La gente anda empaquetando, recogiendo cosas, poniendo a cubierto la
lavadora, que ha estado en el patio todo el verano, para que no se oxide
en los diez meses que va a estar inactiva. Este año se van de sus casas
del Mar Menor con menos pena, aunque una cierta tristeza siempre da.
Pero es que, «el agua está tan mal», tan verde, tan turbia, con malos
olores que llegan de esta zona o de la otra, que irse de aquí cuesta
menos. Y encima lo de la infección de Los Alcázares, que Dios sabe hasta
dónde se extenderán los restos de mierda que han llegado a sus orillas,
procedentes de quién sabe qué alcantarillado.
El mes de julio
estuvo bien: el agua bastante transparente, los servicios de limpieza
funcionaban o, al menos, intentaban quitar el máximo de algas
putrefactas sin tocar ningún fango, que eso está prohibido. Pero, en la
primera quincena de agosto, la cosa comenzó ya a ponerse imposible. Los
levantes soplaron fuerte y lanzaron a las orillas todo tipo de restos
que no se limpiaron con la suficiente presteza, o sea, que llegaban a
pudrirse emanando unos olores absolutamente insoportables.
Con el fuerte
calor, la turbiedad avanzaba por días. Primero, metido en el agua, no
podías verte el pie, pero, en unos cuantos días, ya no te veías ni el
bañador. Y las medusas abundaban. Algún niño comenzó a decir que le
picaban los huevecitos, y los padres los sacaban del mar y se los
lavaban con una manguera. Siempre había gente que se bañaba, contra
viento y marea, sobre todo, los que pagan un alquiler por pasar aquí una
temporada y tratan de sacarle partido a su inversión. Pero mucha gente
dejó de meterse en el agua, eso sí, con un cabreo enorme.
La
semana pasada aparecieron peces muertos en la orilla. Doradas de ración y
algún mújol. Eso sí que impresiona, oiga. En el Mar Menor hay mucha
tradición de andar por las mañanas descalzo por la orilla, haciendo
ejercicio. Era terrible ir encontrándote un pez muerto aquí y otro allá.
Los de la limpieza los recogieron lo antes posible pero mucha gente se
preguntaba si debería meterse o no meterse en esa agua que mataba a los
peces.
Y, por si faltaba algo, parió la abuela con las tormentas
de esta semana, y, una vez más, al Mar Menor ha llegado lo que le llega
siempre que se dan estas circunstancias, en las que todo el mundo echa a
las ramblas lo que le sobra para que las aguas de lluvia lo arrastren
hasta el mar. ¿O es que ustedes creen que es nuevo verter al Mar Menor
las aguas de Torre Pacheco sin depurar cuando llueve en exceso? Pasa
siempre porque allí hay una depuradora pequeña para ese volumen de agua y
no tienen otra solución que dejarla salir hacia la rambla, por más
porquería de los alcantarillados que lleva encima. Seguramente que la
caca que ha infectado a Los Alcázares procede de los cuerpos serranos de
los habitantes de Torre Pacheco. Por más que estos dos municipios se
separaran hace unos años, siguen unidos por sus detritus que les llegan
camino del Mar Menor.
Y, ahora: ¿Dónde está la efectividad de las
medidas que iban a tomarse para que se recupere nuestra laguna? ¿Dónde
está el director general de El Mar Menor para que nos cuente por qué
todo está exactamente igual que el año pasado, cuando dio la cara esta
crisis, o peor? También nos gustaría saber por qué se siguen vertiendo
nitratos y los desperdicios de las desaladoras clandestinas, como si
esto fuera una región sin ley, y, todavía, cuando las autoridades de la
CHS tímidamente intervienen en alguna, se llevan unas broncas de tres
pares, sin que el Gobierno regional tome medidas definitivas para que
esto no ocurra. Queremos saber, en pocas palabras, por qué este año nos
vamos de las orillas del Mar Menor tristes porque el verano se acaba,
pero mucho más desconsolados por el asqueroso estado en el que vemos sus
aguas.
(*) Pintor y profesor
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