Pedro Sánchez tiene un punto fuerte y un talón de Aquiles. El
punto fuerte es la revalorización de España en el tablero europeo, como
consecuencia del Brexit y de la deriva italiana contra Bruselas, que
está obteniendo protección en Estados Unidos.
El líder populista Matteo Salvini acaba de recibir en Washington la bendición del secretario de Estado Mike Pompeo.
Sánchez se perfila en estos momentos como el “anti-Salvini” del sur de
Europa y si sabe contar con la colaboración de los portugueses su
influencia crecerá.
Aunque algunas voces del mundo diplomático empiezan a
advertir de los riesgos de una excesiva dependencia de Francia, hace
tiempo que España no contaba con tan buenas cartas en la mesa europea.
El punto débil de Sánchez es Madrid. El clamoroso punto
débil de toda la izquierda es la capital de España. PSOE, Podemos,
Izquierda Unida, Iñigo Errejón y sus amigos y todo el progresismo
madrileño lamentarán durante décadas la pérdida de la alcaldía y la
humillante derrota en la Comunidad después de una legislatura en la que
el Partido Popular ya no podía acumular más escándalos y desgracias.
La
fortificación del oasis fiscal de Madrid como bastión imbatible de la
derecha es un dato decisivo para el futuro de la política en España.
Madrid será el principal vector de oposición al nuevo Gobierno. Cuando
se tenga que discutir el nuevo sistema de financiación de las autonomías
–Sánchez, vete preparando– las bofetadas se van a oír hasta en el
Círculo Polar Ártico.
Europa y Madrid son claves importantes para intentar
descifrar las negociaciones en curso para la investidura. La
revalorización europea de España ha permitido a Sánchez establecer una
inmediata alianza con Emmanuel Macron para que socialistas y
liberales aprieten las tuercas a los populares en el nuevo reparto de
poder en la Unión Europea.
(La consigna lanzada por el líder
socialdemócrata holandés Frans Timmermans: “Una alianza que vaya
de Macron a Tsipras”).
Desde el pasado 27 de mayo, aviones Mirage
franceses sobrevuelan las posiciones de Ciudadanos, en señal de
advertencia por los pactos con Vox a través del Partido Popular.
Vox
habla de “injerencia extranjera”, exige lo prometido en el Ayuntamiento
madrileño –concejalías con poder– y amenaza con bloquear la investidura
de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad. Albert Rivera, el niño mimado de los medios de comunicación, está siendo sometido estos días a un vigoroso masaje en las cervicales.
Manuel Valls forma parte de la coordenada. Después de dar la alcaldía de Barcelona a Ada Colau
–movimiento estratégico decisivo para la Catalunya de los próximos
años–, ayer se despachó a gusto con Ciudadanos. Valls se está colocando
al lado de Sánchez.
Rivera se halla bajo mucha presión, la Comunidad de
Madrid podría bloquearse (no es fácil que ocurra), pero el líder de
Ciudadanos no es de mantequilla. En España no se puede ser flojo. Rivera
podría cambiar de línea más adelante, después de una investidura
fallida de Sánchez en julio.
¿Le interesa a Sánchez una investidura fallida? Esta es
la cuestión. Inyectaría presión al circuito, pero tendría un coste de
imagen en Europa. Sánchez perdería brillo y el esmalte va caro en estos
tiempos locos.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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