Ayer comentaba Palinuro el balance
triunfal del año de M. Rajoy, con una victoria sobre los réprobos
catalanes, capaces de sostener la nefanda y antidemocrática teoría de
que ganar unas elecciones da derecho a componer gobierno.
Días antes
había glosado el discurso del Rey de esta católica monarquía el 24 de
diciembre (Discursos a la nación catalana)
informándonos muy cumplidamente de que aquí no se mueve nada ni nadie
porque no. Horas después contestaba Puigdemont con otro discurso,
afirmando que las elecciones del 21D fueron el triunfo de la República
catalana frente a la Monarquía del 155.
Pero,
desde entonces, se multiplicaron los gestos de hostilidad del bloque
del 155 sin respuesta en el campo indepe en donde comenzaron a correr
rumores de quiebras y discrepancias internas. La belicosa aparición de
M. Rajoy, con su hidalga bambolla de trolas, amenazas, disparates y
perogrulladas, acabó por asustar al personal. Justo lo que quieren estos
vociferantes guerreros de la honra hispánica de la Gürtel.
Las
guerras no se ganan en los campos de batalla sino antes, y en la
retaguardia. La retaguardia determina la moral de los combatientes.
El "tradicional" discurso de fin de año de Puigdemont (aquí en castellano)
es la respuesta a la prolongación del 155, el continuado ataque a las
instituciones de autogobierno y la última diatriba de M. Rajoy en pro de
la dictadura. Justamente lo que necesitaban las huestes indepes para
encarar el nuevo año con brío.
Ese
es el punto central de ambos discursos. El de M. Rajoy es sobre el año
pasado; el de Puigdemont sobre el que que viene, el que empieza hoy a
las 24:00. El primero ha cantado sus glorias y exhibido como trofeos las
cabezas de los dirigentes que él mismo había descabezado, según anunció
orgullosa su vicepresidenta, hoy misteriosamente ausente del foro
público. Las cabezas de los dirigentes políticamente muertos por haber
albergado ideas distintas a las de la recta razón, monopolio exclusivo
del 155. Tal es la realidad que M. Rajoy invita a aceptar a los futuros
gobernantes catalanes si no quieren perder sus cabezas.
De
pronto, algún recurso escénico, algún truco inesperado provoca un
repentino cambio de escenario y de la sala de prensa de La Moncloa
pasamos a una habitación en Bruselas con dos banderas catalana y
europea, unas discretas luminarias navideñas y, en lugar de M. Rajoy,
nos habla uno de sus descabezados, demostrando con hechos aquello de los muertos que vos matáis gozan de buena salud.
También hemos cambiado de realidad. La realidad del lazo amarillo. La
realidad de unos candidatos electos presos o exiliados, impedidos de
ejercer sus derechos políticos. Ahora, el presidente del gobierno
legítimo de la Generalitat exige al del gobierno de facto que acate el resultado de las elecciones
Se
oye mucho esa aparentemente sensata (y resignada) consideración de que
es absurdo y además imposible gobernar por internet. Depende de lo que
se entienda por gobernar. Por ejemplo, la cuestión ahora es saber cuál
de las dos fórmulas acabará configurando la realidad real, si el 155 y
la dictadura o el restablecimiento de la Generalitat legítima. Y esa es
una decisión de gobierno a distancia.
Se
quiera o no, la cuestión catalana se ha internacionalizado,
especialmente se ha "europeizado". La intervención de distintas
instancias europeas es cada vez más evidente. El gobierno ve cómo se
reduce su margen de maniobra en parte por su incompetencia (aunque esto
no se lo confiesa), y en parte por la habilidad de sus adversarios,
capaces de mantener una relación intensa entre los dirigentes y la
amplísima base en que se apoyan.
Se ponga como se ponga el bloque del 155, en Europa no es aceptable un Estado con rehenes, con presos políticos.
En
el PSOE se han enfadado del todo con Podemos por el supuesto apoyo de
este al independentismo. Es una excusa porque todo el mundo sabe,
incluido el PSOE, que Podemos no apoya el independentismo. Entre ellos
lo resolverán. El PSOE hace visible así su exquisita centralidad entre
el independentismo y el "inmovilismo" del gobierno. Es preciso
encontrar alguna fórmula intermedia, satisfactoria para todo el mundo.
Mientras la encuentran, ¿qué tal si piden a su socio, el PP, que levante el 155 y permita que se constituya el govern legítimo? Sin prejuzgar el resultado que, cuando menos, las partes puedan actuar en igualdad de condiciones. Se llama juego limpio, algo por lo que el socialismo ha luchado siempre.
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Si no me equivoco, Puigdemont no menciona una sola vez al Rey. Es lógico; es el presidente de una República.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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