España conoce bien los efectos de la censura informativa tras largas décadas de cortapisas a la libertad de prensa.
Llegado el fin de la dictadura, la información se democratizó hasta
desembocar en la situación actual, de flujo comunicativo constante
gracias a la era digital. El tremendo impacto del 1-O en las redes sociales ha desbordado las agendas políticas.
Gracias a los móviles, la jornada del referéndum se convirtió en la apoteosis del vídeo viral. Las contundentes imágenes de la policía actuando en los colegios electorales dieron
la vuelta al mundo y fijaron una representación muy negativa de España.
Prueba de ello es que el delegado del Gobierno en Catalunya, Enric Millo, ha pedido disculpas a las personas afectadas por esas cargas policiales.
Las repercusiones del 1-O han alcanzado a varios sectores. El más afectado en los últimos días ha sido la banca, que ha copado las portadas con los cambios de sede social de
algunas entidades. Los acontecimientos recientes sitúan la realidad en
otra dimensión y generan una enorme preocupación en la sociedad
catalana.
Una declaración unilateral de independencia sería un
tremendo error político. Otro sería alegrarse en demasía por estos
movimientos empresariales. Atención al peligro de tratar a los catalanes
como extranjeros. Lo que se pretende es precisamente todo lo contrario.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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