Ómnium, AMI, CDRs, colectivos profesionales, con una
red de medios digitales y un uso intenso de las redes sociales, todo
ello con una enorme capacidad de movilización.
Es una revolución de
nuevo tipo. El Estado o, al menos el juez Llarena, no quiere admitir que
el referéndum del 1-O se financió con aportaciones privadas. En
resumen, una realidad articulada, muy compleja, cuya unidad de acción se
ha residenciado en Berlín, reconociendo la legitimidad de Puigdemont
como presidente de la Generalitat. Así han venido dadas las cosas.
Y
ahora nos encontramos en el límite del tiempo, cuando este se encoge y
depende de una decisión: nueva propuesta de Puigdemont o propuesta de un
candidato "limpio". Lo primero son elecciones; lo segundo, un gobierno
"efectivo". Es el momento en el que quien ha sostenido estos meses la
bandera de la legitimidad, por todos reconocida, y sabe que le
corresponde la última decisión, también por todos aceptada, ha de
tomarla. Lo hace solo, bajo su responsabilidad. Es el precio que se paga
por el liderazgo, sobre todo, el legítimo.
Las
dos opciones, por lo demás, se parecen mucho. El inconveniente invocado
para las elecciones es la incertidumbre. Pero ese inconveniente no
queda invalidado con la fórmula de gobierno autonómico y la CUP en la
oposición. Más bien lo que promete es aplazar algunos meses la
convocatoria de esas elecciones y la misma incertidumbre.
Dado
el grado de notoriedad internacional que el conflicto España-Catalunya
ha despertado, unas elecciones con toda la atención mediática europea en
Catalunya serían decisivas para respaldar la petición de negociaciones
políticas entre el Estado y la Generalitat. Si se ganan, claro. Y ahí es
donde entra la función del liderazgo en la sociedad contemporánea y
aparece la incertidumbre.
Esta no se da en un primer momento con un
gobierno autonómico pero porque habrá abandonado la vía republicana,
equivocación que llevaría a juntar hipotéticamente a ERC con PSC y los Comuns pero
que no se dará porque no es viable numéricamente. Por eso mismo habrá
de convocar elecciones quizá ya por entonces sin contar con el efecto de
la atención mediática internacional que tendrían de hacerse ahora.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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