Los partidos son entes complejos. Actúan
como asociaciones privadas con sus objetivos, pero también se fusionan
con las instituciones allí donde mandan, forman grupos parlamentarios en
la oposición o en el gobierno, son tendencias ideológicas que sus
intelectuales explican y propugnan, tienen a los medios a favor o en
contra, representan culturas políticas distintas y en su interior a
veces funcionan como familias. Véase cómo vive el momento Podemos, en
una pelea interna que recuerda las grescas matrimoniales.
Hay
una tendencia en los partidos a reproducir leyendas que apuntalen en
uno u otro sentido sus enfrentamientos internos. Una de las más
poderosas, de las que más mueve la imaginación colectiva, es la del
héroe popular en alguna de sus múltiples manifestaciones.
Una leyenda
que se presta a justificar y legitimar la candidatura de Sánchez a la
SG. Se construye una imagen polifacética que tiene mucha fuerza: el
gobernante legítimo depuesto por una conjura de cortesanos malignos; la
víctima de una defenestración injusta; el hombre que prefirió dimitir a
votar en contra de su convicción; el líder injustamente tratado que se
retira a meditar su futuro y esperar que sus seguidores lo reclamen. El
héroe que vuelve a ajustar cuentas con la camarilla de conjurados y
liberar al partido de su secuestro.
Es
una imagen potente, fácil de defender desde el punto de vista de la
comunicación y que tiene muchos seguidores. Las reacciones del aparato
gestor para contrarrestar esa fuerza de la candidatura de Sánchez no
hacen sino aumentarla. La presentación de la de López se interpreta como
una maniobra de ese aparato para mermar las posibilidades de Sánchez
segándole la hierba bajo los pies. Dividiendo el voto contrario a Díaz.
El hecho de que esta siga paseándose por España como secretaria general in pectore
sin proclamar su candidatura, los apoyos que implícita o explícitamente
le dan los viejos lobos socialistas, todo eso únicamente consigue
encrespar más a la gente y afianzar la leyenda del héroe popular, contra
el que se confabulan los tiranos, sus delegados y esbirros. Un poco más
y se oirá hablar de Pedro Hood, el que roba a los ricos para darlo a
los pobres.
No
parece que los conjurados del 1º de octubre puedan hacer gran cosa por
evitar la mayoría de Sánchez excepto, precisamente, lo que han hecho:
dividir su voto. Aun así, han de presentar una candidatura ganadora por
sí misma y eso no es tan fácil cuando la candidata es precisamente la
beneficiaria del golpe de mano que dio origen a la leyenda del héroe del
pueblo.
La
posible derrota de Sánchez quizá no provenga de sus adversarios sino de
su incapacidad para formular un programa de izquierda para el PSOE que
le voten las bases. Ese programa tiene dos puntos esenciales: un giro
socialdemócrata en la política económica (tratando de explicar en qué
consiste, que no es fácil) y la negociación de un referéndum de
autodeterminación en Cataluña, tampoco cosa sencilla.
Lo
que no es evidente es si tal programa obtendría el apoyo mayoritario de
la militancia. Si no lo obtuviera, el candidato debería decidir entre
continuar en su partido bajo otro programa o escindirse en otro partido
que represente un espacio existente entre el social-liberalismo del PSOE
y el neocomunismo de Podemos y al que quizá pudiera sumarse alguna
corriente fraccionaria de estos.
De igual a igual
Las
relaciones de Puigdemont y Rajoy son una imagen de las de España y
Cataluña. Rajoy dice en una entrevista en terreno amigo en “La Razón”
que el referéndum catalán no se hará y que eso lo sabe todo el mundo.
Ignoro si el presidente considera a los catalanes parte del mundo pero,
por si acaso, muchos de ellos parecen desconocer esa brillante verdad y
hasta persisten en el error. Puigdemont, por ejemplo, asegura que habrá
referéndum y será vinculante. Es decir, según Rajoy, no sabe y no sabe
que no sabe.
Junqueras,
el vicepresidente, tampoco sabe que el referéndum no se celebrará y
hasta profundiza en el error afirmando que el referéndum se hará y lo
que está por ver es qué hará el gobierno para impedirlo.
Eso
es imposible saberlo y es bastante probable que ni el gobierno lo sepa.
Desde luego, intentar que lo explique Rajoy es perder el tiempo, pues
ostenta el record de políticos capaces de hablar más tiempo sin decir
nada o diciendo algo y su contrario. Está claro que el referéndum es el
primer desencuentro y el más patente, justo en la línea de
confrontación.
De ahí que Puigdemont hable de adelantarlo en el caso de
que la justicia española proceda a inhabilitar a representantes
catalanes. No parece muy seguro que el gobierno tenga pensada una
respuesta a la convocatoria oficial del referéndum y mucho menos de que
la tenga si el llamado a urnas se acelera.
De
igual modo, hace tiempo ya que Puigdemont anunció que no pensaba
asistir a la conferencia de presidentes de las CCAA como, por otro lado,
también ha hecho el presidente de la CA Vasca, Urkullu. La insistencia
del gobierno (Sáenz de Santamaría y el propio Rajoy) en convencer al
primero de que acuda a la reunión y su fracaso, en el fondo, relativiza
el valor de los acuerdos que adopte el cónclave.
La ausencia del vasco
es llevadera por el asunto del concierto, pero la del catalán equivale a
un veto, ya que es un contribuyente neto al fondo. Un veto al gobierno
del Estado es una especie de ejercicio de soberanía de hecho. Un acto
por el cual se pone un límite a la soberanía del Estado. Algo que este
no puede aceptar por lo que se trata de otro desencuentro.
La
carta de Puigdemont a Rajoy en respuesta a su invitación y rechazándola
plantea que Cataluña se ha ganado el derecho a mantener una relación
bilateral con el Estado. Es la vieja idea confederal del “aeque
principaliter” o igualdad de jurisdicciones y soberanías. Un enunciado
revolucionario que el gobierno no puede aceptar sin una reforma
constitucional.
Cuando,
en los años del terrorismo etarra en alguna ocasión se constituyeron
mesas de negociación del gobierno con ETA, los ataques eran que el
Estado no podía negociar con una banda terrorista. Que se depusieran las
armas, llegara la paz y se podría hablar de todo. Y, sin embargo no era
cierto. Esa exigencia de relación bilateral de España y Cataluña no es
una petición de que el Estado negocie con una banda terrorista sino con
una nación. Esta no está defendida por pistoleros sino por sus más altos
cargos institucionales, una mayoría parlamentaria absoluta y millones
de ciudadanos que los respaldan.
La
cuestión es ahora si esa masa crítica que se supone aportará el
referéndum puede esperar al resultado de un prolijo, incierto e inseguro
proceso de reforma constitucional en España que, en lo referente a
Cataluña, reformará muy poco. De aquí que en el sector independentista
aumenten en volumen las voces que piden seguir con la hoja de ruta y
también las de quienes propugnan una DUI ya. El argumento que usan para
convencer a los confederalistas es que lo inteligente es ir a la
independencia y si, más tarde, España tiene alguna propuesta interesante
de unión, asociación o colaboración será bienvenida y estudiada.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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