Más de
tres millones de parados atenazan todavía la economía española y su
prosperidad. Arrastramos el problema desde hace ocho años. Y aunque la
vieja picaresca que siempre ha existido en España modera en alguna forma
las cifras del desempleo, resulta innegable la peligrosidad social de
la situación.
Además de la crisis económica, las exigencias sindicales condujeron
al cierre de millares de empresas y acentuaron el número de parados. Los
sindicatos son imprescindibles en una democracia pluralista plena pero
deben atender los intereses de los trabajadores antes que su propio
interés. Hoy se han convertido, en parte no desdeñable, en agencias de
colocación de parientes, amiguetes y paniaguados, aparte de actuar como
absurdos empresarios de iniciativas casi siempre fracasadas.
A pesar de los vaticinios sindicales de que las medidas laborales de
Mariano Rajoy en el año 2012 solo podían conducir a una crecida
imparable del paro, la realidad ha venido a demostrar que eran, conforme
a las directrices europeas, las que necesitaba España. Y llevamos
varios años reduciendo el desempleo en medio millón de personas
anualmente.
En el pasado mes de junio, las cifras son optimistas pero menos de lo
que se esperaba. 26.887 desempleados menos y una crecida considerable
de afiliados a la Seguridad Social. Es necesario mantener con firmeza la
política económica y laboral, antes de que llegue el año electoral,
durante el cual se harán, sin duda, concesiones que comprometerán la
firmeza de la marcha actual.
(*) Periodista y académico de la RAE
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