La irrupción de Más País a
las puertas de una nueva convocatoria electoral supone un enredo
añadido a la intrincada oferta de alternativas ideológicas. Una
perspectiva interesante tiene que ver con los cambios que la aparición
de este nuevo partido ha provocado en el campo de la comunicación
política, particularmente en el de los argumentos en los que los
candidatos apoyan la fuerza de su discurso público. Los líderes expresan
lo que pueden y no lo que les gustaría.
Los condicionantes que les
rodean suelen limitarles el campo de actuación mucho más de lo que cabe
imaginar. Al final, cada uno aborda la realidad sin excesiva libertad de
movimientos, debido a las múltiples ataduras en las que se convierten
los problemas que van surgiendo. Este tipo de estrategias condicionadas
tienen que ver tanto con aspectos puramente operativos como con valores
intangibles.
Un ejemplo: en el primer apartado, el de
las ataduras operativas, podemos observar cómo el salto a la batalla
electoral nacional de Íñigo Errejón ha estado marcado por la peculiar
coyuntura en la que estamos inmersos. Parece claro que Más País no
cuenta con una estructura suficientemente sólida como para abordar la
batalla en condiciones similares a otras fuerzas ya asentadas. Ha
resultado imposible organizar candidaturas en todas las provincias con
un mínimo de control. Ante este imponderable, observamos cómo Errejón
intenta transformar la limitación en un valor político.
Según su
discurso, el partido renuncia a presentarse en aquellas
circunscripciones en las que una mayor fragmentación en las fuerzas
progresistas provocaría la inutilidad de un buen número de votos. Añade
que podrían ser absolutamente necesarios en una contienda tan igualada
como la actual, en términos de bloques.
Con este planteamiento, basado en un evidente problema
operativo, se intenta además contrarrestar uno de los posibles ataques
que podría surgir. La llamada al voto útil de los grandes partidos
siempre arrastra a un tipo de elector preocupado por la eficacia de su
acción. Ante el temor de que el apoyo a fuerzas minoritarias carezca de
la más mínima relevancia, hay ciudadanos que optan por sostener a las
únicas candidaturas que tienen capacidad real de ganar las elecciones.
En el caso de Más País, han explicado que solo estarán presentes en
demarcaciones en las que tienen serias posibilidades de obtener algún
escaño. Al final, en lugar de aparecer ante el electorado como una
fuerza demasiado incipiente y pobre, sin implantación suficiente en el
territorio nacional, el defecto se intenta transformar en una virtud.
Esta opción política se presenta para servir a los intereses colectivos
de la izquierda y, por ello, renuncia a presentarse en las provincias
donde la fragmentación es perniciosa. El problema se transforma así en
una solución argumental.
En otras ocasiones, como
comentábamos, la coyuntura no se refiere a buscar cómo afrontar
dificultades materiales. Hay situaciones que crean entornos emocionales y
políticos que pueden tener una importancia extraordinaria. Por ejemplo,
el nuevo partido de Errejón aparece con un valor adherido a su propio
nacimiento. Representa la novedad. Lo trascendente es que ese atributo
lo disfruta en exclusiva, en un particular momento en el que hay un
acentuado descontento en algunos sectores sociales frente a la clase
política que nos ha traído hasta aquí.
Ver a Errejón
investido como candidato nacional aboca inevitablemente a lo que el
filósofo francés Vladimir Jankélèvitz llamó la primultimidad. Se trata
de esa situación que inevitablemente se vive de forma simultánea por
primera y última vez. Representar lo nuevo y lo diferente cuando lo
existente aparece desgastado es siempre bien recibido. Los valores
representativos de lo actual frente a lo viejo han sido copados estos
últimos tiempos por las formaciones englobadas precisamente en la
llamada nueva política". La llegada abrupta de Más País rompe ese
esquema y se apropia temporalmente del valioso atributo. Además de
encarnar lo nuevo, desplaza al espacio de lo viejo a los demás.
Este
cambio accidental del posicionamiento de los partidos dirige su
discurso hacia caminos no siempre deseados. El fracaso que ha supuesto
la imposibilidad de formar un gobierno progresista obliga estos días a
Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias a ir modelando su discurso intentando
superar ese lastre. Iglesias pretende sedimentar el argumento de que
Sánchez es el único culpable del fracaso. Esa línea le coloca en una
posición siempre crítica, enfurruñada y débil, en tanto en cuanto no ha
sido capaz de conseguir lo que deseaba.
Por su parte,
Sánchez parece haber decidido no aceptar más ese combate cara a cara y
proclama que no habrá un solo reproche más en sus manifestaciones sobre
el asunto. Su idea parece ser la de presentarse como la única opción
segura y coherente de gobierno posible frente a quienes lo intentan
bloquear. Desde ese posicionamiento, su discurso parte de una reconocida
impotencia para manejar la situación. Además, como centro de todos los
envites de sus rivales, se ve obligado permanentemente a confrontar con
ellos. La clave de su resultado dependerá de su capacidad para mostrar
liderazgo y poder estar por encima de los ataques que le surjan.
Errejón
cuenta con la manifiesta ventaja de poder aportar una vía de esperanza
frente al bloqueo vivido en la fallida negociación entre PSOE y UP.
Puede vivir ajeno al conflicto. Tiene libre el acceso a un territorio
fértil y hoy desocupado. Ante las principales disyuntivas que ahora
mismo pueden surgir, tiene la posibilidad de acomodarse en el lado que
genera mayor simpatía generalizada: frente al enfrentamiento, el
diálogo; frente al reproche, la colaboración; frente a la ruptura, el
acuerdo. Cualquier actor soñaría siempre con que le ofrecieran un papel
así en una película, si quiere convertirse en una estrella. No ocurre
muy a menudo.
(*) Periodista. Catedrático de Comunicación en la Universidad Rey Juan Carlos. Especialista en Comunicación Política.
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