La capacidad de comunicación de Rajoy es
equivalente a la de las farolas. Siempre es difícil saber de cierto de
qué habla, aunque quepa intuirlo. Por ejemplo, ¿qué quiere decir exactamente que las cosas vayan mejor? ¿Qué son las cosas?.
Si se refiere a la situación procesal de su partido, sus dirigentes y él mismo, es difícil decir que las cosas
vayan mejor. El PP, partido que preside, está imputado como tal
organización presuntamente delictiva. Es una situación que carece de
precedentes. Un partido presuntamente delincuente, compuesto por
delincuentes también presuntos, empezando por él mismo, que es el jefe y
no presunto.
Si
se refiere a las cuestiones económicas, en las que suele regodearse,
hablando de un futuro brillante de PIB y algunos conceptos escurridizos
como "crecimiento", "estabilidad", y otras monsergas, las cosas
pintan negras: su gobierno ha saqueado el fondo de las pensiones, ha
llevado la deuda pública por encima del 100% del PIB, el déficit no
desciende y a partir de enero, el BCE parece dejar de comprar deuda
española. El panorama es tremendo, con la prima de riesgo otra vez en el
punto de mira y con el hacha del 135 sobre los escasos dineros que esta
pandilla de buitres ha dejado en el fondo de los cajones.
Parece, mejor visto, que se refiere a las cosas de
la política. En una comparecencia en Cataluña, previa a la campaña
electoral, se trata de lanzar mensajes favorables a la propia posición.
No tanto de calibrar expectativas electorales que siguen siendo muy
pobres, como de justificar medidas, criterios, en definitiva, ideas. La
batalla es contra el independentismo como palabra y obra. Es una batalla
ideológica en la que ya están metidos los jueces de hoz y coz.
Que las cosas están mejor gracias
al 155 se mide en dos o tres hechos: la Generalitat ha sido
intervenida, de hecho no existe y Catalunya se gobierna desde Madrid;
medio govern está en la cárcel y el otro en el exilio y la Junta
Electoral Central canaliza la represión del independentismo en la
campaña electoral; el aparato del Estado funciona a pleno reprimiendo
toda manifestación del independentismo. Es una dictadura de hecho y por
eso el presidente de un partido fundado por un ministro de Franco
considera que "las cosas están mejor".
Frente
a esta situación de dictadura de hecho, la irrelevancia de la oposición
parlamentaria es patética. Tanta que un gobierno en minoría actúa como
si contara con una mayoría absoluta. En realidad, lo hemos dicho a
menudo, la única oposición real en España ha sido hasta la fecha y sigue
siendo hoy de carácter territorial/nacional; es Catalunya.
Y
eso provoca, como es evidente, tal trastorno estructural del sistema
parlamentario monárquico posfranquista que la única forma que tiene este
de sobrevivir es suspendiéndose a sí mismo, anulándose (dice que
transitoriamente, pero no dice qué plazo) a través de una norma de
dictadura. ¿Acaso no forma el Estatuto de Autonomía de Catalunya, hoy
suspendido, como intervenida está la autonomía, parte del llamado
"bloque de constutucionalidad", según doctrina del Tribunal
Constitucional? Al intervenir y ocupar Catalunya, la Constitución está
interviniéndose y ocupándose a sí misma. Todo el sistema de la III
Restauración está en suspenso.
Hasta
el 21D. En esa jornada electoral que es un referéndum con el acuerdo
del Estado, precisamente lo que este había intentado evitar a toda
costa, se decidirá la escabrosa cuestión del futuro de la relación entre
España y Catalunya. Obsérvese que no hay un compromiso explícito del
Estado de respetar el resultado, como sí lo hay del independentismo. Al
contrario, ese Estado ha insinuado e incluso más que insinuado, que un
resultado contrario a su parecer no se respetará.
Por
eso es imprescindible una alta participación el 21D. La distancia entre
el independentismo y unionismo debe aumentar tanto que sea insostenible
ante la comunidad internacional no respetar el resultado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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