Pues sí. El presidente del Gobierno en funciones ha tenido que descender del Olimpo y la Moncloa marcará el teléfono del Palau de la Generalitat para hablar con el president Quim Torra.
Pedro Sánchez se tendrá que tragar una a una todas las bromas que hizo
hace no muchas semanas sobre las múltiples llamadas de Torra y de las
que presumía que ni contestaba, ni pensaba contestar.
El orgullo hispano
tiene estas cosas: vas de farol, te olvidas de la importancia de la
aritmética parlamentaria y la prepotencia te acaba estallando en la
cara. Obviamente, no ha sido fácil para el líder del PSOE anunciar este
paso ya que previamente ha tenido que organizar una cortina de humo para
que pareciera que no cedía en sus posiciones iniciales y que la llamada
era la cosa más normal del mundo en la España autonómica.
Así ha improvisado, sobre la marcha, en un juego de manos demasiado simplón, unas conversaciones telefónicas con todos los presidentes autonómicos
para hablar de su investidura en las Cortes generales. No se ha hecho
nunca antes, claro está y, en todo caso, lo que ha habido habitualmente
es una ronda de contactos una vez el candidato a presidente ha superado
la votación del Congreso de los Diputados.
Ahora, para diluir una
llamada que inicialmente era de mera educación, ya que Sánchez solo
tenía que ponerse al teléfono, tendrá que hacer 17, una a cada uno de
los presidentes autonómicos, Torra incluido.
El ejemplo es una anécdota pero ilustra a la perfección lo que cuesta
arrancar algo al Madrid oficial en estos momentos. Si una simple
llamada de teléfono ha precisado una negociación de tanta gente
importante, ¿cómo se podrá ir avanzando cuando se entre realmente en
materia?
España ha retrocedido muchos años en las negociaciones
políticas y la clase dirigente ha dejado la agenda política en manos de los jueces
y de unos medios de comunicación audiovisuales y diarios de papel muy
conservadores que se presentan con apariencia de ser de derechas o de
centro izquierda.
Solo hace falta echar un vistazo a lo que allí se
publica y los innumerables altavoces que tienen políticos jubilados
como González, Guerra, Aznar o Rodríguez Ibarra; o barones territoriales
emergentes como el aragonés Javier Lambán o el presidente de
Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, que pese a ser mucho más
jóvenes, a veces parecen sacados irectamente del Pleistoceno de la
política.
Y es que la vejez o la juventud tampoco es pátina de nada. La única
garantía es la profesionalidad, la honestidad, el rigor y la eficacia.
Pero para aquellos que consiguen acreditar estos valores sobradamente,
hoy tampoco es un buen día.
(*) Periodista y director de El Nacional
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