A la agricultura española se le presta poca atención, es el pariente
pobre de la economía. Este año, el desamparo del sector puede alcanzar
cotas bastante calamitosas ya que la sequía, las heladas primaverales y
algunas inclemencias de la climatología, que ha presentado muchos
altibajos y un ejercicio a destiempo de la lluvia y de las temperaturas
propias de cada momento, han destrozado cosechas en fases muy tempranas,
agostando en flor numerosos arbustos y plantas, tanto en la familia
cerealista como en los viñedos y en los árboles frutales.
Vamos a tener,
en suma, una campaña complicada para el campo, con producciones escasas
y por lo tanto precios en alza, lo que no beneficia precisamente a los
agricultores ya que erosiona sus rentas y reduce sus labores.
El impacto de la adversa meteorología está siendo de especial
intensidad en la amplia Castilla así como en algunas zonas de Aragón y
Navarra, con daños de cierta relevancia en algunas denominaciones de
origen que generan un importante valor añadido a la economía española,
algunas de ellas gracias a su elevado y creciente potencial exportador.
El daño en las superficies cerealistas es alto pero en los cultivos de
mayor valor añadido, como los vinícolas, algunas producciones ya son
irrecuperables este año.
En algunos casos, las pérdidas afectan hasta el
60% de la superficie de cultivo, lo que da una idea del efecto que ello
pueda tener en las recolecciones de algunas zonas de especial
dependencia del vino o de otros productos como el aceite, en este caso
menos dañado ya que en Andalucía el impacto parece que ha sido algo
menor.
La agricultura ha perdido mucho peso en el PIB del país, es decir, en
el conjunto de la producción nacional, ya que los avances
impresionantes de algunos sectores como el turismo o algunas ramas de la
industria, han tomado la delantera en estos últimos años. Pero las
producciones del campo español se merecen un especial cuidado debido al
creciente aprecio que algunas de ellas están cosechando en los mercados
internacionales.
El sistema de aseguramiento de las cosechas ha avanzado mucho, de
forma que los agricultores ya no viven a la intemperie que caracterizaba
su existencia hace algunos lustros. Una parte de los costes de estas
cautelas está cubierta por el sector público. Pero con todo, las
coberturas de los seguros contratados no llegan a facilitar el grado de
bienestar y tranquilidad que demandan quienes se dedican a las tareas
agrarias, cuya subsistencia depende en exceso de los caprichos de la
naturaleza.
Un reforzamiento de los seguros agrarios cubiertos por el
Estado podría ser una fórmula necesaria ante eventualidades como la que
está atravesando en estos momentos el agro español, que amenaza con
prolongarse durante los meses venideros, hasta el inicio, aún lejano, de
la nueva campaña. Además, algunas de las carencias de la actual campaña
(es el caso del vino, sobre todo) no tienen posible recuperación en el
futuro y las pérdidas simplemente se consolidan.
Por desgracia, el campo tiene pocos valedores en la vida pública. El
campo no es, o no parece ser, una prioridad para casi ningún partido
político, centrados en otras labores de aparente mayor rentabilidad
electoral en el corto plazo. Una pena que nos puede pasar alguna que
otra factura no deseada.
(*) Periodista y economista
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