Sea en primera persona o por exalcaldesa interpuesta, todo apunta a
que la gran novedad de la repetición electoral será la presencia de
Iñigo Errejón, al menos en lo que a las listas de Madrid se refiere.
Fobias y filias aparte, hay que convenir en que Errejón es una auténtica
rareza, un tipo de una inteligencia política algo más que notable que
destaca en el mar de mediocridad y tontuna por el que navega nuestra
clase política.
La irrupción en el escenario nacional del considerado como el mayor
“traidor” de Podemos -aunque ya apuntara el único de los monarcas sabios
que hemos tenido que quienes merecen el título y la pena de traidores
son los que, a sabiendas, dejan errar al rey-, no es una posibilidad que
pueda plantearse en el seno de su proyecto sino, más bien, una
obligación irrenunciable.
La política es un tren al que hay que subirse
cuando pasa porque el que no está a bordo simplemente deja de existir o
queda reducido a una sombra indistinguible. Esperar al siguiente no es,
por tanto, una opción razonable.
Azuzado como un espantajo por el PSOE en su simulacro de negociación
con los de Iglesias, está por ver que el factor Errejón no termine
siendo un tiro en el pie para Pedro Sánchez y el vendedor de crecepelo
que le asesora. La suya es mucho más que una izquierda amable,
definición que acuñaron sus excompañeros para desacreditar su
disposición al pacto. Representa un populismo pragmático que asume que
no sólo se puede vivir de los principios, so pena de acabar convertido
en un fanático.
Como explicaba en una entrevista anterior a su tocata y
fuga, no basta con decir la verdad; hay que facilitar las condiciones
para que esa verdad no sea simplemente un brindis al sol. Dicho de otra
manera, es mejor empezar a recorrer camino, aun sabiendo que tu socio
sólo llegará hasta la mitad, que no echar nunca a andar.
Su proyecto puede atraer tanto a desencantados de Podemos como a los
que vuelven a confirmar que el PSOE sólo es de izquierdas en campaña e,
incluso, a otros que siempre han encontrado motivos para no votar a
ninguno de los dos. Pese a que los resultados de las últimas autonómicas
y locales en Madrid no son extrapolables a unas elecciones generales,
sí ofrecían algunos datos reseñables, más allá de que la lista del
“traidor” triplicara en votos a la de la candidata de Iglesias.
El hecho
de que el PSOE se estancara –a diferencia de lo ocurrido en otras
comunidades- y de que la suma de Más Madrid y Unidas Podemos obtuviera
60.000 votos más que los que cosecharon los asaltadores de los cielos
antes de su escisión vendría a demostrar que Errejón puede pescar en
ambos caladeros si echa con tino las redes.
Inclinado aparentemente por centrarse en Madrid y no intentar una
precipitada aventura en otros territorios, el debate se centra en si ha
de ser Errejón el que ponga ahora la cara en los carteles o si es
posible convencer a Manuela Carmena para que sea ella quien encabece la
candidatura. L
a exalcaldesa tiene su público y le ha cogido gusto a esto
de la política. Lejos de su imagen amable de abuelita que hace galletas
a sus nietos, Carmena no se casa con nadie y se dejará tentar por unos y
otros –el PSOE no dudará en ofrecerle caramelos muy institucionales-
antes de dar el mordisco a alguna de las manzanas que se le presenten.
Lo que es seguro es que dejará la marca de sus dientes en una de las dos
piezas de fruta.
Sea Carmena o el propio Errejón el que salga a escena, un nuevo actor
pide un papel en la función de noviembre. Su éxito o su fracaso en la
representación será determinante en la reformulación de Podemos,
aplazada durante estos meses, y no dejará indiferente al PSOE que,
aunque sólo fuera por justicia poética, le estaría bien empleado que
algo parecido a una tempestad le moviera el flequillo después de su
irresponsable siembra de vientos. El de Errejón sería un aire fresco, la
novedad del día de la marmota. Y ya decía Quevedo que si alguna cosa
despierta el bullicio del pueblo es la novedad.
(*) Periodista
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