Era preciso hacer algo para tranquilizar
a la parroquia, muy nerviosa con las noticias de Cataluña. No bastaba
con la crispada y desencajada reacción de la vicepresidenta del gobierno
que salió calificando de patada a la democracia
la aprobación de la Ley del referéndum. Al contrario, el ridículo de
Sáenz de Santamaría fuera de sí tenía que compensarse con algo que
eliminara la impresión de que el Estado está en manos de auténticos
orates.
Así
que el gobierno decidió compensar un ridículo con otro: puso a Rajoy a
hablar. Faltando a su costumbre de no dar jamás explicaciones por nada,
el de los sobresueldos, se decidió a informar en su inimitable estilo al
término del consejo de ministros extraordinario. Sentó previamente a
todos los ministros en primera fila, como doctrinos, convocó a los
medios y les espetó la habitual monserga llena de falsedades y
topicazos. Había condescendido a dar cuenta de lo que piensa hacer y no
iba a tolerar que nadie pusiera nada en cuestión. El núcleo de su
discurso fue una enumeración de los recursos mediante los cuales
pretende que el Tribunal Constitucional le saque las castañas del fuego
de su propia incompetencia, y un ataque al bloque independentista y al
govern de la Generalitat a los que acusa de "autoritarios" y de ir en
contra de la democracia. Sin admitir preguntas, sin observaciones,
democráticamente.
Por
supuesto todo ello adobado con las consabidas falacias sobre el respeto
a la legalidad y la necesidad de atenerse a los procedimientos de
reforma previstos. Es inútil repetir aqui que su concepto de legalidad
es tramposo y que los procedimientos de reforma están cegados para quien
no pertenezca a uno de los dos partidos dinásticos. Es un modo de
actuación, este sí, típicamente autoritario y de raíz franquista: el
gobernante se limita a reiterar su criterio sin atendender a ningún
matiz, crítica o relativización, sin escuchar nada porque para eso
dispone de la fuerza coercitiva del Estado, para acallar la discrepancia
si, a pesar de todo, esta se manifiesta.
De
hacer algún tipo de recapitulación, de meditar sobre las causas que han
llevado a esta situación en que el presidente y la vicepresidenta del
gobierno salen amenazando a los ciudadanos, ni flores. Sin embargo, está
claro que, si hemos llegado hasta aquí se debe en gran parte a la
irresponsabilidad política del que ahora se ofrece como garante de la
estabilidad con el apoyo entusiasta de los medios nacional-españoles
como El País, que salía con un editorial digno del ABC o La Razón, titulado La dignidad de Cataluña. Es un sarcasmo que este título plagie el que en 2010 publicaron muchos medios catalanes (La dignidad de Catalunya) en defensa del Estatut, a punto de ser dinamitado por la sentencia del Tribunal Constitucional de aquel año.
Esta
especie de burla es paralela al hecho de que sea precisamente quien más
ha hecho por dinamitar el entendimiento entre Cataluña y España quien
dice buscar una solución al conflicto. Porque, como sabe todo el mundo,
el independentismo catalán ha subido del 25/30 por ciento de la
población hasta el 50 por ciento gracias a la demagogia de Rajoy
recogiendo firmas contra el Estatuto en 2006 y recurriéndolo ante el TC y
todo para hacer juego sucio contra el Gobierno de Zapatero. El
Sobresueldos ha destrozado el sistema del 78 para satisfacer sus ansias
de poder. Y llegado a él, siguió con la política anticatalana,
perfectamente condensada en el propósito más insultante y estúpido de
"españolizar a los niños catalanes" del ex-ministro Wert.
Los
que fueron contra el Estatuto son los que ahora dicen protegerlo. Por
la misma razón por la que los franquistas que se abstuvieron en la
votación sobre la CE 78 o votaron en contra son los que se erigen hoy en
sus defensores y la usan como baluarte contra las aspiraciones
democráticas de la gente.
En
cumplimiento de su triste sino de ser seguidor de la derecha, el PSOE
reitera su apoyo incondicional a los franquistas del gobierno, dando por
bueno su simulacro de democracia. Esto lo legitima, al parecer, para no
tomarse el trabajo de buscar un entendimiento en Cataluña sustituido
por una etérea llamada a un diálogo que no se ha producido nunca, no se
produce ahora y no se producirá jamás por cuanto el nacionalismo español
solo entiende una forma de relación de Cataluña con España, la de la
sumisión y el silencio ante los abusos.
Es
un espectáculo patético el del nacionalismo español dando palos de
ciego, superado en todo momento por la Generalitat. Ayer el Parlament
aprobó la Ley de Transitoriedad para el caso de que gane el "sí" en el
referéndum, cumpliendo así la promesa de Puigdemont de "ir de la ley a
la ley", impertérrito el bloque del sí ante las amenazas de las
autoridades españolas que no pueden hacer otra cosa que eso, amenazar.
Al propio tiempo, el Parlament pedía investigar judicialmente a Rajoy, Santamaría y Fernández Díaz por los delitos que hubieren podido cometer en la "operación Cataluña".
Unos presuntos delincuentes encargados de aplicar ley en España.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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