Es patente: la trifulca en el PSOE, que
se vive agitadamente en los medios, especialmente los digitales domina
los mentideros políticos. Poco a poco, aun sin estar oficialmente
convocadas las primarias ni proclamados los candidatos, va emergiendo el
perfil de cada uno de ellos y las noticias parecen ser golpes de cincel
para labrar las respectivas figuras.
La imagen de Susana Díaz mezcla su
temperamento y discursos populistas y caudillistas con un apoyo sólido
en casi todas las instancias de poder: de cuadros del partido, para
arriba, hasta las figuras legendarias de las épocas gloriosas; de
votantes y simpatizantes del PP; de importantes medios de comunicación,
como el grupo Prisa, entregado al embrujo andaluz; de personalidades
públicas de toda índole. Se añaden las diputados socialistas con sano
sentido gregario, aunque quizá poco olfato político. Parece una
candidatura que los de Podemos llamarían "muy del régimen". Y desde
luego lo es: España, la dinastía y en cuanto a la Iglesia, ni tocarla.
A
esto hay que añadir una imagen de consumo interno de muy mal fario:
política profesional que no tiene un palmarés de ganadora de elecciones
abiertas, ducha en intrigas palaciegas y golpes de mano. Carácter
despótico e imperativo. Y lo que más daño le hace es esa identificación
servil de la junta gestora con sus planes personales y la
instrumentalización del partido al servicio de su persona.
Hacer
de todo eso una candidatura aceptable para unas bases soliviantadas que
se han movilizado contra todo tipo de zancadillas para presentar su
propuesta es tarea hercúlea. A lo mejor, no sintiéndose hercúleos, los
gestores optan por la vía negativa de montar un contencioso con ese
capricho del control de las cuentas a fin de poner trabas a la
candidatura de Sánchez. Con ánimo de defenestrarlo por segunda vez. Ahí
sí que provocarían una sublevación porque, como está a la vista, el
control contable puede ser necesario para las candidaturas de Díaz y
López, que manejan directa o indirectamente recursos institucionales;
pero no para Sánchez, que viene del frío exterior.
Nada nuevo
Puigdemont y Junqueras se han asomado a la tribuna de El País para decir lo que llevan meses diciendo y reiterarlo con razones que llevan años esgrimiendo. Nada nuevo de su parte. La diferencia es que ahora lo dicen desde El País con
lo que ya no queda más remedio en España que darse por enterados. Cosa
hasta ahora evitada por cuanto los medios ocultaban o desfiguraban
sistemáticamente la realidad catalana; entre ellos el propio El País.
El diario parece estar reconsiderando su actitud, a la vista de la
importancia de la cuestión. Pero le sale su resabio nacional-español con
esa entradilla de El desafío soberanista.
Si el presidente del gobierno deja el Marca y lee El País encontrará
un resumen preciso y claro de la situación a la que, quiera o no,
deberá hacer frente. Aunque en su insólita soberbia, animado por el
reciente desarme de ETA, es capaz de pensarse Gregorio VII haciendo
esperar de rodillas a las puertas de Canossa al emperador arrepentido.
Será magnánimo, solo exigirá tres días de rodillas en la nieve o viendo
partidos de fútbol. Pero es preciso el arrepentimiento. Ahí está el
problema. Los dos firmantes del artículo-manifiesto no están
arrepentidos de nada. Al contrario: piensan seguir con la hoja de ruta.
Por
eso es muy de señalar la lamentable situación de Rajoy: no puede
gobernar porque la oposición no le deja, pero tampoco puede convocar
elecciones anticipadas porque Cataluña necesita un interlocutor. No otro
duelista, como parece pensar El País, sino un interlocutor,
alguien que se siente en la mesa de negociaciones en la que están
sentados desde hace meses los dos firmantes del escrito. Alguien con
autoridad. No con autoritarismo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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