Ríete de las fake news de América de Trump! La primera
víctima de los hechos de septiembre ha sido la información. La prensa de
Madrid describe lo que sucede en Barcelona con una selección de
anécdotas representativas de la perfidia esencial del independentismo.
El vehículo de la Guardia Civil destrozado, la fachada empapelada de la
madre de Rivera, los alcaldes socialistas señalados, el pressing a los
periodistas de las televisiones...
Son anécdotas tristes, lamentables,
condenables, pero no más que otras que son silenciadas: desde detalles
como la destrucción del coche particular de un independentista
justificada con una vengativa nota hasta la gran coacción general: las
admoniciones que el fiscal, el ministro portavoz y otros cargos del
Estado formulan contra los movilizados que ejercen en plazas y calles su
derecho a la libertad de expresión.
La acusación de sediciosos (poca
broma: ¡ocho años de prisión!), coacciona muy severamente su derecho a
la protesta. Ahora bien, el silencio más elocuente de la prensa española
guarda relación con la conculcación de los derechos básicos de las
personas detenidas o de las empresas registradas sin una orden judicial
clara, sin acusación precisa, con una discrecionalidad por parte de la
Guardia Civil que no veíamos en Catalunya desde 1976.
Maravilla, un relato periodístico tan sesgado. Es como
si la sensibilidad democrática del periodismo y de la intelectualidad
española sólo tuviera ojos para los errores del independentismo,
obviando el inefable comportamiento del Gobierno de Rajoy, y las más
que sospechosas connivencias entre las máximas instancias del poder
judicial y el ejecutivo.
La prensa capitalina silencia una parte de la realidad y,
al mismo tiempo, hace un uso muy peligroso del lenguaje: habla de
“tumultos”, no de concentraciones; habla de ataques a personas o
instituciones cuando los concentrados utilizan tan sólo papel o
palabras. Cuando el Partido Popular, en un panfleto, señala a los
concejales de Madrid que han participado en las protestas de estos
días, los medios de comunicación o bien no lo reportan o lo dan por
bueno. Es decir: lo que es diabólico en los jóvenes de Arran es
angélico si lo hace el PP.
Hace años que se desde Madrid se tacha de propagandista a
la prensa catalana, pero el tópico no resiste la comparación entre los
diarios de Madrid y los dos principales de Barcelona: los barceloneses
incluyen el relato de todos los hechos, no sólo los que convienen a su
línea editorial, y proponen una amplia variedad de opinión. Es verdad
que en la radiotelevisión pública catalana predomina el propagandismo.
Pero ¿acaso son ecuánimes la radiotelevisión española, las cadenas
privadas y los periódicos con sede en Madrid?
La constancia y la parcialidad denigratoria del periodismo
es una de las causas principales de todo lo que ahora está pasando.
Puede que la causa principal. Boban Minic, un gran periodista de
Sarajevo refugiado en el Empordà desde el final de la última guerra
balcánica, sostiene que aquella guerra nació de las medias verdades, las
mentiras, la doble moral y el silencio ante los errores y abusos
propios que la prensa de cada territorio de la ex-Yugoslavia fabricó.
Mucha atención. Jugamos con fuego.
La mayor parte de los españoles no saben las causas de lo
que sucede en Catalunya porque no han sido explicadas. El periodismo
español sigue practicando con Catalunya el juego de la comadreja y el
gallo, una fábula de Esopo. La comadreja quería zamparse el gallo, pero
necesitaba una razón para hacerlo y le acusó de no dejar dormir a los
hombres. El gallo contestó que los ayudaba a despertarse. La comadreja
lo acusó entonces de tener demasiadas novias, y el gallo contestó que
así ponían más huevos. Cada respuesta del gallo era inútil, porque la
comadreja presentaba una nueva acusación. Lo que ella quería era comerse
el gallo; y así lo hizo.
De los catalanes se ha dicho todo desde el tiempo de
Quevedo: que eran egoístas, tercos, bandoleros, desleales,
individualistas, carlistas y, por tanto, demasiado derechistas, pero
también demasiado republicanos, etcétera. Yo, personalmente, he tenido
que hacer frente a las siguientes críticas por haber ejercido la
catalanidad: en tiempos de Franco, era separatista e imitador de perros
(no me lo dijeron sólo en la mili).
En la universidad, hablar en catalán
en las asambleas era burgués. En democracia: mi lengua no servía para
hablar de física (Suárez), era contraria a la igualdad (González),
opuesta a la razón ilustrada (Savater), contraria a los derechos
individuales (C's), incívica y antisocial (Manifiesto por la Lengua
Común). Ahora es contraria a la democracia. Las razones van cambiando,
pero persiste el fondo: la catalanidad siempre es sospechosa. El
catalanismo ha cometido históricamente muchos errores. Y seguramente
ahora los repite. Pero no se puede negar que la cultura política
española se divierte provocándolos.
En un proyecto colectivo, la esperanza y el futuro
dependen de la lealtad mutua. A los catalanes, la lealtad siempre les es
exigida; tanto como les es regateada.
(*) Escritor español en lengua catalana
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