de viento y mar,
haces la calma,
la tempestad.
Ten de nosotros Señor,
piedad,
piedad, Señor,
Señor, piedad.”
Esta
oración al ocaso de la Armada Española me conmovió profundamente. Su
autor es J. Sánchez Marraco, y su director musical es el coronel Agustín
Díez Guerrero.
No
conozco un solo marino que no sea creyente, porque cuando se desata una
tempestad en alta mar, el mejor barco parece una cáscara de nuez ante
el poder de la Naturaleza, y la vida humana parece insignificante. Eso
nos hace más humildes, y a la vez más creyentes.
Ser
creyente no significa ser más papista que el Papa, ni ser más
oficialista que el Vaticano, porque cada uno cree en lo que siente
sinceramente, según su entendimiento, y ya pasó a la historia la época
de control mental en la que todos los seres humanos estábamos obligados a
creer en lo mismo o ser tachados de herejes. Pero está claro que hay
algo más allá de lo que ven nuestros ojos y de lo que oyen nuestros
oídos.
Nuestra
civilización petulante cree saberlo todo, pero el ser humano ignora
casi todos los misterios del Cosmos, de la vida y de la muerte. No
sabemos cómo hemos llegado aquí, ni a dónde vamos después, y somos menos
que hormigas ante el poderío e infinitud del universo. Creemos que
controlamos muchas cosas, pero lo único que controlamos es nuestro
hormiguero para poder sobrevivir todos los días.
A
los astronautas les pasa algo parecido. Bajan convertidos en místicos,
después de haber contemplado la grandeza e infinitud del Cosmos. Y, los
que han estado cerca de la muerte, experimentan una conversión parecida,
y aprenden a valorar la vida mucho más.
Por
eso nunca está de más el pedir piedad a nuestro Creador, y el ser
conscientes de nuestras limitaciones humildemente, aunque llevemos una
chispa divina que nos convierte en co-creadores del Ser Supremo, y no
olvidar nunca que fuimos creados para cuidar de nuestra Madre Tierra, y
para honrar a nuestro Creador y a nuestros semejantes.
¡Señor ten piedad!
¡Cristo ten piedad!
(*) Periodista
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