Con esta sentencia de Catón el Viejo terminaba el artículo “El error
Berenguer”, publicado por Ortega y Gasset, el 15 de noviembre de 1930 en
el diario El Sol, denunciando el apoyo de Alfonso XIII al Rajoy de
entonces. Seis meses después, el Rey se dirigía al exilio y se
proclamaba la II República. Puede estar tranquilo Felipe VI. No se verá
hoy obligado a leer algo así, dada la corrupción intelectual al servicio
de la Moncloa.
Ya lo decía bien Bertrand Russell, los poderosos lo son
porque poseen el poder de la opinión. Pero el gol político que la
comandante de la salvajada de Barcelona, reprobada in pectore, le ha
metido a la Zarzuela es de aquellos que pueden barrer a los Borbones.
Como muy bien advertía Ortega, “nosotros, gente de calle, de tres al
cuarto y nada revolucionarios, tenemos que decir a nuestros
conciudadanos : ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡ Reconstruidlo!”
Quienes han redactado un discurso fascista para que lo lea el Jefe
del Estado atan la suerte incierta de Rajoy a la de Felipe VI. A menudo
se olvida que no son las camisas azules y el brazo en alto lo que define
el fascismo. Llevaba traje y corbata la derecha que se sentaba junto a
Franco y asesinaba a Grimau, como Fraga y demás fundadores del PP. La
Moncloa sintetiza hoy lo que es el fascismo: el rechazo visceral a la
plurinacionalidad de España, la alergia a las urnas y la reducción de
los conflictos, sean territoriales o sociales, a un problema de orden
público. Si el Estado español está en serio peligro de ruptura, se debe
tanto a la irresponsabilidad del PP como a la concepción neofranquista
de la unidad de España. De lo que se deriva que se nieguen al diálogo,
rompan las urnas y apaleen ciudadanos pacíficos.
Precisamente por esa intolerante manera de ser, el PP ni quiere ni
puede defender el Estado democrático. Hoy por hoy el diálogo quebraría
internamente a un partido carcomido por la caverna que Rajoy ha
alimentado durante una docena de años con la cuestión catalana. No en
balde su emblema es una gaviota, animal que se alimenta de carroña. Si
se les cortara este sucio alimento, el Partido Popular acabaría en la
descomposición. Su cemento es el odio a las demás naciones que componen
España.
Ideológica, política y electoralmente viven de la confrontación
de los pueblos. Eso explica la muy clara estrategia preconstitucional
que desarrollan instrumentalizando el desafío de la Generalitat. Volver a
los tiempos de Arias Navarro es el objetivo claramente señalado por
Aznar cuando afirma que la derecha cedió demasiado a los nacionalistas e
izquierda.
El grave error de Felipe VI es convertirse en un Rey demediado.
Desde su muy desafortunada intervención televisada, aplaudida por las
plumas de la caverna, solo aparece como Jefe de Estado para la derecha,
PP y comparsa. Si hace muy pocos días, Rajoy era derrotado en el mismo
Congreso de Diputados a través de la derrota de una moción de apoyo a su
política represiva, ¿cómo es posible que el Jefe de Estado presente
como política de Estado lo que solo es una política de gobierno en
minoría? Si su padre, el Rey Emérito, hubiera hecho lo mismo, nos
encontraríamos ya en la III República. O el Rey rehace lo hecho por
Juan Carlos, borboneando a Rajoy y sus bufones, o la crisis del
gobierno, hoy transformada en crisis de Estado por el PP, será mañana
una crisis institucional como la de 1931.
No cabe esperar que el IBEX 35, muy preocupado por el error Rajoy, ni
Alemania, alarmada por la incompetencia del PP, vayan a solucionar lo
que solo pueden solucionar las fuerzas políticas democráticas. Los
primeros porque se mueven entre el miedo a la estupidez de la Moncloa y
un cierto pánico a una alternativa progresista que, además de resolver
el problema territorial, termine con la barra libre económica de la que
se benefician; los segundos porque si han tragado con el autoritarismo
de los gobiernos húngaro y polaco ¿por qué no van a tragar con la
dictablanda española?
Al fin y al cabo, Alemania nos impuso a Franco,
apoyó los cuarenta años de franquismo e impidió un gobierno provisional
democrático muerto el dictador. Ni el marxismo patatero, que reduce todo
lo político a lo económico, ni el euroilusionismo, que sigue creyendo
que Europa es la solución, va a resolver esta crisis de España.
La respuesta no es menos democracia, tesis del PP y su muleta parda,
sino más democracia como reza la pancarta colocada en el ayuntamiento de
Barcelona por Ada Colau. No es retroceder hacia 1976, tesis de FAES,
sino avanzar hacia 2017 desarrollando todo lo que fue frenado entonces
por la correlación de fuerzas. Hay que completar la transición
democrática frenando la involución en marcha. Toda la oposición
democrática debería confluir en una moción de censura contra el gobierno
Rajoy sin esperar a un PSOE descompuesto, desnortado e impotente.
Más
que apelar a un Pedro Sánchez, que no gobierna más allá de Ferraz, hay
que emplazar a la conciencia democrática, socialista y republicana de
cada uno de sus diputados para que voten en defensa de la democracia.
Como bien diría Ortega y Gasset, la tarea política de hoy consiste en
reconstruir el Estado democrático. De lo contrario, la democracia, la
Corona y España tienen sus días contados.
(*) Periodista
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