A los artistas no hay quien les corte el rabo. Hemos visto cómo los
censuran: la última vez, por el ya exalcalde de Cartagena, José López,
ahora imputado por presunta corrupción.
Hemos visto cómo se les denigra
por el Gobierno autonómico al otorgar éste nada menos que la Medalla de
Oro de la Región a Muher, que practica un manierismo decorativo,
descomprometido incluso estéticamente, como de agencia turística, a la
carta, artísticamente irrelevante, ignorando a los creadores auténticos y
de larga trayectoria.
Y vemos cómo los infernales laberintos
burocráticos permiten que a los trabajadores del Museo Gaya se les
obligue a vivir cinco meses sin cobrar los sueldos que les corresponden y
sin poder ejercer siquiera el derecho a despedirse, consecuencia de
cómo el poder político genera infraestructuras culturales sin prever la
sostenibilidad de su mantenimiento.
La cultura, mientras da trabajo a
las empresas de la construcción para promover las infraestructuras, es
un primer empeño de los políticos, pero una vez entregada la obra, el
mantenimiento de la actividad cotidiana que la justifica es precario,
subsidiario o prescindible. Y a veces ni se entrega la obra, o no
completamente terminada, como en la fantasmal red de auditorios de la
Región.
Los artistas son ocasionalmente elegidos para adornar el
escaparate del poder político. A veces, cuando a la Administración le
sobraba el dinero (el que quedaba después de pagar el viaje tutiplén de
Valcárcel a la Bienal de Venecia u otros caprichos viajeros del
Sobrinísimo o de alguien de su familia, convenientemente colocado en
alguna fundación cultural tan privada como subvencionada, que
desapareció tras su cese), con la organización institucional de
supuestos eventos trasgresores, como el de aquella impostora de mucha
fama que, contratada por el Gobierno del PP, quiso que los manifestantes
de una huelga general contra el Gobierno del PP suplieran la
creatividad por la que le pagaban invitándolos a pintar graffitis en la
iglesia de San Esteban, el espacio que se le concedió para ingeniar
algún acto contra el poder, el mismísimo ´sótano´ de la sede de la
presidencia regional. Imagínense qué peligro creían correr los
subvencionadores de la trasgresión cuando a los transgresores los
colocaban, en palacio, bajo el suelo que pisaban.
En todas estas
estupideces se gastaron montañas de dinero, porque las performances eran
completamente inocuas. Por eso salían en el suplemento cultural de
algún diario nacional, gracias también a que el consejero de entonces
contrató a dedo a un hermano del crítico de arte de ese diario nacional.
Infalible.
Pero los artistas de verdad son como los gremlins. En
la distancia corta son seres entrañables, acogedores, ese tipo de
personas a las que invitarías a un café con leche nada más conocerlas.
Pero si les cae encima una gota de agua se convierten en indomables,
intratables, irreductibles. Son como los perros de caza: por mucho que
les pongas pienso y agua, te acabarán haciendo cardenales en la
pantorrilla con el fuerte efecto látigo de su rabo. Y, ya digo, no se lo
dejan cortar. A ver si el diputado Paco Bernabé promoviera alguna nueva
moción al respecto.
El Gobierno regional ha previsto la llegada
del Ave en superficie a la estación del Carmen, en Murcia, creando un
muro físico que partirá en dos un largo tramo del municipio. La
resistencia de los vecinos afectados, entre los que lógicamente se
incluye un porcentaje muy alto de votantes del PP, pretende ser atenuada
con el pretexto de que se trata de una protesta localizada, en el
supuesto de que el resto del municipio y de los habitantes de la Región
verán en estas protestas incluso un asomo de egoísmo.
Así, a los
ciudadanos de las zonas afectadas les serán refutadas sus
reivindicaciones para el soterramiento de las vías, dada la satisfacción
de los miles de murcianos que aplaudirán la llegada, por fin, del Ave,
sea por tierra, mar o aire. El hecho mismo de la llegada del Ave
acallará, creen en el Gobierno, las críticas a que venga en superficie,
pues la mayoría de los murcianos se opondrá a los reparos del reducto
galo organizado en la heroica Plataforma proSoterramiento.
Y en
estas llegan los artistas. Más de medio centenar, y los mejores. Sin que
nadie los haya reclamado. Me consta que ni siquiera la Plataforma. Lo
han hecho en un movimiento espontáneo en que la creación de un hilo ha
servido de banderín de enganche a todos los que se han atrevido a
ponerse voluntariamente ante el pelotón de fusilamiento de las
Administraciones. Aquí estamos: somos nosotros. Damos la cara, uno a
uno.
Esto, cuando el tiempo no está para llover. Esta es la verdadera
transgresión, la que surge por una causa justa, real y cercana,
acuciante, y que compromete la función de los artistas con independencia
de las posiciones estéticas o ideológicas de cada uno de ellos. Su
plante colectivo frente al poder político, que ahora quiere dar una
larga cambiada a sus promesas de otro tiempo e incluso a los compromisos
firmados con la presencia de las autoridades políticas del PP en la
calle portando las pancartas de la Plataforma, viene a dejar
gráficamente sentado que el soterramiento no es una preocupación de los
circunstancialmente afectados por el doble muro (sea de cristal,
plástico o cemento) sino de todos los murcianos decididos a no dejarse
embaucar por el juego del trile a que se les invita desde el poder:
¿dónde está la bolita?
Los artistas murcianos dan hoy con la
inauguración de su exposición en favor del soterramiento un ejemplo
cívico emocionante. Con coraje y sin autocensuras. Oro molido, sin
medallas.
(*) Columnista
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