El Gobierno de España tiene la necesidad objetiva de
levantar cuanto antes el artículo 155 en Catalunya. Escrito así, en
seco, puede parecer una afirmación temeraria, e incluso ilusoria, puesto
que este no es el “espíritu del tiempo” en el Madrid parlante. El
zeitgeist español pide mano dura. Lo dicen las encuestas. Puede leerse
cada día en los periódicos. Es el espíritu resultante de los hechos y de
las equivocaciones de octubre, de las tribulaciones de noviembre y de
las elecciones de diciembre, cuyos resultados aún se están digiriendo.
Este es el cuadrante en el que se va a mover la política española a lo
largo del 2018, mientras se van preparando –los partidos ya están en
ello– las elecciones locales y autonómicas previstas para el último
domingo del mes de mayo del 2019.
Hay demanda de mano dura, pero Mariano Rajoy quisiera pasar
página del 155. Lo explicaba muy bien la periodista Carmen del Riego en
La Vanguardia del pasado día 15 de enero. Tiempo, tiempo, tiempo. Dos
años más de legislatura, para agotarla o para interrumpirla en la
primavera del 2019, haciendo coincidir las generales con las municipales
y autonómicas (en trece comunidades) en un superdomingo electoral al
que se le podrían añadir los comicios europeos. Cuatro urnas en hilera,
con válvulas de desfogue. No es una hipótesis que hoy se pueda
descartar. El superdomingo de mayo del diecinueve podría llegar a ser
necesario para la supervivencia del Partido Popular, si en los próximos
doce meses Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal
no logran reparar el actual deterioro gubernamental en las encuestas.
Algunos observadores ya dan por amortizado al Partido Alfa
de las clases medias tradicionales españolas, hoy anclado en un bloque
electoral de unos seis millones de votantes, la mayoría de ellos mayores
de sesenta años. No es un bloque fácil de disolver en tiempos de
grandes incertidumbres. Mientras suene la melodía del crecimiento
económico y no se toquen las pensiones, ese bloque granítico puede
aguantar. Un poco de prudencia en el diagnóstico no vendría mal. El
Madrid parlante, sin embargo, vive siempre en un frenesí: se levanta con
cien conspiraciones en marcha, de las cuales sólo dos sobreviven a
medianoche. Hay mucha gaseosa mental en Madrid cuando un gobierno
flaquea.
Rajoy necesita aprobar los presupuestos del 2018 para
asegurarse una expectativa de dos años y llevar a Ciudadanos al campo de
batalla de las elecciones municipales, terreno en principio
desfavorable para una formación sin muchos cuadros locales como es la de
Albert Rivera. Ciudadanos no puede bloquear el presupuesto, aunque
acentúe algunas exigencias, los dos diputados canarios están a tiro y la
llave sigue estando en manos del PNV y sus cinco diputados. Los de
Sabin Etxea tienen ganas de negociar, pero no pueden hacerlo mientras el
155 esté vigente en Catalunya.
Este es el contexto verdaderamente existente, mientras
Carles Puigdemont viaja de Bruselas a Copenhague atrayendo la ira de la
España que pide mano dura. El problema de Rajoy consiste en casar sus
necesidades tácticas con un espíritu del tiempo que exige castigos
ejemplares y no soporta la desafiante y angustiosa teatralidad del líder
catalán. El chivo expiatorio: Puigdemonio.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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