Frans Timmermans dijo: “Hace falta una nueva alianza en
Europa que vaya de Macron a Tsipras”. El líder socialdemócratas holandés
se refería a la conjunción de fuerzas que podían dar apoyo a su
candidatura a la presidencia de la Comisión Europea.
Con el viento del 26 de mayo a favor, Pedro Sánchez hizo
su propia interpretación de la partitura Timmermans: pactó con el
presidente de la República Francesa en la famosa cena de París, con
emoción, con ganas, con deseos de pisar fuerte, y miró con
conmiseración a Tsipras, que estaba a punto de perder las elecciones
nacionales en Grecia.
Sánchez pactó con Macron para forjar una nueva alianza en la Unión Europea y también para presionar a Albert Rivera de
cara a la investidura española. Los franceses hicieron su trabajo.
Durante las primeras semanas de junio, aviones Mirage efectuaron varios
vuelos rasantes sobre las tertulias de Madrid. Sánchez siguió mirando
con cara de pena a Alexis Tsipras, quien, efectivamente, perdió
las elecciones griegas. Las perdió con honor, pero las perdió. También
perdió Timmermans.
La presidencia de la Comisión Europea puede ser
finalmente para la conservadora alemana Ursula Gertrud von der Leyen, cuya candidatura se somete al Parlamento Europeo. Por el momento el único ganador es Emmanuel Macron, que se ha asegurado que el Banco Central Europeo hable francés.
Hay que tener presente siempre el cuadro europeo para
entender mejor la brega de estos días en España; al menos para intentar
darle un sentido narrativo que vaya más allá de la pelea de gallos o de
la partida de mus. Ya saben: el órdago, obsesiva horma mental del
pensamiento táctico español.
La derrota de Tsipras –con honor– dibuja la parábola
descendente de los movimientos sociopolíticos que hace cinco años
emergieron en diversos países para cuestionar la política de austeridad.
El acto público más potente que ha llevado a cabo Podemos durante toda
su existencia fue una masiva concentración en la Puerta del Sol de
Madrid, el 31 de enero del 2015.
En aquella impactante Marcha por el
Cambio ondearon decenas de banderas griegas en señal de resistencia al
Directorio Europeo. Cuatro años después, la parábola es perfectamente
visible. Hace diez días, Pablo Iglesias tuvo el decoro de enviar
un mensaje de apoyo público a Tsipras, cuando ya estaba claro que
Syriza iba a perder las elecciones. Una derrota que podía haber sido muy
humillante y que al final se saldó con un resultado honroso. No es
fácil estar al lado de los perdedores, sobre todo cuando su derrota te
incumbe.
“De Macron a Tsipras”, dijo el holandés Timmermans. No es
ese el dibujo real del bloque de poder europeo que surge de la primera
digestión del 26 de mayo. “De Macron al técnico independiente que un día
votó a Tsipras”, ha escrito Sánchez en su partitura. “De Macron a
Errejón”, sueñan, entre suspiros, los progresistas hipster de Madrid. Un
gobierno con Podemos en el interior del cuarto de máquinas sería una
corrección postrera del resultado griego.
No todo es mus y pelea de gallos en la política española. Sánchez también envió ayer un mensaje a Bruselas.
Un poco más de contexto, por favor.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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