Lo descubrió hace unos años el historiador cartagenero Alfonso
Grandal. Fue él quien puso de manifiesto un hecho lingüístico
sorprendente: y no fue otro que en Cartagena se habló catalán durante
300 años, desde el año 1300 hasta 1600.
Viene a cuento recordarlo ahora
que tan enconadas están las relaciones con nuestros compatriotas
catalanes y, lo digo con dolor, ahora que encuentro mucho odio a
Cataluña y lo catalán en muchas conversaciones que oigo en Cartagena.
Ese cartagenero que despotrica contra los catalanes en general, debe
saber que aunque la reconquista de nuestras tierras se la apuntó el rey
castellano Alfonso X el Sabio allá a finales del siglo XIII, en realidad
toda la región se repobló con gentes procedentes de la Corona de
Aragón, es decir: catalanes, aragoneses, mallorquines y valencianos que
nos dejaron aquí su lengua y con ella palabras hermosas que los
cartageneros heredamos todavía cuatrocientos años después sin saber que,
en realidad, son palabras catalanas.
Y así, el cartagenero no come guisantes ni judías verdes ni
alcaparras: come pésoles, bajocas y tápenas, que proceden del valenciano
o del catalán. El viento del suroeste es el lebeche, y si es del
sudeste es el jaloque, y el trueno es un llampo, y las palabras
catalanas originales de las que derivan son llebeig, xaloc y llamp.
Ese cartagenero seguro que se ha bañado alguna vez en Cala Reona y en
Calblanque, ha visto la isla Grosa o la Perdiguera y se ha sentado a la
sombra de un garrofero y si no fuera por el catalán en realidad todo
eso habría sido Cala Redonda, Cala Blanca, Isla Gorda, Isla Perdicera y
algarrobo. Los montes cartageneros no tienen niebla; tienen una boria
que es más catalana que toda la familia Pujol junta, aunque si la nube
es de polvo o tierra entonces será una polsaguera. En algunas familias
de Cartagena la abuela es la yaya y qué decir de los tiernos diminutivos
catalanizantes acabados en -eta tan cartageneros como serreta,
replaceta, pareta…
El cartagenero no se sienta en un sofá: se esclafa en él, como en
Tarragona. Y en Cartagena se veneró a la Virgen del Rosell y por aquí
cerca andan lugares como El Carmolí, los Esculls, el Farallón, las
salinas del Rasall y Calnegre, todos ellos lugares llenos de hermosas
eles catalanas.
Y el barro cartagenero es el fangue catalán, y si en
Cartagena uno se pone a arreglar una cosa que no conoce bien es un
manifasero, quien si se lisia, no le saldrá una ampolla, sino una
bambolla o una bufeta, y todos sabemos que si decimos leja
fuera de Cartagena para referirnos a una estantería, no nos entienden,
porque no saben en Castilla que eso procede de la lleixa catalana, y así
sale por todos sitios el antiguo idioma catalán en el habla actual de
nuestra comarca cartagenera. Por no mencionar los numerosos apellidos
catalanes que pueblan la nomenclatura cartagenera: los Ros, Puche,
Sabater, Ferrer, Conesa, Ballester, Ardil…
(*) Sindicalista y escritor
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