Afirma Felipe González con gran desfachatez que Venezuela vive «una
catástrofe sin precedentes». Pero lo cierto es que cuando él gobernaba,
allá por febrero de 1989, Venezuela vivió una catástrofe todavía mayor,
el nefando «caracazo», una revuelta popular salvajemente reprimida por
el presidente socialista Carlos Andrés Pérez que dejó un saldo pavoroso
de muertos y desaparecidos.
González y Pérez eran amigos íntimos y
juntos perpetraron las trapisondas más sórdidas: así, por ejemplo, el
desembarco triunfal de Prisa en Ven así, la venta a precio de saldo de
Galerías Preciados (que acababa de ser expropiada por el Estado, en el
latrocinio de Rumasa) al empresario venezolano Gustavo Cisneros, que en
la reventa obtendría unas desvergonzadas plusvalías de miles de millones
de pesetas.
Estas trapisondas se desarrollaban en un marco más amplio de
privatización de empresas públicas y sometimiento a las consignas
neoliberales que los socialistas González y Pérez ejecutaban con
fervoroso entusiasmo. Así fue como Felipe González destrozó los sectores
primario y secundario de nuestra economía, mientras sus amiguetes se
forraban repartiéndose los despojos.
En Venezuela todo fue mucho peor
todavía, porque a la adopción de estas políticas que favorecían el
enriquecimiento de los amiguetes se sumaron los terribles ajustes
decretados por el Fondo Monetario Internacional y una corrupción
rampante que dejaba chiquita (¡y ya es decir!) la propiciada por el
régimen felipista.
Todo este expolio desmelenado fue el que provocó el
«caracazo», tan bestialmente reprimido por Carlos Andrés Pérez. Por
supuesto, Felipe González no hizo entonces ni la más leve censura a su
compinche, que siguió amasando millones de dólares y favoreciendo a sus
amiguetes (y a los de su compinche Felipe González), mientras el pueblo
venezolano languidecía en la miseria.
Carlos Andrés Pérez siguió contando con Felipe González como máximo
valedor, hasta que el Congreso lo obligó a dejar la Presidencia en 1993,
para que fuese juzgado por corrupción. El fallido pronunciamiento
militar de 1992, en el que participó Hugo Chávez, así como el posterior
triunfo del chavismo, resultarían por completo incomprensibles sin la
previa devastación perpetrada por Carlos Andrés Pérez, que no vaciló en
rapiñar la inmensa riqueza nacional, condenando a la pobreza a una
mayoría de venezolanos, que acabarían siendo pasto fácil de la demagogia
y el revanchismo.
Y todas aquellas fechorías perpetradas por Carlos Andrés Pérez que
darían alas a la revolución bolivariana fueron auspiciadas y aplaudidas
por Felipe González, que favoreciendo a sus amiguetes con concesiones en
Venezuela hacía aborrecible a los ojos de muchos venezolanos todo lo
que viniese de la «Madre Patria».
Así, por culpa de Felipe González,
España perdió el ascendiente que, por motivos de hermandad, debería
haber mantenido sobre la política venezolana, resistiendo las mutaciones
de regímenes y gobiernos.
Y la asunción por parte de los sucesores de
Felipe González -con el nefasto Aznar a la cabeza-de las tesis neocones
hizo que España renunciase al papel protagonista que le correspondía por
obligación histórica, aceptando un papel indecoroso y lacayuno de
sumisión a los EE.UU.
Así, España se incapacitó para corregir la deriva
tiránica del régimen bolivariano, perjudicando al pueblo venezolano,
cada vez más hundido en la miseria. Pero nada de esto habría sido
concebible sin la connivencia repulsiva de Felipe González en la rapiña
de Venezuela. Que ahora este gran apóstol del «socialismo de amiguetes»
pretenda dar lecciones resulta perturbadoramente vomitivo.
(*) Columnista
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