Hace unos días El País consideraba el caso Gürtel el pasado
del PP. Las ganas. Si es pasado, será el del eterno retorno y los
acusados que se sientan en el banquillo con caretos de velorio serán revenants.
Pero no es pasado ni mucho menos, sino presente de escándalo, bochorno
colectivo y amenaza. En sala de torpedos, Correa y Bárcenas (aunque este
parece más dado a hablar que a hacer) se aprestan a ponerlo todo otra
vez patas arriba con revelaciones que cualquiera imagina. Nadie cree que
acepten comerse el marrón ellos solos.
El
caso Gürtel simboliza una era, una época de la historia de España,
viene de muy atrás, sin duda, pero es de rabiosa actualidad. Un tiempo
en el que todo cuanto se ha hecho y dicho ha estado directa o
indirectamente relacionado con esa trama presuntamente delictiva que
enfangó la política española, desde el gobierno hasta las CCAA, pasando
por las más altas magistraturas del Estado. Una era de latrocinio y
expolio generalizados. Aquí el que, dedicándose a la cosa pública, no
robaba directa o indirectamente era un infeliz pardillo.
Gürtel
caracteriza un estilo, una forma de hacer y administrar, una
consagración de la doblez convertida en norma: de un lado, la España
oficial, la de los desfiles, la mayoría parlamentaria absoluta, los
campeonatos de fútbol, los ajustes, duros pero necesarios, para salir de
la crisis, pues "navegamos en el mismo barco", la Marca España, las candidaturas olímpicas y el AVE. De otro, la España real, el reinado del hampa. Y un año tras otro.
Todo
empezó el 11 de febrero de 2009, cuando se destapó la Gürtel primitiva.
Rajoy, entonces en la oposición, reunió la plana mayor del PP en Génova
para acusar a la fiscalía de parcialidad y de que lejos de tratarse de
una trama del PP, era una trama contra el PP. Pero, no: era una trama
del PP y entre los asistentes a aquella rueda de prensa había varios
directamente implicados en la Gürtel, como Ana Mato y Francisco Camps,
con cara de no haber roto un plato. Y otros tantos relacionados en los papeles de Bárcenas
como receptores de sobresueldos de procedencia barcéniga, entre ellos
el propio Rajoy, Javier Arenas y la actual vicepresidenta, Sáenz de
Santamaría.
Era
una trama del PP con Rajoy de presidente y siguió siéndolo cuando pasó a
presidente del gobierno. Una trama que estuvo actuando como tal todo
estos años. Los episodios, algunos verdaderamente literarios, están en
la memoria de todos. Solo Bárcenas da para un sainete que podría
llamarse "esa persona de la que usted me habla", un título entre Oscar
Wilde y Jardiel Poncela. Bárcenas, despedido en diferido en la
pintoresca oratoria de Cospedal, no era miembro del partido, pero tenía
despacho en la sede y coche y chófer. El mismo flamante ex-tesorero que
fue destinatario de un SMS del presidente del gobierno en puro estilo
mafioso y, con eso, objeto de una comparecencia parlamentaria de este en
la que admitió que en el PP se pagaban sobresueldos, como en cualquier empresa. Es su idea de la política: una empresa y privilegiada porque no se arriesgan los dineros propios sino los del contribuyente.
Desde
el comienzo, el PP montó su defensa judicial recurriendo a todas las
artes y mañas, las legales y las ilegales. Se constituyó en parte en el
proceso contra Bárcenas para acceder a la información y actuar en
defensa del interesado. Hasta que el juez lo expulsó por su clara
actitud obstrucionista. El juez tuvo que entrar en la sede a practicar
un registro porque el PP se negaba a acceder a los requerimientos.
Después destruyó todas las pruebas a fondo: se deshizo del libro de
visitas y convirtió en pulpa a martillazos los discos duros de los
ordenadores de Bárcenas.
A eso llamaba el PP "colaborar con la justicia".
La
trama Gürtel tenía una hijuela valenciana que había convertido la
Comunidad Autónoma en una especie de corral de cuatreros y forajidos en
el que docenas de administradores públicos de todos los niveles,
autonómico y municipal se habían dedicado a saquear el erario con
procedimientos inverosímiles y voraces prácticas corruptas. Los fondos
de esto y aquello, las subvenciones, los dineros presupuestarios, las
ayudas a las ONGs y el Tercer Mundo, todo pasaba por la trituradora de
la trama y desaparecía en los bolsillos de una recua de truhanes.
Lo de
que hicieran negocio con la visita del Papa es de particular escándalo
para los católicos, pero que el Ayuntamiento en pleno de Valencia, con
su ex-alcaldesa, esté acusado de blanqueo de dinero para la financiación
ilegal del partido supera lo imaginable. Valencia es el epítome del
robo a manos llenas: aeropuertos sin aviones, museos sin actividad y los
chavales en barracones porque no hay dinero para construir escuelas.
La
era Gürtel, sí señor. La moda de enriquecerse defraudando a la Hacienda
pública es su rasgo. Nadie resultaba ser inmune a ella. Hasta la Casa
Real aparecía pringada con los negocios del yerno del Rey y las
peripecias de este último, a medio camino entre la caza mayor y la menor
así como la administración de un cuantioso patrimonio cifrado por Forbes en unos 2.000 millones de dólares que nadie sabe de dónde han salido y de los que nadie da cuenta.
Esa moda caló hondo y, en poco tiempo, la Gürtel tenía competidores en todas partes. Los administradores de Cajamadrid y luego Bankia, al parecer, se llevaban el dinero a puñados, gracias a aquellas tarjetas black, más negras que sus almas. Esos están también dando tema a las informaciones de tribunales. En Madrid, que para eso es Corte, no solo operaba la Gürtel nacional, sino también una específica autonómica, llamada la Púnica, con episodios más pintorescos que la otra: espías de trapillo para denunciarse unos a otros, contratación de empresas más que dudosas para manipular las redes con dinero público en beneficio de los mangantes del gobierno o de tragacirios como la consejera de Educación de Madrid, Lucía Figar, que regalaba el terreno de todos a los curas para sus negocios escolares.
Esa moda caló hondo y, en poco tiempo, la Gürtel tenía competidores en todas partes. Los administradores de Cajamadrid y luego Bankia, al parecer, se llevaban el dinero a puñados, gracias a aquellas tarjetas black, más negras que sus almas. Esos están también dando tema a las informaciones de tribunales. En Madrid, que para eso es Corte, no solo operaba la Gürtel nacional, sino también una específica autonómica, llamada la Púnica, con episodios más pintorescos que la otra: espías de trapillo para denunciarse unos a otros, contratación de empresas más que dudosas para manipular las redes con dinero público en beneficio de los mangantes del gobierno o de tragacirios como la consejera de Educación de Madrid, Lucía Figar, que regalaba el terreno de todos a los curas para sus negocios escolares.
No sé cuántos
consejeros y prebostes de la Comunidad pringados hasta las cejas en una
mezcla de apropiaciones indebidas, mordidas, fraudes, malversaciones y
un ataque furibundo a los bienes del común, a base de expoliarlos y
descapitalizarlos. La educación, la sanidad públicas al servicio de las
privadas como forma de negocio al que no eran ajenos los cargos
públicos. Y la señora Aguirre, experta "cazatalentos", no se había
enterado de nada. Basta con escucharla para darse cuenta de que esta
señora vive en Babia, aunque se cree listísima.
Estamos
en mitad de la era Gürtel. De pasado, nada. Un presente descorazonador.
Ahora, además de la vocinglería de los políticos están las deposiciones
ante los tribunales, las pruebas, los testimonios, las declaraciones de
unos y otros, los careos. La fea verdad de la España real se abre paso
tercamente, a pesar de los esfuerzos de los medios por ocultarla,
hablando de los conflictos del PSOE y hasta de los de Podemos que casi
parece que se los inventen. Porque también ellos están untados hasta las
pestañas con dineros públicos malversados en formas de subvenciones y
publicidad estatal administradas no ya con favoritismo, sino con
criterios de auténticos granujas, por los que se financian los medios
más serviles, no los mejores y/o los más difundidos.
Hay
dos asuntos de los que la derecha no quiere que se hable: Cataluña y la
corrupción sistémica, estructural, simbolizada en la Gürtel y
personificada en Rajoy. Justo los dos asuntos que constituyen la
realidad en los que hay hechos y no mera palabrería, los asuntos que
dominan el presente aunque se quiera ignorarlos. Por más que la
televisión organice tertulias con esbirros a sueldo dispuestos a
defender lo indefendible, la justicia sigue su curso y ante ella habrás
de responder de un modo u otro. Será un espectáculo cuando algún juez
reclame la presencia del presidente del gobierno porque así lo hayan
pedido los acusados y porque, como todo el mundo sabe, es el responsable
principal de este desaguisado, el que se ha beneficiado de él de todas
las formas posibles.
La
era Gürtel es también en parte responsable del desbarajuste del PSOE,
por una vía inmediata y otra mediata. La inmediata son los EREs. El PSOE
andaluz está tan enfangado en la corrupción como el PP. La mediata, la
convicción a que han llegado los caciques y viejas glorias socialistas
de que el conflicto catalán está yendo demasiado lejos y se impone
formar un frente de salvación nacional con el PP. De modo que este
desbarajuste acabará dando el gobierno al PP si la militancia no lo
impide por medio de una revuelta interna que tendrá mayor legitimidad
que la que escenificaron los conjurados del CF hace un par de semanas.
La
Gürtel es este gobierno y cuando los señores de la Gestora, que tienen
de socialistas lo que Palinuro de cura, proponen abstenerse en la
investidura lo que están diciendo es que prefieren un gobierno de la
Gürtel a uno alternativo o a unas terceras elecciones.
Y eso no es de recibo.
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