La opinión es ya universal: habiéndose
empeñado M. Rajoy en desgobernar él solo este sufrido reino por medio
del 155, al final se ha quedado él solo en esta especie de frenesí
antipuigdemont que le ha entrado. No le sigue el Consejo de Estado, ni
la opinión más autorizada de los especialistas, ni los letrados del
Tribunal Constitucional (TC), ni el propio TC, que ha preferido llamarse
andana metiéndose a legislador y pasando la patata ardiendo al Tribunal
Supremo (TS).
Queda
por ver si el TS sigue el ejemplo y le devuelve la patata al gobierno
por una de dos formas: la contundente, esto es, retirar la orden de
detención o lo que haya contra Puigdemont, y la mitigada, es decir
autorizar a este a asistir presencialmente a su investidura.
No me gusta
la segunda si no va acompañada de una garantía firme de no proceder
contra el presidente para sumarlo a la lista de rehenes que ya tienen.
Y, en verdad, como están las cosas, la única garantía real es la
retirada de las acciones judiciales porque, de mantenerse estas,
¿actuarán contra el presidente en el curso de su mandato?
También
le quedan a Rajoy la infatigable Sáenz de Santamaría y el resto del
triunvirato nacional-español, Sánchez y Rivera. Ninguno de ellos sirve
para gran cosa pero la febril y escenográfica vicepresienta, virreina de
Cataluña, compensa por el prudente silencio de los dos líderes de la
oposición que quisieran el anillo de Giges, para ser invisibles en mitad
del destrozo. Es ella en buena medida la que ha organizado este
desbarajuste que amenaza con que las altas instancias del Estado se líen
a mamporros en algún evento en que coincidan.
Ya pueden eximios teóricos especular sobre las inmunidades del poder, el habeas corpus, el due process. Nada,
hombre, aquí llega la vicepresidenta del gobierno, llama por teléfono
al presidente del TC, que estaba en Estrasburgo, para informarle de que
han presentado el recurso contra la investidura de Puigdemont y que a ver si el alto tribunal puede resolver esa misma tarde.
Literal. Ni más ni menos.
División de poderes e independencia del
judicial y asimilados, como este obediente TC, cuyo presidente se pilló
un avión al día siguiente, sábado, y se machacó el almuerzo junto a sus
colegas, buscando alguna fórmula para salir del atolladero que no lo
hundiera más de lo que está. No lo ha conseguido
De ahí salió la mirífica solución de suspender la deliberación (la propia, no la del Parlament)
con prohibición de investidura telemática y voto delegado por mandato
expreso de la divinidad y traslado al Supremo de la decisión de permitir
la comparecencia presencial del presidente Puigdemont en uso de su
derecho como diputado electo. El coñac se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas, decía el poeta. El País considera sapientísima la decisión del TC, así que...
Ignoro
si el TS, a su vez, decidirá retirar la orden contra Puigdemont en
España como retiró la euroorden, cosa muy lógica o se obstinará en
amenazar al presidente con los alguaciles. Si no se puede producir la
investidura presencial como sería lo lógico, nada puede impedir la
investidura telemática y menos que nada esa declaración de ilegalidad
del TC que no tiene fundamento jurídico alguno.
Para evitar la investidura de Puigdemont van a tener que llevar la dictadura al límite del ridículo.
En todo caso, aquí la entrevista que me hizo Pere Cardús para Vilaweb y que versa sobre este y otros asuntos conexos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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