Tanto nos ha acostumbrado el gobierno de Pedro Sánchez
a que pocas veces dice la verdad que hemos dado por bueno que hacer
política es eso: decir una cosa y hacer la contraria. El presidente del
Gobierno se ha acostumbrado como ningún otro gobernante a la crisis que ha generado el coronavirus y sus ya regulares comparecencias en televisión se han convertido en una prolija exposición de obviedades, que, sobre todo, constituyen una gran e interminable sesión de autobombo.
Tienen también otras tres características: una apariencia de falsa
previsibilidad en las decisiones y por ello insiste en que España está
haciendo lo que marcan los expertos, la OMS, la ONU o cualquier
organismo internacional; una serie de promesas económicas que nunca
acaban de ver la luz ya que España se encuentra en una situación
económica alarmante y, finalmente, la repetición de cosas que son
literalmente falsas pero que, desde el atril de la Moncloa, transforma
en una verdad irrefutable.
El caso del falso ranking de la OCDE
que situa a España como el octavo país del mundo que más test realiza
es un ejemplo más de cómo se puede propagar una mentira una y otra vez
sin ningún tipo de rubor.
La falacia del tránsito a la "nueva normalidad" que
explica Pedro Sánchez es lo más parecido a un viaje a lo desconocido. Su
propuesta consiste en extender el estado de alarma un mínimo de otras
seis semanas y un máximo de ocho y, a partir de aquí, ir improvisando
parches para llevar a cabo lo que denomina "una desescalada ordenada" que será por provincias y se pilotará desde Madrid.
Sobre todo, que nada huela a comunidades autónomas y que el mando único en el proceso de desconfinamiento
esté donde reside el gobierno español. El trabajo de varias décadas
ordenando los mapas territoriales sanitarios por diferentes autonomías
va, literalmente, a la papelera, porque hay que unificarse a partir de
la provincia.
España camina hacia la ruina económica pero lo hará lo más unida posible. El PSOE ha encapsulado bajo el decreto de estado de alarma competencias
y atribuciones que parecía que solo podía arrogarse un gobierno del PP y
con la aplicación del 155.
Claro que, ahora, a diferencia de cuando fue
cesado el Govern y cerrado el Parlament hay un Ejecutivo al frente de
las instituciones catalanas pero sus funciones, en la práctica, son
bastante papel mojado. ¿Un Govern que no puede tomar ninguna decisión en
la situación más grave para su ciudadanía, como es el coronavirus,
puede ser considerado como tal?
Sánchez e Iglesias han maniatado las autonomías y reducido a la mínima expresión sus
poderes reales y esto tendría que preocupar no solo a Catalunya. Al
País Vasco le está pasando tres cuartas partes de lo mismo. Y eso que
la enorme paradoja es que para la gobernación de España, el Gobierno
necesita a formaciones nacionalistas o independentistas para superar
cualquier votación en las Cortes. ¿Tanto cuesta de ver el final que nos
tienen preparado?
(*) Periodista y director de El Nacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario