De las organizaciones dedicadas a hacer pronósticos la OCDE es
probablemente la que goza de mayor crédito por su objeto social, su
experiencia y desempeño, y la competencia de sus técnicos.
Acaba de
publicar la revisión de su estimación de crecimiento para 2020
(elaborada el pasado noviembre) a la vista de los primeros efectos de la
epidemia del coronavirus, que afectan a la confianza de los agentes
económicos, que restan potencial al turismo mundial y que complican la
cadena de valor de la industria manufacturera y la comercialización de
bienes.
Es prematuro estimar las consecuencias de la epidemia ya que no ha
alcanzado el punto crítico y quedan muchas incógnitas por despejar, pero
los economistas de la OCDE estiman que el impacto del coronavirus puede
restar medio punto del crecimiento mundial, del 2,9% estimado al 2,4%
revisado. Apunta también al escenario más adverso con pérdida de punto y
medio que dejaría el crecimiento en la mitad, con muchos países en
estancamiento o recesión.
A partir del informe de la OCDE vendrá la
avalancha habitual de estimaciones de otros institutos de análisis
públicos y privados, re-estimando sus pronósticos, e influencia en las
decisiones de inversión y gasto de personas, empresas y administraciones
públicas.
Como efecto inevitable aquí el ministerio de Hacienda tendrá que
replantear los grandes números de los Presupuestos 2020 sobre los que
vienen trabajando estos días una vez aprobada la senda de gasto y
déficit y el cuadro macro que definen el perímetro de juego de las
cuentas del Estado.
Habrá que revisar las hipótesis a la baja, a peor.
Cada décima de menor crecimiento se traduce en varias décimas
adicionales de desequilibrio entre ingresos y gastos. Menos crecimiento
significa menos ingresos y más gastos, un doble efecto negativo que
acentúa los desequilibrios.
El BCE anuncia que tomará medidas de estímulo de las economías como
es habitual en estos casos, aunque se caja de herramientas está corta de
recursos e instrumentos. Varios países (Italia, Japón. Alemania…) han
anunciado nuevas partidas presupuestarias para hacer frente a la
epidemia sin concretar su contenido. Porque lo que se destine a este
objetivo tendrá que salir de más impuestos, menos gastos o más deuda y
esos caminos presentan dificultades.
Anticiparse a los efectos de la epidemia (que puede ir a peor con el
paso de los días) puede ayudar a mitigar sus consecuencias, pero también
conducir a errores de juicio y gastos inútiles. No es fácil acertar. De
momento parece indiscutible que habrá que tomarse muy en serio la
prevención de los contagios, que tiene que ver con costumbres sociales,
con hábitos personales y con modelos de socialización.
Temas estos que
requieren pedagogía, paciencia, insistencia, credibilidad, virtudes
todas ellas que no van con el modo de hacer política dominante en estos
tiempos. Nadie había previsto para este año un riesgo como la epidemia
vírica que cuando no ha acabado el primer trimestre del año ocupa todo
el escenario.
Un efecto inevitable será la revisión de los números del Presupuesto y
de sus objetivos, que puede llevar a un nuevo retraso en la
presentación del proyecto de ley, afectado no solo por el humor de ERC,
sino también por la solvencia de los números.
(*) Periodista y politólogo
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