La convención que el Partido Popular celebró este fin de semana en
Madrid ha certificado un retorno al pasado de varias décadas. Del siglo
XXI hay tan solo la música, las luces y cuestiones relacionadas con la
escenografía. Todo lo demás tiene mucho más que ver con aquellos siete
magníficos de lo que fue Alianza Popular en 1977 que, incluso, con aquel
PP, con visos centristas, que pactó en 1996 con la extinta Convergència
i Unió y con el Partido Nacionalista Vasco de Arzalluz. Aquel giro al
centro se lo ha llevado el viento y el huracán de la política española
ha vuelto a situar a José María Aznar como el referente único de la
derecha española.
Si el viernes el PP acogía a Rajoy con cariño y afecto, el sábado ha
legitimado a Aznar como el visionario de la derecha. El reunificador. Su
intervención no fue apta para menores. Aznar quiere guerra en todos los
sentidos con sus dos adversarios de siempre: la izquierda y los
nacionalistas, hoy independentistas. Ha puesto la directa contra ambos:
los primeros, usurpadores de la Moncloa; los segundos, golpistas
directamente.
Sus palabras sobre Catalunya son un paraguas perfecto tanto para
Albert Rivera y Ciudadanos como para Santiago Abascal y
Vox. Simplemente, no hay diferencias. Coincidencia en el diagnóstico,
sincronía en las medidas a adoptar. Su receta: desarticular el "golpe de
Estado" y acabar con todas sus tramas.
Pasado por la traductora no es
otra cosa que un nuevo 155 duradero, recuperación de competencias como
educación y Mossos d'Esquadra y fin de la independencia de los medios
públicos, TV3 y Catalunya Ràdio. No acaba aquí: la ilegalización de
partidos y entidades soberanistas y algunas cosas más también están en
la agenda.
La España que manda, que no es fundamentalmente la política, ya ha
descontado que Pedro Sánchez se va a aferrar al cargo y no va a convocar
elecciones españolas ni en marzo ni con las municipales.
"Su momento
dulce pasó; era octubre. Y ahora todos son malos", coinciden muchos en
decir. Pero los resultados de mayo arrasarán el rojo de municipales y
autonómicas y el tricolor azul-naranja-verde puede acabar siendo
dominante. Aznar juega a eso.
Sánchez habla más que hace, mientras su
vicepresidenta, Carmen Calvo, engaña repetidamente a Aragonès y a
Artadi. Y Podemos juega a los fuegos artificiales poniendo en el espacio
a todos sus dirigentes mientras se rompe en mil pedazos.
Lo dicho, Aznar juega sin rival. Si en Catalunya hubiera un acuerdo
estratégico entre Junts per Catalunya, Esquerra y la CUP, sería otra
cosa. Cuando lo tengan, si lo tienen, igual será demasiado tarde.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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