Con un desdén indisimulado, cada vez que el socialista Indalecio Prieto
veía aparecer a Ortega y Gasset por el Parlamento susurraba «¡Ahí va la
masa encefálica¡». ¿Apareció alguna durante las dos sesiones de
investidura de López Miras? El discurso del nuevo presidente fue gris y
tuvo poca sustancia, lo que no quita para que detrás exista sustancia
gris. Alardes, desde luego, no hubo. Tampoco rebosó en las
intervenciones de los portavoces de los cuatro partidos, lo que tampoco
significa que no hubiera destellos.
El periodista Julio Camba decía que
la política española «sabe a pollo de hotel», pero el jueves solo se
vieron gallos con espolones en el hemiciclo y el debate dejó regusto a
pelea de corral. Aquello fue más bien un pollo. De todos contra todos.
En pepitoria. Como el desenlace final estaba escrito y era conocido de
antemano, lo mejor hubiera sido que todo se hubiera guisado en un día y
se hubiera servido tras la primera votación. Pero ayer hubo de
procederse a una segunda para completar el paripé de la «abstención
técnica» de Ciudadanos, un palabro de la neolengua de la nueva política
que solo mueve a la risa. Menos a los funcionarios de la Asamblea,
supongo, que tuvieron que ir al tajo este sábado para que Miguel
Sánchez, el líder naranja, pudiera disfrutar de las fiestas grandes de
su municipio con este asunto de la investidura ya cerrado.
Ya nos
enteraremos de cuánto hubo de pagarse en horas extraordinarias a los
funcionarios de la Asamblea y en kilometraje a los diputados solo para
que C's, con este postureo político, construya su particular relato
público. En esa línea de ocurrencias tampoco se queda manco aquello del
«gobierno legislativo» que propuso un revolucionado Urralburu para
contrarrestar al Ejecutivo de Miras. Por aquello que propuso Montesquieu
y porque, vistos los revolcones que nos puede dar el Constitucional con
las leyes regionales del autoconsumo y de la vivienda, donde la
oposición metió la cuchara a fondo, con un poder ejecutivo metiendo la
pata ya tenemos bastante.
La próxima semana habrá uno nuevo. Liderado por Fernando López Miras, el cuarto presidente del PP en cuatro años. Será difícil que vuelva a repetirse un periodo de tanta inestabilidad, pero los populares están en racha e igual mantienen la línea. Lo sorprendente es que todo era previsible desde que Valcárcel se quitó de en medio dejando empantanados los grandes asuntos de la agenda política. Se veía venir desde la insumisión de Alberto Garre y la investigación en el TSJ de Pedro Antonio Sánchez hasta el nombramiento por este de un sucesor de contrastada lealtad y discreto perfil. Los populares se lo tienen que mirar. Pocas veces un partido político ha dilapidado su aplastante hegemonía de una forma tan torpe y por puros intereses personales.
Para
el interés colectivo sería positivo que López Miras tuviera éxito, pero
cuesta verle sin esa aura de provisionalidad y tutelaje por Pedro
Antonio Sánchez. Estas cohabitaciones raramente funcionan. Los propios
estatutos del PP fueron redactados para evitar las bicefalias y los
liderazgos compartidos. Para colmo de males, a los populares no paran de
pasarle facturas los casos de corrupción que llegan a los tribunales.
Por más que Rajoy insista en que lo importante es la economía (el
expresidente Ignacio González parece que lo entendió en clave personal y
se puso a ello), la pestilencia es insoportable.
Suerte tiene de que el
PSOE está como está y de que Podemos no para de lanzarle balones de
oxígeno desde que Pablo Iglesias, con su ‘pacto de los botellines’,
abandonó toda suerte de transversalidad y se apuntó a la
política-espectáculo más radical. Nada podía venirle mejor a Mariano
Rajoy en estos momentos que una fallida moción de censura presentada por
Podemos para visualizar que hoy no existen alternativas posibles al
Gobierno del PP.
La gravedad reside en que, en plena senda de crecimiento, el país está políticamente parado. Aún está pendiente la aprobación de las cuentas públicas y la producción legislativa es nula. En realidad, la legislatura no ha comenzado y no sabremos qué derroteros tomará hasta que el PSOE cierre su crisis, si es que lo logra. En la Región sucede otro tanto. Después de meses de parón, el próximo miércoles habrá otro gobierno, probablemente continuista, aunque esta vez tendrá que trabajar sin un pacto con Ciudadanos. El PP regional se ha quedado solo y con un timonel con las hechuras justas. Todo un panorama.
(*) Periodista y director de La Verdad
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