Cuando va pasando la vida nos damos cuenta que, de alguna manera, nos
vamos reduciendo y, sin pretenderlo, somos una fotocopia. Todo el mundo
hacemos lo mismo, limitamos nuestra capacidad de pensar y sentir. Cuando
llegamos a este punto, es fácil que alguien nos pueda conducir en una
dirección u otra, somos obedientes, lo que nos dicen 'nuestros jefes' es
lo que hacemos.
La vida la empequeñecemos, cuando tenemos muchas
posibilidades de vivir en plenitud y con plenitud. Nos vamos
autolimitando a la mínima expresión de lo que somos y de lo que nos
gustaría ser, aunque hubo un momento en nuestra existencia que teníamos
horizontes llenos de ilusiones, de esperanzas, de sueños, de
posibilidades y, sobre todo, de ganas de poder alcanzarlos.
El mundo se
ofrecía como un mar de posibilidades, que con esfuerzo, sacrificio,
honestidad y fidelidad podemos llegar a conseguir pequeñas metas, que se
convertían en punto de partida para otras metas. La vida se ofrecía
inacaba, todo en construcción, todo en proceso y con la máxima de dejar
el mundo un poco mejor de que nos lo hemos encontrado.
Pensábamos
que todo es espontáneo, natural, que los acontecimientos ocurren no con
una causalidad, sino por casualidades, hasta cerramos los ojos y
pensamos que el mundo 'no existe', pero, existe ese mundo donde hay
gente que impone su maldad, sus hipocresías y destruyen esperanzas e
ilusiones sí existe y lo primero que nos hacen ver es que ellos son los
que mandan y nos hacen que aprendamos el verbo renunciar y a conjugarlo
en toda su crudeza.
Vamos renunciando a muchas cosas, a muchos valores, a
muchos principios éticos, a muchas esperanzas, a muchos sueños y este
verbo no termina con 'ellos renuncian', sino 'yo voy a vivir mi vida
como pueda y me dejen'. A lo largo de muchos años, he visto con tristeza
y desolación a gente conocida y amiga que ha renunciado a luchar, a
amar, a transformar sus ambientes, a ser ellos mismos, a defender la
verdad que ellos creyeron en un momento determinado.
Aprendemos
por mecanismos de coacciones y de no complicarnos la vida que este mundo
es así y a disfrutar todo aquello que nos permitan disfrutar, no
elegimos nosotros, eligen aquellos que controlan la sociedad, que
condicionan nuestras vidas, porque nosotros hemos renunciado a elegir,
sólo nos dejan hacerlo, por ejemplo, entre la cerveza con alcohol o sin
alcohol, y no es ningún disparate. Podemos elegir lo que está permitido,
elegir más allá de eso es entrar en conflicto.
Por toda esta reflexión no quiero
renunciar a la libertad, a mi libertad de pensar y sentir de lo que vaya
descubriendo y a manifestarlo, a pesar del miedo y la preocupación.
Recuerdo, hace años, que un periodista me preguntó si pensaba que las
mujeres debían ordenarse sacerdotes; a continuación, añadió que si
quería no respondiera, que entendía que no contestaro o que no publicara
la respuesta que pudiera dar si decía que sí.
No esperaba esta
pregunta, me quedé pensativo, porque estaba (estoy) de acuerdo con que
la mujer pueda llegar al ministerio sacerdotal, y que esta Iglesia
rompiera su machismo y su patriarcado; sabía que si decía lo que pensaba
y le decía que podía publicarlo me iba a meter en un lío monumental.
Decidí hacer un acto de libertad y, en efecto, me cayó un buen chaparrón
institucional.
No quiero renunciar a seguir denunciando que
existe un curia romana y no romana que sólo busca el poder, la ambición,
estar al lado de los enriquecidos. ¿Cómo es posible que muchos obispos
mexicanos estén al lado de los narcotraficantes en vez de estar al lado
de su pueblo sufriente, de esas mujeres que son violadas y asesinadas?
No quiero renunciar a mi estilo de vida, no quiero encerrarme en un
traje negro con el clériman para diferenciarme de la gente, quiero estar
al lado de la gente, con mis errores, equivocaciones y mis
contradicciones. No quiero renunciar a expresarme con cariño, con
ternura, con bondad, a querer, a amar, a sonreír, a celebrar la misa
desde la vida y no desde la rigidez de normas litúrgicas. Hay que
compartir la vida, hay que cantar, hay que bailar. Creo que a Dios lo
aburrimos y lo desesperamos con tanto báculo y mitra.
No quiero
renunciar a entender la democracia desde la libertad, la justicia y la
fraternidad, a luchar contra los poderes fácticos, como son los del
Ibex35, a que la gente tenga las condiciones decentes de vida,
materiales y de sentido que les permita vivir en un mundo habitable, con
armonía y calidez.
No quiero renunciar a seguir luchando contra
los desahucios, el trabajo precario, el genocidio de los refugiados, los
recortes en derechos sociales, laborales? No quiero renunciar a estar
al lado de la gente que sufre y que te mira con esos ojos perdidos,
llenos de amargura, sin capacidad de reaccionar.
No quiero
renunciar a vivir la vida con amplitud, sin que me importe el qué
pensarán y el qué dirán, a guardar las formas y la compostura. No quiero
renunciar a la expresividad, a la creatividad, a la reflexión y a
buscar caminos de liberación.
Es verdad que hay momentos en que te
quedas sin fuerzas, en que lloras, en que no sabes qué pensar o sentir,
pero, a pesar de ello quiero vivir la vida con dignidad (sin
arrodillarme), con coraje (que el miedo no impida que siga luchando y
amando) e inteligencia (descubriendo los mecanismos de la manipulación,
la mentira y el miedo). Se trata de vivir la existencia mirando la vida
de frente. Por eso no voy a cambiar de canal cuando veo noticias sobre
temas sociales.
Por eso, animarnos a renunciar al miedo, a romper
las barreras sociales y religiosas y legales, que impiden hacer el
bien, querer y construir una Humanidad con humanidad y no es ninguna
redundancia.
(*) Sacerdote
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2016/06/04/quiero-renunciar/742741.html