El Estado no descansa. No hace pausa en
su guerra contra el independentismo. Dejad toda esperanza quienes creéis
que hay una posibilidad de entendimiento para resolver el conflicto
entre España y Catalunya. Para el Estado ese conflicto no existe, es un
imposible metafísico ya que Catalunya es España igual que el hocico de
mi gato es mi gato. Y mi gato jamás reconocerá derecho alguno a su
hocico.
Por
supuesto, es legítimo tratar de encontrar una vía de negociación con el
Estado, siempre que no sea una forma de postergar disimuladamente laa
independencia. Porque cualquier propuesta que se haga alargándose en el
tiempo (cosa ya prevista por Sánchez cuando decía que la solución a la
"cuestión catalana" tardaría años) levantará la sospecha de que se trata
de una nueva hoja de ruta pero de vuelta al autonomismo. O sea que los
independenetistas se encontrarán como el compadrito de Machado, "dando
vueltas al atajo."
En
esta confusión momentánea, con la polvareda de la batalla electoral aun
en el aire, el Estado sigue actuando cada vez con mayor incompetencia.
Queriendo anular la candidatura de Puigdemont, Comín y Ponsatí, la JEC
está haciéndoles la campaña gratis. Cuanto más se persiga a Puigdemont,
más crecerá su carisma, el de quien, sin medios y en el exilio, planta
cara a la represión del Estado y lo obliga a hacer hasta el ridículo.
Los
abogados se han puesto a la tarea y hay una coincidencia en que ganarán
porque unos u otros tribunales revocarán la prohibición de la
candidatura. Todas las demasías jurídicas se amontonan en ella, abuso de
poder, incompetencia, arbitrariedad uso creativo del derecho, etc; lo
que Gonzalo Boye califica de cuasi prevaricación porque es persona
prudente. La pasmosa arbitrariedad de un órgano administrativo, como
denuncia Joaquín Urías.
Si
jurídicamente la prohibición es un dislate, políticamente es una
afrenta. Tan patente que tiene también implicaciones jurídicas. La
objeción de la JEC de que los candidatos no tienen residencia acreditada
"en el extranjero", parte de una idea de "extranjero" que resulta
absurdo aplicar a un ciudadano europeo que ejerce su derecho de sufragio
en Europa y en unas elecciones europeas. Para un ciudadano europeo, el
extranjero será la China o Madagascar, pero no Europa.
Esta
JEC es pre-europea. En realidad es pre-moderna. Pero eso no le importa.
Su función es cumplir órdenes. Y la orden más perentoria hoy es
eliminar a Puigdemont. Cueste lo que cueste. Con Junqueras en la cárcel y
Puigdemont neutralizado, el unionismo español hace piña tras el
propósito de aquella insólita vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, de
"descabezar" el movimiento independentista. Con las cabezas que le
quedan porque los descabezadores de antaño están hogaño descabezados. Y
aunque consiguieran su propósito, que no será el caso, este movimiento
tiene mil cabezas.
Al
haber tratado la cuestión como una de orden público, y haberla
judicializado por lo penal después, la han individualizado. Han tratado a
los procesados como los sujetos que son a efectos penales. Pero han
ignorado que esos sujetos son, en parte, objetos, medios de los que se
valen los verdaderos sujetos, aquellos a quienes estos representan. Y la
voluntad de estos por abrumadora mayoría es ejercer el derecho de
autodeterminación; y por mayoría, ser independientes. Y eso no se
resuelve con un proceso penal a un número limitado de personas. Así solo
se consigue intensificar el conflicto y perpetuarlo.
Lo
dicho, el Estado no descansa. Dejad toda esperanza quienes creéis que
cabe negociar algo con quien está convencido de que, negocie lo que
negocie, negociará su acta de defunción.
La
independencia es la cumbre de una escalada. Se puede intentar hacerla
de una vez (vía unilateral) o parar en la subida para ensanchar la base
en alguna base. Correcto, siempre que no sirva para descender en lugar
de ascender. Porque iremos de una tirada o haremos paradas, pero no hay
marcha abajo. Y nunca se había llegado tan alto. La atracción de la cima
es muy fuerte; y la de la sima, también. Hay quien cecea y quien sesea.
Es mucho lo que está en juego y grave la responsabilidad. Todo cuanto
se diga y haga habrá de razonarse pormenorizadamente.
Por
ejemplo, no me gusta la propuesta creo que de Bildu, de constituir un
"gobierno de izquierdas" compuesto por el PSOE, Podemos, Bildu y ERC. En
perspectiva española, tiene gracia la inclusión del PSOE en un concepto
de "izquierda" que la mayoría de los votantes de Bildu y Podemos no
comparte. Pero la política es de esencia oportunista, hasta en las
familias más izquierdistas.
Aun así, cabe despertar a la realidad, la de
los diputados del PSOE contrarios a una coalición con una fuerza
independentista, que no serán cuatro cinco. Vamos, que esta coalición
"de izquierdas" podría encontrarse con una ruptura del grupo socialista.
¿Improbable? Puede. ¿Imposible? Ni hablar. Esto solo podría evitarse si
ERC diera garantías de haber dejado de ser independentista. Y,
francamente, veo más sencillo que llueva de abajo arriba.
Porque,
además de la perspectiva española, está la catalana. Y me gustaría
saber qué reacción habría en Catalunya a un gobierno español con ERC y
sin JxC, cuál sería su impacto en unas elecciones catalanas, que son las
que importan.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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