El de ayer fue un día dedicado a la
exaltación del carisma, del culto a la personalidad, de glorificación
del heroico líder en las principales fuerzas políticas del extraño
sistema político español. Un sistema político que tan pronto parece un
bipartidismo difunto como un bipartidismo resurrecto. Por supuesto, cada
una de esas fuerzas, el PP, el PSOE y Podemos, escenifican la
glorificación del caudillo o caudilla, según sus circunstancias y
características.
El
PP se encuentra en un congreso de autocomplacencia. Solo hay un
candidato a la presidencia y, una vez este elegido prácticamente por
unanimidad llamada búlgara, procede a nombrar a los demás cargos
del partido a dedo, como corresponde a los democráticos tiempos que nos
ha sido dado vivir. El jefe hoy indiscutido, el artífice de cuatro
prodigiosos años de mayoría absoluta, gobierno absoluto y que hoy
promete otros cuatro de igual o superior prosperidad sin mayoría
absoluta pero con la inestimable alianza con el PSOE, el otro partido
dinástico.
En el momento de los encendidos discursos se pronunciaron las
sentencias en el primer juicio de la serie Gürtel que envían a la
cárcel a una serie de delincuentes y miembros del partido, a veces
personas distintas, a veces las mismas. Pero da igual: las noticias
desagradables del exterior no entran en el multitudinario y agradecido
cónclave del partido del gobierno. Sí, parece que en algún otro siglo,
en otro país de ubicación imprecisa, hubo unos episodios de corrupción
galopante. Pero eso no reza con nosotros.
Según dice el Jefe, el partido
ya pagó en las urnas el precio de la corrupción. Queda media docena de
procesos pendientes de la Gürtel y la Púnica y el inefable Bárcenas,
pero es de suponer que tampoco afectarán a la alta estima en que el PP
se tiene a sí mismo. Solo hay una pequeña nube: si en alguno de los
procesos que quedan se llama a declarar a Rajoy a cuenta de los
sobresueldos en B. Téngase en cuenta que es el único secretario general
del PP que todavía no ha declarado ante el juez. Los otros, anteriores y
posteriores a él, ya lo han hecho, ¿Por qué no él?
En el caso del PSOE no ha sido un congreso sino un evento precongresual, una exhibición de músculo,
dicen los medios, para que Susana Díaz compruebe a la par que muestra
sus apoyos para la aventura de la SG, algo que nadie en el fondo cree
factible excepto ella que irradia seguridad en sus más altos
ambicionados destinos: tengo ganas, dice, apuntando a la SG sin mencionarla. Y me encanta ganar,
añade, mirando ya a la presidencia del gobierno. No es un discurso
conceptualmente rico sino, más bien, un par de exabruptos elementales
pero seguramente lo que juzga conveniente la interesada para movilizar
sus apoyos.
Porque su principal apoyo es ella a misma, esa especie de
ciega convicción que transmite con la fuerza del caudillaje de que le
corresponde ganar por ser ella, quintaesencia del alma socialista de
Triana. Ciega convicción, fuerza silenciosa casi telúrica, capaz de
defenestrar un SG en veinticuatro horas y postularse sin más como su
sustituta. Los apoyos de ayer, sobre todo alcaldes. El acto, una especie
de alcaldada. Sobre todo porque carecía de justificación que no fuera
el interés de la junta gestora por hacerle la campaña a Díaz sin que lo
parezca. La exaltación de la caudilla no recompensaba los méritos
pasados, como en el caso de Rajoy, sino los futuros, los que acumulará
una vez haya sido votada por las bases en unas malditas primarias que la
buena mujer no encuentra modo de soslayar.
El
congreso de Podemos pone la nota sentimental, de color narrativo. El
enfrentamiento clásico en las izquierdas entre una orientación más
radical, revolucionaria, jerárquica, disciplinada y otra más moderada,
reformista, democrática, easy going, pero ambas igualmente
caudillistas lo ha invadido todo. Asombrados los militantes y dirigentes
(y no se hable ya de los simpatizantes y votantes) de que les estuviera
pasando a ellos lo que pasa a todo el mundo, salieron al ámbito
público con los más divertidos (y previsibles) discursos: que no era
cierto, que eran invenciones del enemigo, que la canallesca, ya
se sabe. Que sí era cierto y lamentable y había que remediarlo. Que toda
división es mala, todo enfrentamiento, dañino. (Lo cual tiene gracia
para gente que siendo marxista en muchos casos, debieran horrorizarse
menos al encontrarse ante lo que siempre predican como fuente del
progreso, la contradicción).
La propia historia de la organización, que
resume su identidad, obliga a recomponer la unidad. Y así, a los gritos
de las masas entregadas, hubo que escenificar una recomposición de la
unidad del caudillo bicéfalo más falsa que los abalorios de las Indias.
El congreso de Vistalegre II parecía un funeral. Y lo parecía porque lo
era. El funeral correspondiente al entierro de la sardina: todos los
excesos y demasías del pasado quedan sepultados y amanece un nuevo día
de la mano del amado líder a quien sus fans identificaban con el mismo proyecto de Podemos cuando afirmaban que si Iglesias caía, caería Podemos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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