Por falta de
información de ultimísima hora, el presidente francés, Enmanuel
Macron, cometió hace dos días un desliz verbal que se podría
calificar de ‘metedura de pata’. Un portavoz del presidente
transmitió literalmente una acerba crítica de Macron contra la
reciente decisión del gobierno italiano, de no admitir el
desembarco de más de 600 migrantes en un puerto italiano, llevados
en el Aquarius: “Hay un cierto grado de cinismo e irresponsabilidad
en el comportamiento del gobierno italiano respecto de esta
dramática situación humanitaria”, dijo el portavoz.
Pero
pronto se supo que un guardacostas italiano acababa de desembarcar en
Catania (Sicilia) 937 migrantes, la mayoría de ellos eritreos. “Italia –
replicó el ministro de Transportes, Danilo Toninelli – no es ni
inhumana ni xenofóbica”. Este acerbo intercambio ha puesto en riesgo el
encuentro entre el primer ministro Giuseppe Conte y Macron, este
viernes, en París. No ayudaba a enfriar los ánimos la réplica del
ministro del Interior, Matteo Salvini, retando a Macron a acoger los
9.476 refugiados que faltan para completar el número de 9.816 que
Francia se comprometió a recibir hace tres años, en el pico de la crisis
de refugiados 2015-2016.
El único bien que resulta de esta crisis es que pone en evidencia
ante toda la UE la insuficiencia del régimen para el control de
fronteras y de los mecanismos para la entrada reglada de migrantes y
refugiados, tal como denuncian una serie de miembros de la UE, de menor
peso e influencia y reducidos recursos, como Polonia, República Checa,
Hungría y Eslovaquia, más Austria, sin que se les prestara mucha
atención, al tiempo que se les acusaba de populismo.
La crisis del Aquarius permite al nuevo gobierno italiano hacer
patente que Italia lleva una sobrecarga en materia de acogidas, como
muestra este dato: en los últimos cinco años Italia ha dado entrada a
640.000 migrantes y refugiados, la mayor parte africanos. Posiblemente
una mayoría de ellos sigue en Italia, imposibilitados de pasar a otros
países con regímenes de acogida más estrictos, aunque mejor dotados de
recursos.
Uno de esos países es Francia, según Salvini, quien junto con su
denuncia dio este dato: “Francia ha rechazado, entre el 1 de enero y el
31 de mayo 10.249 migrantes, comprendidas mujeres y niños”. Las
autoridades de inmigración francesas tienen cerrada a cal y canto la
frontera noroeste de Italia, y sus agentes gozan de facultades de
examinar a los migrantes en el lado italiano de la raya. Esto ha
desviado la corriente migratoria a Francia hacia pasos en las zonas
alpinas de los dos países.
Las quejas italianas se dirigen también a España: las estadísticas
indican que desde 2016 hasta hoy, en España han desembarcado 38.992
personas, mientras que en Italia, en ese periodo, lo han hecho 315.091,
dato que de ser cierto desautoriza cualquier crítica del gobierno
español a la decisión italiana de no recibir al Aquarius.
En este ambiente de crisis de la cohesión europea no es de extrañar
que se formen ‘ejes’ de alineamiento en torno a esa cuestión. El
canciller austriaco, Sebastian Kurz, en una conferencia de prensa tras
su reciente encuentro con el ministro de Interior alemán, el bávaro
Seehofer, ha propuesto la colaboración de Alemania, Austria e Italia
para frenar el auge de los populismos en Europa.
La inmigración incontrolada es combustible para los sentimientos
antieuropeos entre los propios europeos. Su principal causa es la
práctica imposibilidad de devolver a sus lugares de origen a quienes han
llegado de forma irregular y obligan a consumir recursos financieros y
materiales en el rescate y acomodo de una gran masa de migrantes, cuya
única esperanza es perderse entre las grietas del sistema y arribar a
fuentes de asistencia humanitaria. O, en el mejor de los casos, a
trabajos precarios, y en el peor, a engrosar las filas de la
delincuencia.
El sistema de expulsión de los que no han sido admitidos como
refugiados es enormemente deficiente: de los 516.000 que habían recibido
la orden de salida en 2017, sólo 211.000 han sido devueltos a su país
de origen.
Con todo, el sistema no es un desastre total. El acuerdo con Turquía
para la retención de migrantes (más de tres millones) funciona bien.
Algunos acuerdos bilaterales, como el de España con Marruecos,
produjeron resultados positivos pero ahora están sufriendo pérdida de
eficiencia. Libia sigue siendo un “sumidero”, brutal para los migrantes y
costoso para Europa. En cuanto al África Subsahariana, es casi ‘terra
inexplorata’ para el Frontex, la agencia europea de control de
fronteras.
(*) Periodista
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