La afirmación de Puigdemont es
aplastantemente cierta. Si se cede, se habrá perdido todo. Por eso,
nadie parece dispuesto a ceder. Los tres partidos independentistas y las
fuerzas sociales siguen siendo independentistas de debò. Pero
también puede perderse todo sin que nadie ceda. Basta con dividirse y
enfrentarse. No es solo una cuestión de resistencia, sino de resistencia
eficaz.
Sigue
dando que hablar la cuestión de la unidad con la que, tengo la
impresión, nadie está cómodo. No se ha juzgado posible una lista de
país. Quienes contemplamos la política y opinamos sobre ella pero no la
practicamos, nos enteramos de las decisiones una vez tomadas y suponemos
que quienes lo hayan hecho habrán tenido sus razones. La controversia
es muy viva y se esgrimen motivos de distinto peso pero variados en un
sentido u otro, con mezcla de consideraciones de todo género, incluso
personales y sentimentales.
Es comprensible. Cataluña está asistiendo a
su propio parto como República Catalana. Es la parturienta, el recién
nacido y la comadrona al mismo tiempo. Todos deben esmerarse.
Especialmente, la comadrona.
Los
indepes merecen un voto de confianza respecto a que la división en
candidaturas independientes es meramente táctica y el objetivo
estratégico sigue incólume por la única vía por la que es posible: la de
la unidad. Y tengo una razón para sostenerlo. Las tres listas que se
perfilan (la del presidente, con o sin PDeCat, la de ERC y la CUP)
tienen un elemento en común muy significativo: las tres quieren ser transversales. A falta de una, hay tres listas de país. Es lógico, la transversalidad manda.
La
transversalidad de los tres millones de ciudadanas que el 1/10 votaron
en el Referéndum, arrostrando una brutal represión y con los cuales
todas las listas independentistas, sean una o mil, tienen una deuda de
sangre.
La pregunta que se hacen numerosos
analistas es ¿cómo puede seguir en el gobierno un presidente y un
partido metidos hasta el cuello en la Gürtel? Suelen añadir que en
ningún país de Europa pasaría algo así. Pues, una de dos, o esto no es
Europa o Rajoy no tiene nada que ver con la Gürtel. Elijan.
Rajoy
tiene todo que ver con la Gürtel. No solo la ha amparado y se ha
beneficiado de ella, sino que es razonable pensar que fuera su
instigador. El instigador de una asociación que los jueces consideran
delictiva.
En efecto, ¿cómo es posible que alguien así siga siendo presidente del Gobierno? Muy sencillo, porque la Operación Cataluña no
solo es guerra sucia del Estado, sino amplia cortina de humo para tapar
la corrupción estructural del gobierno y su partido. Mientras, tanto,
probablemente se seguirán saqueando las arcas públicas. Se tapa así la
prueba fehaciente de que España no es un Estado de derecho, diga El País lo que diga. Y no lo es porque no solamente hay quien está por encima de la ley sino también quien está fuera de la ley, en el gobierno y en su partido.
Añádese
a esta penosa situación el hecho de que Rajoy gobierna de forma
dictatorial. No solo en Cataluña, sino en todo el Estado. Lo que el
periódico llama caritativamente "paralizar a sus rivales políticos"
en realidad es paralizar las instituciones. Los rivales políticos están
literalmente aniquilados desde el momento en que ni siquiera han
conseguido derogar la ley Mordaza y la reforma laboral, ni poner
una moción de censura, ni... nada. La paralización de las instituciones,
en realidad, su destrucción, es más grave. Rajoy veta todas las
proposiciones de ley de la oposición con ese ridículo "privilegio
presupuestario" y, a su vez, gobierna por decreto. Si no yerro, en lo
que va de legislatura, el Congreso ha aprobado dos leyes.
Es
una dictadura de hecho por la irresponsabilidad absoluta del ejecutivo,
la irrelevancia del legislativo y la sumisión del judicial. De
democracia no tiene ni la fachada; basta pensar en los medios. Y la
oposición no hace más que el ridículo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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