"Isabel Franco no pasará noviembre". Me
lo advirtió a mediados de septiembre alguien que dispone de mucha
información porque se supone que no tiene la misión de difundirla. Y a
renglón seguido me soltó otra perla: «Ana Martínez Vidal será la número
cuatro en las próximas listas autonómicas del PP». Rebatí de manera
espontánea ambas predicciones, que me parecieron extravagantes en un
momento en que apenas acababa de constituirse el nuevo Gobierno
regional.
Sin embargo, empiezan
a aparecer señales, algunas de ellas acumuladas, que parecen ir
trazando un camino en que pudieran darse esas etapas. En primer lugar,
las previsiones electorales del sobrevenido 10N no avanzan nada bueno
para Ciudadanos, de tal manera que, no ya solo Isabel Franco, sino el
propio Albert Rivera podrían dejar varada su carrera política en este
funeral noviembre.
Ciudadanos se escuchimiza electoralmente a
consecuencia de los errores de estrategia de su líder nacional,
secundados en las autonomías por una obligada política de alianzas que
supuso un fraude sobre el relato electoral de centrismo transversal con
que se definía ese partido. La consecuencia es una segura debacle en las
urnas que podría arrastrar la estabilidad del propio equipo dirigente.
Y
dado que Ciudadanos es una organización piramidal que carece de
liderazgo definido en territorios como la Región de Murcia, cabe suponer
que el caos se reproducirá en cascada a partir de la misma noche del 10
de noviembre.
¿Quién manda en
Ciudadanos? Nadie, y es que es así como está estructurado. En la
práctica, si atendemos a la cuota que mentienen en el Gobierno regional,
podríamos deducir que hay un poder bicéfalo protagonizado por Franco y
Martínez Vidal que se decanta desde el principio en favor de la última,
mientras los otros dos consejeros, independientes, deben estar
perplejos.
La competencia entre la vicepresidenta y la portavoz,
que precede a la designación de ambas para tales cargos, pudiera estar
perfectamente diseñada para que se neutralicen mutuamente. El secretario
nacional de Organización, Fran Hervías, se decidió por Franco para que
encabezara la lista autonómica porque para transitar una campaña
electoral la percibió más arrojada que Martínez Vidal, a la que imponía
el miedo escénico; de hecho, todavía no se ha soltado en su función de
portavoz, aunque la teatraliza con discreción y sin polémicas, pero le
falta el punch político de una Noelia Arroyo.
Es
público y notorio que ambas consejeras de Ciudadanos no se pueden ni
ver, y que Martínez Vidal, tanto en el Gobierno como en el partido,
siega la hierba a los intentos de Franco de tratar de dar contenido a un
título más bien evanescente como el de vicepresidenta. ¿Cómo ejercer la
vicepresidencia si el resto de consejeros de su partido no aceptan esa
autoridad, y menos los del PP?
Por otro lado, Martínez Vidal tiene un
mayor anclaje en el sector de sus competencias (Empresa, Industria e
Info), donde además cuenta con el aliento de CROEM, que Franco en el
suyo (Política Social, un ámbito absolutamente minado por el PP) y sus
guiños a movimientos como el LGTBI son recibidos con escepticismo
después de que tuviera que hacer el papel de sentarse a pactar con Vox.
A
Franco le tócó dar la cara tras el proceso electoral, y esto la condujo
a producir en el plazo de un par de meses una hemeroteca imposible de
cuadrar con coherencia. Algunas sobreactuaciones como la carta al
presidente sobre el Mar Menor han contribuido más a deslocalizar la
posición de Cs que a fortalecer una imagen política nítida, por no
hablar de la exhibición de las resistencias internas de su partido a
propuestas como la relativa a la dirección de RTVM.
Su política, en este
caso coherente con lo anunciado por Cs, acerca de los 'menas' y otras
cuestiones en la periferia de los programas educativos está creando
convulsiones en Vox que podrían desestabilizar el apoyo parlamentario
del Gobierno. Franco no duda en ocasiones en chinchar al propio
presidente, Fernando López Miras, aunque éste muestra una paciencia
infinita para no enfrentarse ni siquiera sutilmente a Ciudadanos, y no
es para menos, pues ya ha recibido la amenaza de una posible moción de
censura del PSOE tras el 10N, de modo que la cosa no está para polemizar
con un socio básico, por muy díscolo que éste se manifieste.
Mientras tanto, Martínez Vidal ha
ido ganando puntos por su política coordinada con el PP (partido del
que procede) y la buena sintonía con el hombre fuerte de López Miras,
Javier Celdrán. Sin embargo, también está moviendo las aguas, tal vez
por su excesiva tendencia a controlarlo todo. Su anuncio, sin
encomendarse a nadie, sobre la unificación de los centros tecnológicos
ha creado un gran malestar entre éstos, que se disponen a mostrar
resistencias, así que se ha creado un problema innecesario.
De otro
lado, su reacción ante el hecho de que su propio jefe de gabinete haya
sufrido una pena de prisión por su actividad profesional anterior, si
bien ha sido rápida y ejemplar al dictar el cese inmediato, ha estado
mal justificada en lo que respecta a su responsabilidad en el
nombramiento. Primero dijo que su jefe de gabinete ejercía el cargo de
manera provisional (¿desde cuándo la persona de mayor confianza personal
de un consejero asume el cargo provisionalmente?), y después ha
expresado su frutración porque entiende que a su alrededor 'todo el
mundo sabía' en qué situación judicial se encontraba su colaborador y no
fue advertida del caso, incluso hay quien dice que mañana se dispone a
tomar medidas contra quienes no le informaron.
Mal camino que una
imprudencia personal, que en principio sería explicable, pudiera acabar
en una caza de brujas.
Otra de
las personalidades de Ciudadanos con más visibilidad, el presidente de
la Asamblea Regional, Alberto Castillo, también se distingue por dar de
qué hablar con su política de gastos y de contrataciones a dedo,
remarcando una vocación por el oropel que abunda en su caricatura
cardenalicia y contradice la austeridad en el gasto público predicada
por Ciudadanos como partido liberal, pues así se autotitula.
Es
sorprendente que en tan breve tramo de ejecutoria del Gobierno PP-Cs
todos los escandalillos (súmese la destitución del director de
Emergencias) salten desde el partido que venía a evitarlos.
Más relevancia política adquiere
la nota hecha pública ayer por Cs en que en su nombre, el cabeza de
lista al Congreso, Miguel Garaulet, exige la dimisión del consejero de
Agua, Agricultura y Medio Ambiente, Antonio Luengo, por su
responsabilidad en la situación del Mar Menor. ¿Estoy exagerando o esto
significa una crisis interna insalvable del Gobierno de coalición?
No
cabe duda de que se trata de un movimiento para recomponer la imagen de
Cs (en la carta a López Miras, la vicepresidenta aseguraba que ellos
carecen de responsabilidad alguna sobre el Mar Menor, dado que cuando se
empezó a tolerar su degradación sencillamente no existían como
organización política).
Pero ¿acaso no sabían con quién pactaban y lo
que traían detrás? ¿O es que Cs, cuando firmó la coalición, desconocía
la situación del Mar Menor? Y, por otro lado, ya puestos ¿por qué pedir
la dimisión del consejero y no del presidente que lo nombró?
Será
interesante hacer seguimiento de lo que pasará a partir de ahora. Dudo
mucho que López Miras destituya a Luengo en atención a la exigencia de
su socio Cs. ¿Qué hará, pues, Cs en respuesta a esa negativa? Tendría
que abandonar el Gobierno, pues en su propia lógica los consejeros de Cs
no deberían compartir responsabilidades con un colega al que
responsabilizan de la situación del Mar Menor.
Pero también es dudoso
que hagan algo así.
Mientras
tanto, es innegable la existencia de una doble crisis interna: de Cs
entre sí y entre Cs y el PP. ¿Está, pues, la situación lista para que
Diego Conesa presente la moción de censura antes de Navidad?
Hay otro escenario posible que
depende del test autonómico que podrían significar en la Región de
Murcia las elecciones generales del 10N. Si el PP, a pesar del Mar
Menor, desplaza al PSOE como fuerza política más votada, Cs se despeña
y Vox se fortalece como un seguro
punto de apoyo, tal vez debiéramos prepararnos para considerar unas
elecciones autonómicas anticipadas a celebrar en primavera.
La tentación
soplaría a la oreja de López Miras: se desprendería de sus actuales
incómodos socios, ganaría en las urnas la legitimidad perdida con el Mar
Menor, y se aseguraría una legislatura que no sería más inestable que
la que ahora atraviesa.
En este
contexto, tal vez tengan sentido los augurios del oráculo que citaba al
principio: Franco no pasaría septiembre, es decir, sucumbiría en la
reorganización de Cs por la crisis interna post 1oN, y Martínez Vidal,
extinguida su actual plataforma, podría reincorporarse a las listas del
PP, del que actualmente es su más directa interlocutora. Todo es posible
en América.
(*) Columnista
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