Buena parte del trabajo de las personas y grupos progresistas se
centra en denunciar los abusos, las manipulaciones de la verdad, los
delitos impunes, el saqueo del dinero público, las complicidades
existentes entre políticos corruptos y corrompedores empresariales, el
papel de la prensa, las televisiones y las emisoras de radio en, por una
parte, el ocultamiento y por otra la defensa de los intereses de los
que ejercen el poder institucional.
Las denuncias se suceden, se acumulan y yuxtaponen dibujando una
imagen de la realidad en la tela de ese cuadro cuya exhibición pública
debería producir cambios políticos significativos. Si no se producen es
que faltan pinceladas, y en este convencimiento se investigan más
corruptelas, contubernios y delitos, investigaciones que dan lugar a
nuevas denuncias. Algunas de ellas obligan a los denunciados a
comparecer ante la justicia y, a veces, los tribunales dictan sentencias
que deberían ser ejemplares. Pero los condenados a penas de cárcel
siguen en sus casas, se pasean impunemente por España o viajan al
extranjero. Estos hechos se añaden al cuadro mismo, que cada día que
pasa es más detallado y preciso.
Los denunciantes no pierden la esperanza de que sus desvelos
produzcan los efectos deseados, de que el conocimiento de la realidad
modifique los comportamientos de la población española, las adhesiones
políticas y el sentido del voto. Porque el postulado que funda la acción
de los denunciantes no se discute nunca: la parte – mayoritaria – de la
población que vota por aquellos que la explotan y subyugan, lo hace
porque no sabe lo que pasa. Basta con conseguir que lo sepa para que los
comportamientos se modifiquen.
Sabemos que, a pesar de la cantidad arrolladora de denuncias que se
han hecho públicas estos últimos años, el voto por los partidos
conservadores sigue siendo mayoritario, gracias a la aparición de
Ciudadanos en la escena política y a la colaboración del PSOE en el
mantenimiento del PP en el poder. ¿Podemos afirmar que esto es así
porque los votantes no se han enterado, porque no han aprendido la
lección? ¿Debemos imitar a los maestros de escuela y repetirla una y
otra vez? En cualquier caso, es lo que se está haciendo: si las
denuncias no han funcionado hay que suministrar una dosis mayor. Y
mejor.
El proceso de perfeccionamiento y mejora de las denuncias está
pasando por un análisis de lo que ahora se ha dado en llamar la “trama”,
el complejo de relaciones entre las empresas del IBEX, los políticos y
los medios de comunicación. Este análisis es técnicamente bueno. Pero no
creo que su difusión mejore la eficacia de las denuncias. Vale la pena
explicar por qué.
La hipótesis subyacente a los análisis y a las denuncias es la
siguiente: la sociedad está objetivamente dividida en dos bloques con
intereses antagónicos, la gran mayoría de los explotados y una minoría,
poderosa obviamente, de explotadores. Los separa una línea infranqueable
y los individuos se sitúan en uno o en otro de los bloques, pero no
pueden estar en los dos a la vez. Y desde el punto de vista subjetivo,
los explotados lo son porque carecen de conciencia de su situación. De
ahí que la solución sea la que se da siempre a los problemas de
conciencia: educación, pedagogía a raudales.
Aceptando esta visión de la realidad social, no se contemplan hechos
que no coinciden con ella. El más importante es la existencia de
personas explotadas por el grupo dominante que explotan a su vez a otras
personas. Por ejemplo, autónomos con trabajadores no dados de alta en
la Seguridad Social, profesionales liberales y trabajadores de oficios
como fontaneros, electricistas, carpinteros o pintores que no facturan
su trabajo para pagar menos impuestos y que no retienen el IVA. O
personas, que sin pertenecer al grupo dominante ni explotar directa y
conscientemente a nadie, se benefician de una u otra manera de la
situación global de explotación. Estas dos categorías de individuos son
muy numerosas. Y son categorías objetivas, no meros productos de
suposiciones sobre el estado de las conciencias de unos y otros.
Por ello, la representación de las relaciones de explotación y de los
beneficios que genera el sistema no puede ser la de un conjunto
dividido en dos subconjuntos mediante una línea infranqueable y debemos
utilizar otra imagen, la de una pirámide. Entre el grupo dominante, la
cima de la pirámide, y la base totalmente desvalida existe entonces una
gradación de las cuantías de beneficios e intereses ligados al sistema
de explotación. El número de beneficiarios aumenta al disminuir el
volumen de ganancias de cada segmento. Y aumenta exponencialmente la
dificultad de las investigaciones empíricas en esas franjas intermedias.
Quizás la ausencia de datos sea una razón adicional que abunda en la
adopción de la imagen, simplificadora y falsa, de una sociedad donde
solo existen explotadores (pocos) y explotados (muchos).
La importancia numérica de las personas situadas en esas franjas
intermedias, la de los explotados que se benefician del sistema global
de explotación es enorme, aunque, como ya hemos dicho, sea difícil de
estimar con precisión. Lo que cabe pensar es que esos colectivos tengan
conciencia de sus intereses en el mantenimiento de un sistema que les
beneficia y que actúen en consecuencia. De la extensión de esas
situaciones objetivamente intermedias y de la conciencia de sus
intereses dan fe los resultados electorales. Es decir, las mayorías de
votantes conservadores.
(*) Profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid
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