Es saber convencional generalmente
compartido que nada castiga más el electorado que la falta de unidad y
las discordias internas de los partidos. Y esto no se debe a que el
susodicho electorado sea un manojo de maniáticos del orden y la
disciplina, sino a la muy fundada sospecha de que unas gentes que no
saben gobernarse a sí mismas menos sabrán gobernar a los demás.
En todo
caso, es un hecho conocido y lo primero que se esgrime cuando comienzan
los enfrentamientos internos en un partido: si damos imagen de desunión y
conflicto, perderemos votos. Es un cálculo de costes beneficios muy
fácil de hacer, pero muy difícil de aplicar. Volver a juntar, a fundir,
lo que se ha fracturado no suele salir. Cuanto más se haga por
conseguirlo, más se notará que no se consigue. Si se adoptan las
políticas por consenso, ese consenso deberá renovarse de continuo, lo
que no es muy práctico.
De
ahí que en Podemos haya un auténtico tumulto por conseguir llegar al
congreso en buenos términos, a ser posible con un acuerdo para una
candidatura única o así. Algo que, a su vez, según la tradición
democrática de la izquierda, produce rechazo. ¿Por qué no van a
confrontarse las posiciones abiertamente en el congreso y que él decida?
Obvio, porque reflejará la fractura.
La
preocupación angustiada por la fractura, en la que está jugando todo
tipo de factores mediáticos, lleva a quienes la sufren a extremos que
rayan en lo irracional. Si no yerro, Bescansa justifica la presentación
de su "propuesta-sutura" invocando, cómo no, la unidad de Podemos, pero,
si no prospera, no descarta la posibilidad de presentarla como otra opción en el congreso; aunque
dice que es poco probable. Si le sumamos lo que puedan presentar los
anticapis si no se ponen de acuerdo con los de Errejón, ya vamos por
cuatro opciones en el congreso. Aunque de muy distinto calado, lo
suficiente para mercadear.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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