Algunos lectores me preguntaron esta
semana si leo sus comentarios a pie de columna. Pues sí, los leo.
Algunos me ayudan a tener los pies en el suelo. Otros me hacen caer en
el pecado de la vanidad. Un tercer grupo me recuerda cuánto me puedo
equivocar. Y a todos les agradezco cuánto me enseñan y me advierten.
Uno
de esos escritores me reprochó que me había convertido en defensor de
Pedro Sánchez. No tenía yo esa sensación, ni tampoco la tiene el
presidente, que cada vez que nos vemos me dice alguna buena palabra para
apostillar: «Aunque casi nunca estoy de acuerdo contigo».
Recupero ese «casi nunca» porque, como sugiere el lector, es probable
que alguna vez coincida con el pensamiento del señor Sánchez. Le quiero
explicar por qué, ahora que tantas voces lo crucifican con acusaciones
de claudicación ante los independentistas.
Miren: como observador de lo
que pasa no descarto (y lo escribí ayer) que todo lo que hace el
presidente esté orientado a permanecer en la Moncloa. Para ello gana
tiempo, diseña estrategias y pacta con el diablo. Es un defecto, pero es
el mismo defecto que tuvo Aznar cuando en su primer Consejo de
Ministros Álvarez Cascos le preguntó: «José María, ¿cuál es nuestra
prioridad?» Y Aznar le respondió: «Durar». Y después pactó con Pujol y
le hizo concesiones que hoy serían escandalosas. Y no por ello Aznar
dejó de ser un gran presidente; mucho mejor que expresidente.
Al
revés que todos los escribidores, de Sánchez elogio su empeño de lograr
un entendimiento con Cataluña. Y digo Cataluña, no Torra. Puede salirle
mal, porque no acabo de ver a Torra renunciando a su república
catalana. Me duelen los ojos de verlos juntos, sobre todo después de
proponer la vía eslovena.
Pero Sánchez tiene la obligación de intentar
la concordia, aunque se estrelle. Si el «conflicto» -porque hay un
conflicto- se alivia, será por la vía del diálogo. Y si la otra
alternativa (por cierto, única) de los partidos españolistas es la
aplicación dura del 155, entonces sí que Cataluña no tiene solución. El
155 es para una emergencia, no un remedio duradero, como se demostró
cuando se aplicó.
Lo siento: soy un nostálgico del diálogo, porque he visto sus frutos
en la Transición. Si existe, en el mundo no podrán decir que el Estado
se niega a hablar y negociar, que es una imagen muy eficazmente
difundida por los secesionistas. Y espero que muchos catalanes, al menos
algún catalán, empezará a pensar que un Gobierno que se acerca a ellos y
trata de buscar un arreglo no puede ser un Gobierno opresor. Solo por
eso vale la pena defender la estrategia de Sánchez. Aunque a Casado, a
Rivera y a muchos opinadores les parezca una humillación.
(*) Periodista
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