Soy muy aficionado a la figura del doble (el Doppelgänger) en la
literatura. El doble no es un personaje normal; a veces no es ni un
personaje, puesto que duplica, "clona" a otro y crea así el problema de
quién sea el doble y quién el original, lo cual conduce directamente a
las regiones filosóficas.
El doble no es un personaje, sino un símbolo
de la naturaleza humana. Los seres humanos somos duales y todo lo
entendemos en términos duales (el bien, el mal; la vida, la muerte; la
virtud, el vicio; etc.), generalmente antagónicos.
El ser humano es doble en su unidad. Una cosa es lo que dice y otra lo
que hace. Hay quien lo ve triple, pues una cosa es lo que dice, otra lo
que hace y otra lo que piensa. Por desgracia o por fortuna, el
pensamiento es secreto, inabordable y solo se manifiesta cuando se
traiciona, empujado por ese genio maligno del subconsciente. Son las
meteduras de pata de Cospedal hablando de saquear el país; o de Catalá, vanagloriándose de lo bien que gestionan la corrupción; o M. Rajoy felicitándonos el año pasado, el 2016.
Pero, lo dicho, tratándose de gente normal, el pensamiento es secreto. ¿En qué pensaría M. Rajoy cuando rebajaba de hecho las pensiones tras haber dicho
que no las tocaría y que las subiría? ¿Qué pensaría? ¿Soy un canalla
por haber engañado a la parte más débil de la sociedad? ¿Soy un genio
por haber engañado a millones de personas que seguirán votándome? El
pensamiento es secreto. En su comportamiento externo, observable, en lo
que dice y lo que hace, el ser humano es doble.
Y dobles son sus instituciones, sus gobiernos, partidos, Estados,
iglesias, tribunales. Dicen una cosa y hacen otra. Prácticamente todos.
La política consiste en explicar después la diferencia entre lo uno y lo
otro. Ya en tiempos de Ortega era moneda corriente la distinción entre
la España real (lo que se hace) y la oficial (lo que se
dice). Dualidad que compartía con todos los regímenes de la época pero
que a nosotros nos toca más de cerca por ser la "nuestra de toda la
vida".
Tómese el caso de la censura de Arco, la fotos pixeladas de cuatro
presos políticos catalanes. Visto y no visto. Se cuelga el montaje. En
minutos, suena un móvil: la dirección del Ifema ordena a Arco retirar la
obra ipso facto. Arco llama a la galerista y la galerista, sin
rechistar, retira el montaje, dejando el lienzo blanco de la pared en
donde durante unas horas, los duendes de Twetter subieron la leyenda de
"mapa con todas las alcaldías de C's en Catalunya". Ninguna.
La censura
salta a los medios y redes y se monta el escándalo. Interpretación de
manual: ataque a la libertad de expresión. Todas las entidades
implicadas dan la cara avergonzadas (al fin y al cabo, es el arte), sin
explicarse qué había sucedido, reconociendo su culpa y asegurando que no
volvería a pasar. Como colofón para cerrar el caso en el arquetipo de
lucha por la libertad de expresión, la obra no se pudo reponer porque ya
se había vendido.
Pero, si todo era tan evidente desde el principio,
¿por qué se produjo la orden de censura en primer lugar y por qué
recorrió la cadena del mando sin que nadie rechistara? Los más enterados
susurran que, en realidad, se trataba de evitar que el rey, en la
inauguración, viera la obra. Podía darle algo. Pasado el monarca
admirando estatuillas, la obra se repondría.
Ese servilismo ante la monarquía ya deja muy mal a todos los
responsables. Excepto a Carmena, que no asistió a la inauguración en
protesta y cuyos delegados en el Ifema votaron en contra de la retirada.
Los demás, quedan de miserables tiralevitas. Pero en realidad, es peor.
Probablemente la primera orden de censura nació en la dirección del
Ifema, no vino de más arriba. De hecho, hasta Zoido se permitió afirmar
al estilo M. Rajoy, su maestro, que "el arte es siempre el arte".
Y el
ministro Méndez se hacía cruces en nombre de la sagrada libertad de
expresión que reina en España, como si el atentado no fuera con ellos.
La dualidad y la hipocresía es evidente: diciendo lo de la libertad, no
era preciso que la negaran de hecho porque, al tratarse de presos políticos catalanes,
las autoridades inferiores, los medios, las instituciones españolas
actúan de oficio prohibiendo, reprimiendo, denunciando. Lo primero que
hizo el ciudadano que creyó ver a Puigdemont en la personificación de su
doble, Joaquín Reyes, fue llamar a la policía que, por cierto, acudió
en nutrido comando de seis contra una hombre solo. Pero muy peligroso
por catalán e independentista.
Y si de la censura del Ifema saltamos a las manifas de jubiladas de
ayer, la oposición entre el dicho y el hecho llega al insulto, cosa
habitual pues quien la explica es el portavoz del PP, Rafael Hernando quien
hace ver condescendientemente a los manifestantes que pueden darse con
un canto en los dientes pues hay colectivos que están peor. Pero esta es
la parte esencial, macarra, del sujeto. La curiosa es la dual.
Dice
Hernando que, con el PP las pensiones han crecido de media, han
aumentado su poder adquisitivo. Desvinculadas del IPC desde 2013,
sometidas a un incremento lineal del 0,25%, con IPCs anuales superiores
excepto en dos años (-1,0% y 0,0% en 2014 y 2015 respectivamente), las
pensiones, objetivamente, han bajado.
Lo de Hernando es un dicho; lo del
IPC, un hecho. Es una provocación y un insulto que se invite a darse
con un canto en los dientes a una gente a la que se ha empobrecido
también encareciendo los productos farmacéuticos y el recurso a la
sanidad, se la obliga a subvenir con su magra pensión a familiares en el
paro y, además, se le han saqueado 60.000 millones de € del fondo de
pensiones para dárselos a los bancos. La distancia entre lo que se dice y
lo que se hace es inmensa.
Allá por los años cuarenta del siglo pasado, Ernst Fraenkel, uno de
aquellos judíos alemanes que hubieron de emigrar a los EEUU, en donde
hicieron una gran obra, elaboró la teoría del "Estado doble". Es un
estudio del régimen nazi. De los que hay muchos, sí, pero este es único
porque se escribió desde dentro de Alemania en los años treinta y
el manuscrito sacado clandestinamente del país. El Estado nazi era
"doble", de un lado era una estado de normas jurídicas y, de otro, un Estado de medidas políticas.
La teoría era buena y fue el núcleo del problema que se planteó al
final de la guerra: ¿cómo pudieron unos jueces administrar justicia en
un Estado cuyas medidas políticas estaban basadas en la violencia y el
terror?
El análisis de Fraenkel era del régimen nazi, pero su proceder es
aplicable a España, salvando todas las distancias. ¿Cómo pueden los
jueces administrar justicia en un Estado cuya práctica política es la
arbitrariedad, la represión y la violencia, sin olvidar la corrupción,
que también los afecta a ellos? Más concretamente: ¿cómo pueden
administrar justicia en un país que envía 10.000 policías a reprimir
brutalmente un acto público masivo y pacífico, dejando detrás 1.006
personas heridas?
¿Cómo? Muy sencillo: negándolo de plano con todo el morro. El señor
Pérez de los Cobos, procesado por torturas, falangista, de familia de
Fuerza Nueva, hermano del expresidente del Constitucional y enviado por
el gobierno a reprimir el 1-O, niega ante el juez que hubiera cargas de
la Policía Nacional y la Guardia Civil y atribuye la violencia a los
mossos.
Cualquiera de los cientos de vídeos de la jornada muestra que
esto es mentira. Es igual. No hay que atender a lo que pasa en realidad
sino a lo que dice el gobierno o sus secuaces que pasa. Consigna también
para los jueces.
Y el gobierno (y sus medios y sus jueces) dice que lo que pasa no pasa.
Negar, mentir, es costumbre en la escudería. Y con total desparpajo. No
hubo referéndum de 1-O, no hubo declaración de independencia el 27-O, no
hay presos políticos, sino políticos presos. Dicho por un partido con
la mayor cantidad de políticos presos en toda la escala procesal, y
presos de derecho común.
El Estado doble de Fraenkel. España, dice M. Rajoy, es un
Estado de derecho. La ley está para cumplirla. Ahorro el plúmbeo rollo
teórico sobre ley y democracia. El Estado norma jurídica. Luego viene el Estado medidas políticas:
corrupción estructural, supresión de la libertad de expresión,
dictadura del 155, agresión al bienestar de los sectores populares,
agresión a la lengua y cultura de los pueblos y naciones, guerra sucia
de los ministerios contra los adversarios ideológicos, derecho penal del
enemigo, justicia política, justicia de clase (los tres magistrados que
han encarcelado a Valtonyc son los tres recusados en otras ocasiones
por afinidad al PP), manipulación de los medios de comunicación,
anulación de la división de poderes.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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