Ahí está, por insólito que parezca para un Estado no confesional a tenor del artículo 16,3 de la CE, que reza por una parte: Ninguna confesión tendrá carácter estatal.
Pero si el Estado renuncia a su confesión, su brazo armado, el
ejército, que tiene, entre otras funciones, la de defender su
"integridad territorial", según el art. 8, hace gala de ella y decreta
luto por la muerte de su dios.
Es asombroso pero si se recuerda la continuación del citado 16,3, se entienden algunas cosas: Los
poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la
sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de
cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones. Se
entienden a través de la habitual marrullería para colar el privilegio de
la Iglesia Católica. Parece asombroso, desde luego, que el Estado se
involucre a través de sus fuerzas armadas en la celebración de una
leyenda religiosa de hace 2000 años que se da como un hecho fehaciente
y, por razón de la fe religiosa, actual, como si se tratara de
una muerte producida ayer. Pero está dentro de lo interpretable del
citado artículo. ¿Qué mejor cooperación con la Iglesia Católica que
participar en sus lutos?
Además,
esto de andar de pasión forma parte de las creencias populares, las de
la raíz tradicional en la cultura de nuestro pueblo. Como la
tauromaquia, que también arranca por estas fechas y tanto nos distingue
entre las naciones civilizadas del planeta.
España
es católica igual que la gallina es ovípara, por naturaleza. Tengo oído
al devoto ex-ministro del Interior, que quería imponer una regla
trapense a la sociedad, que si España dejare de ser católica, dejaría de
ser España. No es nuevo. Es una concepción muy arraigada en la derecha
de siempre. El catolicismo es consubstancial a España. Está presente en
la vida pública, los fastos de Estado, los medios públicos de
comunicación, las políticas públicas de la administración, sobre todo en
educación. La Iglesia Católica es un Estado dentro del Estado y por eso
este rinde a su jefe honras fúnebres de Estado.
La
ministra de Defensa de este país del siglo XXI, Cospedal, traslada al
ámbito público sus convicciones religiosas. La naturaleza de estas es
bien visible porque ella hace público lucimiento siempre que puede. La
idea de que la confesión religiosa es un asunto privado de cada cual y
no parece razonable exhibirla con todos los títulos del mando y el poder
públicos ni se le pasa por la cabeza. Con lo retrechera y elegante que
va ella con su peineta y su mantilla portando el cirio en la procesión
de su tierra. Ella y todas las autoridades civiles, religiosas y
militares, y las cofradías y hermandades, los ciudadanos pudientes, la
buena sociedad y los pasos, con la rica imaginería popular, los
penitentes, los nazarenos, los encapuchados, todo ello animado con
música de banda militar de redobles fúnebres.
Es
frecuente escuchar el lamento (muy discutido entre historiadores) de
que en España no hubo revolución burguesa. Es verdad, no la hubo, pero
porque antes no había habido tampoco reforma. Al contrario, hubo
contrarreforma. Y ahí seguimos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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