Dicen que Trillo es un especialista en
Shakespeare. Ignoro si lo es o no pero sí parece uno de sus héroes o
contrahéroes, el protagonista de una tragedia en la que perdieron la
vida 75 personas, 62 de ellas compatriotas, doce ucranianas y una
bielorrusa. Desde el principio estuvo claro que Trillo, políticamente
responsable de la tragedia, no estaba dispuesto a que 62 cadáveres
acabaran con su carrera política y su ambición de ser ministro,
embajador, archipámpano.
Desde el primer momento luchó por desviar la
atención de su persona, por disfrazar la realidad, que llegó a ser
siniestra cuando, por las prisas aducidas por el Ministerio para
realizar las ceremonias de rigor y quitarse el asunto de encima, se
identificaron erróneamente bastantes cadáveres y se entregaron a los
allegados asegurándoles, siendo ello falso, que eran sus familiares.
Realmente una historia siniestra por la que más tarde fueron condenados
tres militares del generalato mientras el ministro resultó exonerado de
culpa. Posteriormente, Rajoy indultó a los generales sobrevivientes. Uno
había fallecido.
Es
una historia trágica en aras de la ambición de un hombre sin
escrúpulos, un Ricardo III, capaz de los más odiosos crímenes por
detentar la corona, pero no tan inteligente. Una actitud muy
generalizada en el partido del todavía embajador en Londres. Es una
organización en la que no dimite nadie salvo que lo pillen literalmente
con las manos en la masa. ¿Pues no dijo en su momento el hoy jefe de
Trillo y entonces ministro que el desastre del Prestige, que
trajo la ruina y la muerte a las costas gallegas se reducía a unos
"hilillos de plastilina"? Esa es la base por la que Rajoy es conocido en
Twitter y aledaños como el señor de los hilillos. La gente se
somete al gobernante tiránico o incompetente o ambas cosas, pero se
burla de él. Alguien debería recoger los chistes sobre Franco, que los
había a manta.
En
cuanto a Trillo, la carrera del personaje está repleta de momentos tan
turbios y faltos de dignidad como el del Yakovlev 420. Según parece el
hombre es miembro de la secta del Opus Dei. Es curioso que alguien hecho
a tratos tan edificantes y celestiales pueda haber llegado a subvertir
las normas éticas más elementales. Entre ellas, no mentir.
En el año
2011 Trillo declaraba que la Gürtel era un montaje del que responsabilizaba al entonces ministro, Rubalcaba y defendía a Bárcenas.
Con todo el papo. También en esto, aplicaba la doctrina de su partido,
fijada en aquella histórica comparecencia de la plana mayor del PP en
2009, presidida por Rajoy para explicar que la Gürtel no era una conspiración del PP, sino una conspiración contra el PP
para acusarlo infundadamente de corrupción. Con gesto de circunstancias
escuchaban la arenga Camps, Mato, Monago, Cospedal, Arenas, Aguirre,
Sáenz de Santamaría y la recientemente difunta Rita Barberá.
Trillo
fue también, al parecer, quien apañó la complicada operación de
ingeniería procesal por la que el PP consiguió librarse del juez Garzón,
con un procedimiento harto cuestionable, repleto de triquiñuelas y un
resultado que ningún ciudadano ecuánime puede celebrar. Así que la
tendencia es vocación.
El Yak 42 era un hito más en esa carrera de
desenfrenada ambición que ya había mostrado precedentes, como un caso de
comportamiento de gorrón en un episodio de amenaza de epidemia de
meningitis en Madrid, que tenía nerviosas a las autoridades. Un hito más
pero el de mayor relevancia, el más trascendental porque costó la vida
de 75 personas. Ahora dice el Consejo de Estado, alto órgano
consultivo, que el Ministerio fue responsable de la catástrofe. No
culpable, pero sí responsable.
Eso quiere decir en román paladino que la
tragedia se pudo evitar porque el Ministerio estaba informado de las
circunstancias y el peligro que entrañaban y no hizo nada. Sabía que en
un año se habían estrellado otros dos aviones de la línea charter que
gestionaba el Yakovlev 420 y no hizo nada. La máxima autoridad de ese Ministerio, el ministro de entonces, es responsable de lo que pasó. Y lo
dice el Consejo de Estado, presidido por Romay Beccaria, un hombre que
fue subsecretario en el régimen de Franco.
Trillo es moralmente responsable de la muerte de 75 personas.
Es
incomprensible que el Reino de España mantenga como embajador en la
Corte de St. James a un hombre en esta circunstancia. La respuesta de
Rajoy, en su habitual bajura, no merece comentario. Pero cabe formular
una hipótesis en la que el gobierno no habrá pensado, según su
inveterada costumbre de no hacerlo: ¿y si algún MP británico pide en los
Comunes al gobierno que la Corona retire el placet al embajador español?
¿Quién arruina a quién?
“Politicon”
vaticina que Puigdemont es uno de los personajes europeos que pueden
“arruinar el año 2017”. Ese concepto de ruina es demasiado abstracto.
Hay que averiguar no qué se puede arruinar sino a quién. En principio la
ruina tiene tres posibles pacientes, España, Cataluña y la UE. Con
respecto a las dos primeras las posibilidades de Puigdemont son muy
buenas. Si se produce la independencia, es posible la ruina de España,
pero no la de Cataluña. Si no se produce, la ruina de Cataluña no es ni
probable. Ambas posiciones ganadoras, así que “Politicon” sabrá lo que
dice. En cuanto a la UE, será preciso ver qué situación movería su
intervención, cosa que, como siempre, dependerá de quién se perfile como
ganador.
De
todas formas lo profundamente erróneo de ese vaticinio reside en su
personalización. Da a entender que haya o no confrontación grave entre
España y Cataluña depende exclusivamente del capricho del presidente de
la Generalitat. La movilización social, institucional, política en pro
del referéndum de autodeterminación y en parte, asimismo, de la
independencia, al parecer, no cuenta.
La
presión en pro del referéndum y, dentro de él, de la independencia no
obedece al designio personal de nadie. Es cierto que Puigdemont no es un
presidente electo como lo hubiera sido Mas a quien en definitiva se
votó primero y se vetó después. Pero ha sido designado por la mayoría de
votos que había ganado las elecciones. Elecciones en las que han votado
millones en favor del referéndum, de la independencia y de la República
Catalana, un objetivo tan legítimo (los independentistas piensan que
más) como el de dejar las cosas según están, con Cataluña sometida a una
España retrógrada coronada por una monarquía cuya fuente de legitimidad
es el franquismo. Esto, para “Político” tampoco cuenta.
Es
irónico que atribución de la potencialidad arruinadora se dirija en
exclusiva a Puigdemont, que es uno de los polos personalesde la
confrontación, mientras que queda exonerado de responsabilidad alguna el
otro polo, Rajoy. Visto desde fuera es difícil entender por qué en el
actual conflicto entre España y Cataluña, el responsable de la ruina ha
de ser el catalán y no el español, cuya negativa al diálogo se aprecia
en el hecho de que le haya costado cinco años pronunciar la palabra. Lo
mismo le paso a Zapatero con la palabra “crisis” y al contumaz Rajoy con
la de “Bárcenas”. Nada de extraño pues el diálogo es una actividad
profundamente repugnante a un gobierno neofranquista.
Y
esa es la verdadera ruina de España y no solo en 2017, sino también en
los años posteriores, esto es, la que acarrean Rajoy y su gobierno en
su actitud de inmovilismo absoluto: el referéndum no se puede hacer; la
reforma de la Constitución no es necesaria; la legislatura durará
cuatro años; aquí no pasa nada y la respuesta al independentismo catalán
la darán los jueces, la policía, las cárceles y, si es preciso, las
fuerzas armadas. Se apuesta porque el país siga como está en la creencia
de que eso es posible. Lo cual es problemático porque no resulta
factible gobernar un territorio cuya parte más adelantada plantea un
problema permanente de desobediencia institucional.
Dicho en otros
términos, no es posible gobernar un país con un estado de excepción
oculto no menos permanente que la desobediencia a la que se enfrenta.
Porque estado de excepción oculto es la sistemática persecución judicial
de los representantes democráticamente elegidos en las distintas
instituciones catalanas. La deriva hacia un tratamiento puramente
represivo, autoritario y fascistizante del conflicto catalán se ve en la
metáfora de que un antiguo policía franquista, convertido en juez,
encause a un representante democrático catalán, el concejal Coma, con
presunta arbitrariedad.
Si
alguien puede arruinarnos el año 2017 es justamente el presidente Rajoy
porque su obstinada negativa a todo tipo de negociación con la
Generalitat no apunta a una solución del conflicto, sino a su
agudización. A la larga las relaciones entre el Estado y Cataluña pueden
“ulsterizarse”, no en el sentido de que haya recurso a la violencia,
pues está descartado en Cataluña por el carácter pacífico y democrático
del movimiento, sino en el sentido del enquistamiento de una situación
de enfrentamiento permanente entre comunidades y sus instituciones.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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