Estos de la CUP sí que hacen política;
en el Parlamento y en la calle. No como Podemos que no la hace en
ninguno de los dos sitios. En Cataluña, en general, se hace política; es
el único lugar del Estado en que se hace. En el resto se miente, se
fanfarronea, se roba, se va el personal por los cerros de Úbeda o se
pone a bramar contra Cataluña al unánime grito de "¡A por ellos!".
Precisamente
por eso, la política de Cataluña es complicada. La CUP se ha quedado en
cuatro diputados después del 21 de diciembre; de ellos, dos son
necesarios para la mayoría absoluta independentista. Pero la importancia
de la organización es muy superior a la magnitud de su representación.
El apoyo de los cupaires garantiza la perseverancia del objetivo
estratégico, la independencia. Esa conciencia como factor de
legitimación es la que permite a la CUP un tono de crítica elevado con
la política institucional del bloque independentista ("el discurso de
Torrent es autonomista") y sus apoyos sociales ("la ANC y Ómnium ya no
movilizan a la gente"), más dura e incisiva de lo que su importancia
numérica justificaría.
Tras dejar claro en el primer momento que la
prioridad era la República, la restauración del govern i
l'investidura del seu legitim president, la CUP cumple una función casi
de censor al estilo romano, vigilante del recto comportamiento de sus
socios independentistas, ERC y JxC. Ambos, por su lado, reconocen esta
especie de actitud admonitoria de rectitud independentista porque, de no
querer hacerlo, podrían sellar una alianza con los Communs-Podem
que aumentaría su margen de mayoría, pero al precio de renunciar a la
independencia o, cuando menos, jugar a la ambigüedad de los últimos.
Sin
embargo, esa posibilidad ni se plantea: el socio natural es la CUP
porque el objetivo sigue siendo la República Catalana independiente. La
CUP, de minúscula representación, aporta legitimidad. Pero el bloque
mayoritario indepe aporta la eficacia y ninguna puede ir separada de la
otra. La pureza ideológica extrema la legitimidad hasta hacerla
inoperante y la absoluta dedicación a la eficacia convierte la acción en
puro oportunismo. En el fondo, los tres vértices del triángulo
independentista son imprescindibles y se necesitan mutuamente. Un fallo
de uno es un fallo de todos.
Ocurre
como con la relación entre el movimiento y las personas. Maragall
advierte de que el primero está por encima de las segundas. Sin duda
alguna, pero sin olvidar al mismo tiempo la importancia que las personas
-según sus circunstancias- tienen para el movimiento. Buscar un
equilibrio aquí también es vital. Será difícil encontrar personas
valiosas para el movimiento si el movimiento prescinde de las personas
como de la muda diaria.
E
igual también con la política en la calle que la CUP quiere dinamizar a
través de los CDR. Por expresarlo de forma que intente resumir esta
complejidad: la política de la calle, en donde, además, se demuestra
inventiva, ha producido buenos resultados y los producirá mejores, pero
los ataques por los que el unionismo ha reaccionado con violencia han
ido dirigidos a las instituciones y la carga represiva la han padecido
fundamentalmente los dos partidos, así como la injusticia están
padeciéndola individual y personalmente sus miembros, encarcelados,
exiliados, embargados.
Aquí una buena ocasión para plantear en concreto
la citada relación entre el movimiento y las personas. No consigo
imaginar que el movimiento independentista abandone a quienes han dado
todo por él, ignorando la máxima socrática de que más vale padecer la
injusticia que infligirla.
Insisto,
como la política en la calle. Quizá no sea del todo justo acusar a la
ANC y Ómnium de abandonar las movilizaciones cuando tienen a sus líderes
injustamente presos y llevan una ejecutoria de movilizaciones por su
liberación muy apreciable.
La
unidad del objetivo es incuestionable. La forma luego de colaborar en
él varía lógicamente. Pero una cosa es cierta: si todos proceden de
buena fe, el posible (aunque no necesariamente probable) fracaso jamás
podrá atribuirse a la mala intención de alguien. Las opciones son y
seguirán siendo diferentes pero, hasta la fecha, nadie ha hecho nada en
detrimento del objetivo y todos han tenido que sacrificar mucho.
Que siga así, uniendo legitimidad y eficacia, el rasgo más significativo de esta revolución catalana.
Dando vueltas al atajo
Me llamó José Luis García, de lainformación.com
para hablar conmigo sobre Podemos y Cataluña. Estaba escribiendo una
historia sobre la formación morada con motivo de su cuarto aniversario,
tema que da para mucho como ejemplo práctico del sic transit gloria mundi
o de cómo no todas las leñas arden a igual velocidad. La encina dura
más que el pino.
Lo mismo pasa con las formaciones políticas. Algunas
son como pinos, chisporrotean mucho, pero se consumen rápidamente; otras
arden en silencio, pero permanecen, porque son duras, como la encina.
Además, entre él y su colega, Laura Martínez, decidieron ampliar la
indagación preguntando a Julio Anguita y al final les ha quedado una
pieza bien guapa con dos puntos de vista que son distantes y,
curiosamente, complementarios. Por eso me decido a incluir el enlace aquí: Podemos: lejos de asaltar el cielo...
Podemos
ha hecho en cuatro años lo que la socialdemocracia hizo en cuarenta y
el comunismo en veinte, pasar de la frase revolucionaria al hecho
conservador.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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