En las vísperas de la presentación de la denuncia de la Fiscalía, el
astronauta Pedro Duque divulgaba en las redes sociales una espectacular
foto del Mar Menor tomada desde la estación espacial internacional.
Frente al intenso azul del Mediterráneo, nuestra laguna lucía verdosa.
Muchos usuarios de Twitter interpretaron la hermosa imagen como una
prueba inequívoca de su deterioro. Pocos repararon en que la fotografía,
como se especificaba, databa de 2011, y en que los ríos o las lagunas
no muestran el azul marino de los grandes mares porque su profundidad es
mucho menor. (La intensidad del azul depende de cuánta agua haya para
absorber la luz solar).
Por eso, el Mar Menor nunca se verá tan azul
como el Mar Mayor desde el espacio. Lo observaremos con mayor palidez o
con un verde más intenso cuanto más proliferen, como sucedió en los
últimos años, las algas microscópicas por el vertido de nitratos
agrícolas. En 2016 ya pudimos constatar, con imágenes subacuáticas de
los naturalistas de Anse, hasta qué punto este proceso de eutrofización
había disminuido la visibilidad.
Y cómo esa pérdida de luz y oxígeno
esquilmaba la flora del fondo, poniendo en riesgo la cadena trófica. Esa
catastrófica sopa de nutrientes estuvo acumulándose durante años hasta
que se puso biológicamente en ebullición por la subida de temperaturas
del calentamiento global. En 2010, un año antes de la foto del
astronauta, la Confederación Hidrográfica ya había cuantificado en el
Plan de Cuenca del Segura que las conocidas filtraciones subterráneas y
los vertidos superficiales, intencionados o como producto de
escorrentías, alcanzaban entre 2.500 y 3.000 toneladas de nitratos y
fosfatos al año.
Pero la respuesta del entonces consejero de
Agricultura, Antonio Cerdá, fue negar el rigor de los datos y acusar de
alarmismo a quien los lanzaba. «El Mar Menor está mejor que nunca»,
aseveró. La CHS diagnosticó el problema, pero tampoco puso en marcha
ninguna de las medidas correctoras que planificó. Por desidia, por falta
de dinero o por no perjudicar a la agricultura. Solo a partir de 2013
la CHS comenzó a abrir expedientes por los pozos ilegales, sin que aún
hubiera trascendido públicamente la existencia de cientos de
desalobradoras en fincas de particulares o de empresas que lanzaban
salmuera con nitratos al Mar Menor.
La denuncia de la Fiscalía no está
exenta de críticas a las consecuencias medioambientales del proceso de
transformación de los cultivos del Campo de Cartagena, pero no abre una
causa general, como ocurrió en el sobreseido caso por la contaminación
del Segura, fruto de una denuncia genérica de un partido, sino que
delimita la posible comisión de delito medioambiental y prevaricación
continuada a 13 ex altos cargos y 24 agricultores y empresas.
Es a la
juez a quien corresponde determinar si esos hechos y actuaciones merecen
reproche penal y cuál es la responsabilidad jurídica de cada uno de los
señalados. Con todas las garantías para los acusados, debe hacerlo
caiga quien caiga. Esa tarea judicial no excluye el debate social sobre
la gestión del problema, las consecuencias dramáticas para el Mar Menor y
las medidas correctoras para mitigar en la medida de lo posible un
desastre consentido, según el fiscal. Y en esa discusión pública hay que
incluir también el futuro de la industria agroalimentaria porque a la
falta de recursos hídricos se suma ahora un golpe reputacional.
Si
la razón de unos y otros para mirar a otro lado era no perjudicar a la
competitiva agricultura del Campo de Cartagena no se pudo ser más torpe y
miope. El deterioro del Mar Menor es hoy la mayor amenaza para nuestras
hortalizas y frutas por la conciencia ambiental de los consumidores
europeos, que tienen en cuenta cada vez más los criterios de
sostenibilidad al decidir qué productos adquieren.
¿Cómo van a
reaccionar los compradores del Reino Unido cuando sepan que una
multinacional con capital británico presuntamente arrojó entre 2012 y
2016 al Mar Menor salmuera con nitratos sin depurar en una cantidad
equivalente a 767 piscinas olímpicas? ¿Cuál será el efecto reputacional y
económico cuando a lo largo de la investigación judicial salgan a la
luz fotografías de desalobradoras ocultas en zulos subterráneos o de
cientos de tuberías pinchadas a un salmueroducto inconcluso que vierte a
un ecosistema de altísimo valor, teóricamente protegido por múltiples
figuras jurídicas? ¿Afectará injustamente este potencial estigma
sobrevenido a la mayoría de empresas de la Región, que destacan por sus
buenas prácticas agrícolas?
Por lo visto, nadie pensó en las
consecuencias durante el Gobierno de Valcárcel y en la última etapa de
la CHS del Ejecutivo de Zapatero de tanta irresponsable inacción.
La
nueva Política Agraria Común se centrará en la sostenibilidad. La UE ya
no solo pedirá a la agricultura que respete las leyes que protegen el
medio natural, sino que se convierta en un verdadero agente
medioambiental. Se puede dedicar el tiempo que se quiera a especular por
qué el presidente de la CHS, habiendo sido director general del Agua
durante casi todo el mandato de Cerdá, no está señalado en la denuncia.
O
a debatir de dónde saca el fiscal, sin acreditar la fuente como hace
profusamente en el resto de su escrito, que hay más de 20.000 hectáreas
de regadíos ilegales en el Campo de Cartagena. El asunto de fondo es
cómo se adaptará nuestra exitosa agricultura a las exigencias
medioambientales de una UE que, además, apuesta por controlar la demanda
del agua.
Desde todos los puntos de vista, la prioridad regional
debe ser recuperar el Mar Menor. Con eficacia, rigor y sin más
urgencias que las medioambientales. Sabiendo que el acumulativo
deterioro quizá sea irreversible porque el medio natural, aunque goce de
sus propios mecanismos de plasticidad y recuperación, no se puede
modular a voluntad.
Es posible paralizar el daño y tomar medidas
correctoras, pero restañar el deterioro infringido quizá lleve décadas y
sin garantías de que el paciente en estado crítico recuperará un buen
estado de salud.
Así ocurre en todos los ecosistemas, especialmente en
los más vulnerables, como se sabe desde hace muchas décadas en todo el
mundo. Aquí, algunos responsables políticos siguen sin poner los pies en
la tierra, acuciados por otras cuitas y pensando en su foto desde su
particular atalaya orbital.
(*) Periodista y director de La Verdad
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