Siempre hay una primera vez. Mariano Rajoy nunca había protestado en
la calle contra nada y contra nadie (salvo en las concentraciones para
condenar el terrorismo), hasta que en julio de 2005 se manifestó en
Murcia en defensa del Trasvase Tajo-Segura, junto a 400.000
agricultores, regantes, empresarios y ciudadanos llegados también de
Valencia y Andalucía.
Eran los tiempos del 'agua para todos'. Zapatero
acababa de derogar el trasvase del Ebro, en cumplimiento de su
compromiso con Esquerra Republicana (que le devolvió el favor votándole
en la investidura), y su Gobierno, el de Cristina Narbona en Medio
Ambiente, no daba señales de garantizar siquiera la supervivencia del
Tajo-Segura para mantener con aliento a la cuenca del Segura. La receta
alternativa de Narbona consistía entonces en la construcción de veinte
desaladoras y «el ahorro, la mejora de la gestión y la reutilización del
agua».
Qué peligrosas son las fotos, y qué traicionera la
memoria. Aquel caluroso día de julio en Murcia, el presidente nacional
del PP asistió a un almuerzo multitudinario con dirigentes y afiliados
populares. Subió al atril con una hoja de lechuga de la ensalada y,
blandiéndola, preguntó a los suyos si hay alguna agricultura mejor que
la murciana. «¡Nooooo!». Rajoy se hinchió de ardor militante, reivindicó
el Plan Hidrológico Nacional recién derogado parcialmente por el PSOE, y
dejó sembrada allí la esperanza de los regantes en un vuelco electoral.
Era la primera vez que Rajoy se manifestaba en su vida, pero no fue
aquella, sin embargo, la primera ensoñación con que se embaucó a los
regantes.
José María Aznar se le anticipó durante un mitin de la campaña
de 1996 en la plaza de toros. Sin importarle que años antes se hubiera
mostrado desde su cuna vallisoletana partidario de no alterar con los
trasvases el curso natural de los ríos (qué traicioneras resultan
también las hemerotecas), Aznar levantó el vaso de la tribuna de
oradores y enardeció a su auditorio: «Murcianos, dadme votos y os daré
agua». Zapatero le ganó la partida de las urnas en 2004 y su promesa
quedó reducida a una primera piedra y finalmente truncada como un junco
del delta del Ebro azotado por el mistral.
No hay duda de que las
fotos las carga el diablo. Bien podrían atestiguarlo los socialistas
Pedro Saura y Ramón Ortiz, a quienes su partido comunicó que el trasvase
de Aznar iba a quedar sepultado en el BOE... cuando apenas habían
pasado de Fuente la Higuera a su regreso de una concentración en
Valencia convocada para exigir el inicio de las obras. Ítem más.
El
alcalde Ballesta, a la sazón consejero y portavoz del Gobierno regional,
y el entonces alcalde Miguel Ángel Cámara protagonizaron a su pesar
otro ejemplo de imágenes bumerán en febrero de 2014, al situarse tras la
pancarta de la Plataforma Pro Soterramiento en una manifestación contra
la llegada del AVE a Murcia en superficie, que es -con los matices que
se quiera- lo que ahora defienden, añado yo que acertadamente: no existe
otra forma de que el soterramiento avance sin frenar la entrada de la
alta velocidad.
Las verdades del barquero
Cuánto
peligro encierra también la foto que Fernando López Miras y su Gobierno
en pleno se hicieron el miércoles pasado con los miles de manifestantes
que exigían agua por las calles de Murcia. Los regantes son pacientes,
pero tontos, no, y pedirán más fotos como esa, hasta conseguir que se
les resuelva el problema, que ningún gobierno se ha atrevido a abordar,
tantos años después, por la sencilla razón de que no le salen las
cuentas electorales. Imágenes como la del miércoles, con el presidente
de la Comunidad Autónoma y toda la oposición paseándose por la Gran Vía
en comandita y junto a los agricultores, dejan un reguero de preguntas a
contestar.
Por ejemplo, dónde estará cada uno de esos políticos cuando
la siguiente sequía venga a visitarnos. Cuánto tiempo más la cabecera
del Tajo almacenará menos de los 400 hectómetros cúbicos por debajo de
los cuales la ley del Memorándum impide los desembalses. Qué hará Rajoy
para sacar adelante un plan hidrológico al que está cantado que Aragón y
Castilla-La Mancha se opondrán con fuerza, en el caso de que incluya
trasvases a otras cuencas. Cómo, a falta de trasvases, se paliará el
déficit estructural del Segura. Hasta cuándo seguirá abierto el canal
del Tajo, del que dependen decenas de miles de familias. A qué precio
habrá que pagar el agua de las desaladoras, y a qué coste
medioambiental. Cómo Diego Conesa será capaz de convencer a los barones
del PSOE (presidido por Cristina Narbona) de la bondad del acueducto.
Qué podrá hacer Alberto Garre para remediar la situación, aparte de
sacarle lustre a su merecida insignia de oro del Sindicato Central de
Regantes. A qué espera Ciudadanos para poner en marcha la comisión de
sabios que anunció para articular una respuesta global y despolitizada a
la penuria hídrica. Cómo explicará Podemos a sus círculos que sus
diputados compartieron manifestación con quienes gritaban contra el
desmantelamiento por la Confederación Hidrográfica de un gigantesco
salmueroducto contaminante. Cuál de todos ellos advertirá alto y claro
de que reclamar un riego de socorro en las circunstancias actuales
supone un error estratégico de calado. Quién tendrá la gallardía de
admitir que hay empresarios agrícolas sensatos pero también otros
codiciosos, y que no todos los agricultores son intocables, pese al
mantra extendido desde San Esteban durante los años fructuosos del 'agua
para todos', en una suerte de chantaje emocional.
Más preguntas. Cómo
embridar las 20.000 hectáreas de regadío supuestamente ilegales en el
Campo de Cartagena recién denunciadas en el Juzgado por el fiscal
superior. Quién y cómo acabará con los vertidos irregulares al Mar Menor
antes de que la laguna se muera y sin arrastrar a nadie a la ruina.
Hasta dónde permitirá Rajoy a López Miras convertir en duradero su
compromiso, que el presidente formalizó en Twitter, de estar «siempre
junto a mi gente» en tanto no se alcance «una solución definitiva».
Quién se atreverá a reunir a los sindicatos del campo para persuadirlos
de que no hay futuro sin agricultura sostenible, y de que los desafíos
del cambio climático no son un canto de sirenas.
Estas y otras
preguntas sin respuesta configuran la foto fija de este momento en la
Región, que es la foto de verdad, esa que nadie puede ignorar si no es
dándole largas por enésima vez. Tarde o temprano, los políticos -todos-
que se retrataron el miércoles bajo la pancarta de los regantes deberán
despejar tales interrogantes, como única manera de verificar que no era
palabrería lo que allí dijeron. Tendrán que hacerlo, y entonces se darán
cuenta del peligro que algunas fotos encierran para su credibilidad.
(*) Columnista
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