Llamativa entrevista en el diario El Mundo de Cayetana
Álvarez de Toledo a Juan Luís Cebrián en la que ambos hablan, de pasada y
sin profundizar, sobre el momento político español y el agotado Régimen
de la Transición que presentan como un idílico proceso exento de
sombras y rodeado de hermosos jardines por donde paseaba a sus anchas el
‘Elefante Blanco’ del 23-F, cuestión que reducen a si Pedro J. Ramírez
tuvo o no ‘cojones’ en la noche oscura del general Armada.
Ambos, la una desde el entorno de José María Aznar y el otro desde el
de Felipe González – dos antagonistas políticos ahora reencontrados en
favor de la justa causa de la libertad de Leopoldo López en Venezuela -,
parten de premisas falsas relativas al proceso de la Transición que no
tuvo un periodo constituyente – como lo hubo en la Suráfrica de Mandela –
y que en realidad se articuló, sin la ruptura democrática, sobre un
pacto entre el franquismo y un PSOE reinventado por la Alemania de Willy
Brandt bajo la supervisión de los EEUU.
Lo que acabó en el crisol de la Constitución Española de 1978,
redactada en secreto al margen del Parlamento y la opinión pública y
aprobada por aclamación, que ha favorecido la convivencia, la
reconciliación nacional – zarandeada por Zapatero – y la modernización
de España. Una Carta Magna sin embargo incompleta y ambigua en las
garantías democráticas lo que condujo a la ‘partitocracia’ y dio pie a
la corrupción.
Como deberían saber Cayetana y Cebrián, en España no hay separación
de los poderes del Estado sino solamente de sus funciones. De manera que
quién gana las elecciones y gobierna con mayoría absoluta o en
coalición con los nacionalistas – como pasó con González en 1993 y Aznar
en 1996 – acumula todos los poderes, Ejecutivo, Legislativo, Judicial, e
incluso el llamado ‘cuarto poder’ de la prensa en beneficio de sus
partidos y editores amigos. Todo ello amparado por la promiscuidad entre
el poder político y económico, el ‘quinto poder’ del Estado, lo que fue
y es una constante del Régimen de la Transición.
Por ello no se investigaron ni se juzgaron como se debió el 23-F, el
GAL, el referéndum de la OTAN – donde hubo pucherazo -, las corrupciones
de unos y otros desde Filesa y Gürtel y al reciente proceso Nóos, ni se
han asumido las ‘responsabilidades políticas’ porque esa cultura
‘puritana’ y anglosajona es propia de las grandes democracias
consolidadas de Occidente y no de la partitocracia española.
En la que, además de la no separación de poderes, brilla por su
ausencia el principio de representatividad en el Parlamento (los votos
no están en justa correlación con los escaños) y la libertad del uso de
palabra en los debates de la Cámara, donde se obvia a el mandato
constitucional, que permite a los diputados no acatar el dictado
imperativo de los jefes de los partidos. Lo que unido al control del
Poder Judicial y de la prensa nos impide hablar de democracia y sí de su
‘hija menor’, esta partitocracia a la española, que entre otras cosas
está en el origen del pantano nacional de la corrupción.
De la crisis de Cataluña, y además de los disparates de Zapatero,
tienen una especial responsabilidad González y Aznar porque nunca
debieron pactar con los nacionalistas cuando carecían de mayoría
absoluta. Para evitar esa temeraria coalición, que incluyó cesiones de
soberanía, PSOE y PP podían haber acordado entre ellos que nunca se
derribaría el Gobierno minoritario del contrario con los votos de los
nacionalistas.
Cayetana y Cebrián coinciden en aplicar el artículo 155 de la
Constitución en caso de rebelión de la Generalitat, lo que parece justo
si se convocara un referéndum independentista. Como coinciden en
criticar la vista gorda de Mariano Rajoy – a quien ambos profesan
especial inquina – en la consulta del 9-N, y dejan en el aire un acuerdo
federal o confederal para reconducir la crisis catalana.
Al tiempo Cebrián descubre – mientras Cayetana suspira por Aznar – su
gran preocupación por el presente y futuro del PSOE, partido que
constituye una pieza fundamental de la estabilidad económica y editorial
del Grupo PRISA, por su hegemonía en el ámbito cultural y político en
la izquierda – donde se ha instalado Podemos – potenciando la influencia
el diario El País como un sólido pilar de la estabilidad
política y del ‘establishment’ económico ante la ausencia, en plena
crisis de los medios de comunicación, de un segundo diario (cómo el que
sueña dirigir Cayetana) liberal y de la máxima calidad.
El balance de la transición ha sido bueno en su conjunto, pero en
esta nueva etapa que ahora se inicia hay mucho que cambiar para pasar de
una vez por todas y para siempre de la partitocracia a la democracia,
que sigue siendo la asignatura pendiente de este tiempo español.
(*) Pseudónimo de un veterano y prestigioso periodista cordobés