Durante los últimos 20 años, en los que el Partido Popular ha gobernado
con mayoría absoluta en el municipio de Murcia, la política cultural no
ha sido precisamente algo de lo que pueda presumir. Y dentro de ella, la
gestión teatral desarrollada durante un periodo tan dilatado de tiempo
ha puesto de manifiesto el escaso interés y la trasnochada visión que la
derecha tiene de las artes escénicas. Sirva como muestra recordar el
largo calvario de casi 5 años sin teatro (2007-2012) que los aficionados
hubimos de soportar mientras se llevaron a cabo las últimas obras de
rehabilitación del Teatro Romea, previstas en principio, según se dijo
entonces, para tan solo cuatro meses.
Por eso, no es de extrañar
que el nuevo equipo gobernante -también del PP, pero ahora sin mayoría
absoluta- quiera enmendar la plana a los gobiernos anteriores de su
propio partido y se proponga convocar un concurso público internacional
para contratar a un director artístico que esté al frente, además del
Romea, del resto de teatros y auditorios con que cuenta el municipio.
Siendo
buena la iniciativa, sólo será beneficiosa para la ciudad y para el
teatro si las bases de la convocatoria son acordadas por todos los
grupos políticos que componen el Pleno –no sólo por la Junta de
Gobierno, como ha dicho el concejal Pacheco, de la que únicamente forma
parte el PP– y si se elige un tribunal verdaderamente independiente,
cuyos miembros tengan un acreditado e indiscutible prestigio
internacional en la materia. Por el contrario, si lo que se pretende es
contar con un tribunal dócil que colabore en disfrazar el procedimiento
para que parezca objetivo, con la indisimulada intención de que a la
postre sea realmente ´la vara del alcalde´ la que nombre a alguien de
confianza para recompensarle por los servicios prestados a la causa,
entonces privaremos al público de Murcia de tener unos teatros que sean
merecedores de tal nombre. Por tanto, la idoneidad e independencia del
jurado y la objetividad de los requisitos y del proceso de elección son
esenciales para enmendar el rumbo errático seguido durante las dos
últimas décadas.
Un teatro es valorado principalmente por la
coherencia y el criterio con que se programan los espectáculos que en él
se exhiben, así como por el nivel de las compañías, directores y
actores que intervienen, la calidad y volumen de su masa estable de
aficionados, etc. Todo ello es responsabilidad exclusiva del director
artístico, pero también lo es ofrecer una programación atractiva que
despierte el interés del público, que es, en definitiva, quien compra
las entradas y garantiza que los teatros sigan funcionando. El acierto
en la elección del director no es, por tanto, un asunto menor, ni debe
despacharse nombrando a un amigo, si de verdad se tiene el firme
propósito de alcanzar una cierta reputación –que falta nos hace– dentro y
fuera de nuestros límites territoriales, y de equilibrar y rentabilizar
a la vez, cultural y socialmente, los recursos públicos que a ello se
destinan.
En síntesis, y dependiendo de los objetivos que se
persigan, son tres las fórmulas que pueden utilizarse para elegir un
director artístico: el concurso por invitación, la elección directa y el
concurso público internacional, que es la que finalmente parece que va a
imponerse en el caso de los teatros y auditorios de Murcia, y con la
que estamos básicamente de acuerdo, teniendo en cuenta, eso sí, las
precauciones apuntadas.
Descartadas las dos primeras, es preciso fijar en la convocatoria una lista exhaustiva de requisitos que respondan realmente al perfil que se busca y no sean un mero traje a medida de ningún candidato en particular. La experiencia y perfil internacional deben estar, por tanto, fuera de toda duda, y adecuarse al modelo de gestión artística que se quiera establecer, así como a los parámetros de sostenibilidad económica de la misma y de los distintos teatros y auditorios que forman parte de la red municipal, a cada uno de los cuales es imprescindible dotar de una identidad propia y definida. Debe quedar, pues, suficientemente claro en las bases de la convocatoria que, además de prestigio, experiencia y conocimientos, la visión económica de la gestión y de la programación tendrán un peso decisivo en la elección del director.
En un campo tan maltratado como el de las artes escénicas, tenemos ante nosotros una magnífica oportunidad que no deberíamos desaprovechar.
(*) Periodista
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