Rajoy no solo ha gestionado mal la “crisis catalana”.
Lo ha gestionado mal todo. Se ha cargado el Estado de derecho, no ha
conseguido sacar al país de la crisis, habiéndolo arruinado con unas
arcas vacías (sobre todo, el fondo de pensiones) y una deuda pública
galopante, ni siquiera ha conseguido reducir el déficit a lo que se le
exige. En seis años no ha conseguido hacer lo que el gobierno portugués
de izquierda ha hecho en dos. Un completo inútil y una desgracia para el
país. Y más desgracia que el país se dé cuenta ahora.
En
lo tocante a Cataluña, la incompetencia tiene rasgos casi delictivos.
Desde la famosa sentencia del Tribunal Constitucional de mayo de 2010,
el independentismo catalán pasó de ser una reivindicación de partido a
serlo social, nacional, transversal. Y, desde entonces ha llevado la
iniciativa en procura de su objetivo de un referéndum de
autodeterminación en Cataluña.
Durante
esos años, el gobierno presidido por esta nulidad no ha hecho nada por
dialogar o negociar con los independentistas, se ha cerrado en banda, ha
despachado con cajas destempladas a dos presidentes de la Generalitat
que venían a exponer sus demandas y ha dado orden a su frente mediático
de que ataque sin cuartel al independentismo, al tiempo que, al parecer,
también se le hace la guerra sucia.
Hasta
los de su cuerda, los empresarios catalanes, le instan a negociar y
llegar a alguna solución política. El olmo y las peras. El mismo
presidente reconoce que no tiene propuesta alguna, que no se le ocurre
nada, vaya. Y eso que asegura encontrarse en el mejor momento de su
vida. Se le nota cuando se pone apocalíptico previendo desastres sin cuento con la independencia de Cataluña. Lo único que se le ocurre es meter miedo o, mejor dicho, exteriorizar su propio miedo.
La
cuestión no es qué cabe esperar del gobierno. Ya se sabe: nada. La
confrontación y a ciegas. Es qué cabe esperar de la oposición: si va a
cerrar filas tras el gobierno en combate o va a presentar alguna
propuesta de negociación.
Ayer,
Palinuro, extralimitándose, presentaba una. Ni él mismo se fía de ella.
La intención era simplemente decir que hay que dialogar, que no se
puede aceptar la decisión de este gobierno de cerrarse al diálogo.
En
una democracia no es admisible impedir el diálogo y, si esto sucede,
los independentistas se sentirán legitimados para proclamar una DUI, una
Declaración Unilateral de Independencia en el Parlamento. Y a ver qué
hace el gobierno.
Habla la autoridad
Todo es relativo. A Rajoy el país no le
parece corrupto. A otro, en cambio (a muchos, en realidad), puede
parecerle que un país gobernado por un presidente presunto cobrador de
sobresueldos en B y citado a declarar por los tribunales es corrupto.
Seguramente se lo parecería al mismo Rajoy sino se tratara de su
persona.
En
todo caso, es cierto, el país no es corrupto: sus ríos, montes,
llanuras, nubes y cielo no están corruptos. Pero su gobernación sí y de
arriba abajo, pues depende de un partido con 800 imputados y al que los
jueces consideran una presunta asociación para delinquir. Un partido
presidido por el mismo que niega la corrupción que lo afecta. Y, por si
alguna tenue esperanza hubiera, repasen los últimos actos del gobierno,
su partido y sus amigos en la judicatura:
Mantienen en sus puestos a un ministro reprobado y un fiscal cuestionado.
Nombran para presidir la sala de lo penal de la AN a una jueza apartada de un caso de la Gürtel por evidente amistad con el PP.
Nombran
para presidir una comisión de investsigación del caso Lezo, que afecta
directamente a Ignacio González, a un cuñado suyo.
Nombran
para presidir una comisión de lucha contra la corrupción a Manuel Cobo
quien, efecivamente, la denunció en su día, pero que, a su vez, sigue en
investigación por actos realizados durante su pertenencia al gobierno
de Ruiz Gallardón.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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