“La vida privada ha muerto en Rusia”, dice el comisario del pueblo Strélnikov en Doctor Zhivago. Detrás de la máscara de Strélnikov está Pavel Antípov, Pasha,
un idealista menchevique que lo perdió todo: la cara, la novia y la
ingenuidad política. El sablazo de un guardia cosaco le dejó una
terrible cicatriz en el rostro.
Se alejó de Lara. Y se hizo bolchevique
en las trincheras, luchando contra los alemanes. Ahora tiene enfrente al
doctor Yuri Zhivago, al que sus hombres han apresado cerca del
tren blindado con el que combaten a los blancos en una región de los
Urales.
El detenido parece sospechoso de espionaje. Strélnikov sabe que
Zhivago está enamorado apasionadamente de Lara, pero decide no
fusilarle. Le dispara otra bala: “La vida privada ha muerto en Rusia”.
La gran novela de Boris Pasternak fue llevada al cine por el director británico David Lean. Una película memorable, con grandes encuadres fotográficos, una bella banda sonora y la soberbia interpretación de Omar Sharif (Zhivago) y Julie Christie (Lara). Las escenas de invierno fueron rodadas en la provincia de Soria, paisaje de infancia de Pablo Iglesias.
Hace cuatro años, en una entrevista para La Vanguardia
, pregunté al secretario general de Podemos si conocía al personaje de Strélnikov.
“¿El comisario del pueblo Iglesias teme perder la vida privada?”, repregunté.
“Ya he perdido buena parte de mi vida privada. Lo lamento.
No es agradable. Menos aún cuando algunos medios intentan utilizar tu
vida personal y de pareja para hacerte daño. Es terrible, pero sabíamos
donde nos metíamos”, respondió.
Han transcurrido cuatro años, en los que Podemos ha cruzado
como un tren blindado la política española. Podemos ha cambiado más
cosas en este país de las que sus muy numerosos adversarios están
dispuestos a admitir. Ha modificado el lenguaje y algunas costumbres. Ha
hecho disminuir la venta de corbatas y ha obligado al Partido Popular a
celebrar primarias. Ha salvado al PSOE de la decadencia después de
haberle amenazado con el sorpasso.
Pedro Sánchez intuyó
correctamente lo que había detrás de Podemos: la protesta de miles de
jóvenes –no la resurrección del comunismo–, y ganó las primarias
socialistas con la agenda de Iglesias.
Podemos ha evitado que el
independentismo haya alcanzado el 50% de los votos en Catalunya.
Manufacturó en mayo la moción de censura a Mariano Rajoy. Ha
subido el salario mínimo a 900 euros. Ha cometido, también, errores,
importantes. Han creado una organización de procedimientos extenuantes,
una máquina de quemar gente, y no han sabido jugar a bolcheviques y
mencheviques. Han asustado, en fin, a demasiada gente.
Cuatro años después, Podemos está en horas bajas, pero las
encuestas más recientes indican que, aun perdiendo votos y diputados,
podría tener un papel determinante en la próxima legislatura. El
desenlace del 28-A depende en buena medida de la intensidad del desmayo
de Podemos. El tren blindado ha perdido vagones y oficiales, pero sigue
convocando energías.
Strélnikov da ahora biberones y la vida privada puede que acabe desapareciendo en la era del capitalismo digitalizado.
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(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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