Una semana después de celebradas las elecciones municipales, los principales pactos en las ciudades de
nuestro país y en las instituciones que requieren de acuerdos
múltiples, como diputaciones y consells comarcals, están por acordarse
o, al menos, por hacerse públicos. De entre todos ellos, ninguno tiene,
ni de mucho, el morbo de Barcelona por lo que supone gobernar la capital de Catalunya
y que el alcalde o la alcaldesa sea, a la postre, de un color o de otro
y por la imagen internacional de la ciudad.
Pero no nos engañemos,
detrás, en las bambalinas, se juegan muchas más cosas. La más
importante, arrebatarle a Esquerra Republicana y a Ernest Maragall el
sillón municipal mediante un pacto impresentable y contra natura pero,
en la práctica, posible.
¿Qué ha sucedido para que una parte de las opciones de Maragall se
hayan evaporado siete días después de su victoria? Fundamentalmente,
tres cosas: que la Moncloa, con su potente jefe de gabinete, Iván
Redondo, de ariete, ha liderado un cambio de paradigma influyendo en el Upper Diagonal que no quería a Colau ni en pintura hasta hace cuatro días; que Ada Colau ha hecho de su silencio un aparente sí quiero a Manuel Valls y a Ciudadanos; y, en último lugar, que Ernest Maragall perdió unas horas preciosas después de ganar las elecciones confiado en que la alternativa Colau-Valls-Iceta era imposible.
Esta semana, uno de los empresarios que ha apoyado la operación Valls
desde el primer momento y que el pasado verano no tenía dudas de que
sería el nuevo alcalde y despotricaba de Colau, ironizaba sobre su
repentino cambio, y con un ligero movimiento de hombros comentaba: ya
ves, apoyando a Colau.
Era el martes, justo el ecuador del cambio de
caballo de estas élites que veían en Maragall la prolongación de su
hermano Pasqual y que ahora ya no están tan seguros de ello. La presión
ha hecho el resto.
Pese a todo, la partida de Barcelona no está definitivamente acabada.
Y no lo estará hasta que Colau enseñe públicamente sus cartas. Los
zapadores públicos del pacto Colau-Valls ya han salido a la palestra. Al
menos, unos cuantos y muy influyentes. Buena parte del papel que se
vende en los kioscos y entre los articulistas, un amplio espectro que va
de Zarzalejos a Évole.
No hay que menospreciarlo, ya que uno le
otorga la bendición del establishment español y el otro le estabiliza el
mundo de los comunes, muy dividido a nivel organizativo entre priorizar
el poder o los principios.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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